Fuego y memoria

En mi primer viaje a Varsovia me impresionó mucho lo que me contaron sobre la destrucción de la ciudad por los nazis. No sólo provocaron la destrucción física de los edificios sino que, para cortar de raíz cualquier sueño de reconstrucción, quemaron las carpetas y archivos en los que se guardaban los planos de las edificaciones. No era suficiente, por lo tanto, con aniquilar el presente sino que también tenía que anular el pasado, porque la existencia del pasado es la auténtica condición para la posibilidad del futuro. La quema de libros, a la que los nazis eran tan aficionados pero que tenía una tradición milenaria, es el máximo símbolo de la erradicación de la memoria.

Ray Bradbury lo sabía cuando concibió ‘Fahrenheit 451’, su novela más celebrada y citada. Bradbury dibujó una civilización en la que los libros estaban prohibidos. Perseguidos sus poseedores, los libros que se descubrían eran reducidos a cenizas por unos bomberos especialmente dedicados a esta misión. Guy Montag, el protagonista, es uno de esos bomberos que, en el transcurso de la acción, cambia de actitud y se suma a un grupo de resistentes que combate la dictadura memorizando textos literarios. Por ello, con frecuencia, evocamos ‘Fahrenheit 451’ cuando apunta algún tipo de censura.

Pero en 1953, fecha de la publicación de la novela, en pleno macartismo, Bradbury ya imagina un mundo en el que no sólo se queman los libros sino que omnipresentes pantallas vomitan una permanente mentira. Esta es la perspectiva menos comentada pero más profética del escritor norteamericano. Podemos preguntarnos, desde nuestro presente, si la metafórica quema de libros no se lleva a cabo hoy a través de una permanente disolución de la memoria promovida por la tiranía de la actualidad y sus mecanismos. No hacen falta hogueras en el sentido literal; basta con la instauración de la amnesia como política dócilmente asumida por la sociedad. El culto a la ignorancia, que nuestra época ha hecho suyo, hace que no sea tan extravagante la imagen, propuesta por Bradbury, de unos resistentes que secretamente conservan los textos literarios. Leer (no mirar letras, leer) constituye una actividad subversiva. Es el patrimonio de los libres.

ARA