Fortunato Aguirre, memoria viva

El 29 de septiembre de 1936 y tras 72 días de cautiverio el alcalde fue asesinado frente al cementerio de Tajonar

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Se cumple hoy el 75º aniversario del asesinato de Fortunato Aguirre, el último alcalde democrático de la II República en Estella-Lizarra. Reunir todos los acontecimientos de aquellos días ha sido la titánica tarea de su familia desde entonces.

Tiempos revueltos en los que las evidencias hablaban de que en los días anteriores al 18 de julio de 1936 en Navarra había movimientos evidentes de una posible sublevación militar. El alcalde de Estella había detectado que llegaban municiones irregulares en los cargamentos que venían al cuartel de Estella y el jefe de los municipales, Clemente Ros, junto con su compañero, Federico Leza, había detenido a unos falangistas que amenazaban con sus armas la paz de la Ciudad del Ega. Los acontecimientos fueron precipitándose. Fortunato Aguirre llamó a la delegación del Gobierno advirtiendo de la presencia en Irache de una reunión secreta de alto nivel en la que se encontraban varios militares incluido el mismísimo general Mola, personaje al que la quinielas de entonces no terminaban de ubicar entre el apoyo incondicional a la República o principal instigador de un golpe de Estado, como días después se demostró.

Nadie creyó a Fortunato Aguirre, quien ya sufría los detalles previos de la insurrección en su propia ciudad de Estella. Los policías municipales y el alcalde serían luego unos de los primeros detenidos tras la sublevación del 18 de julio. Los cuerpos de Clemente Ros y Federico Leza no han aparecido. Sus familiares siguen buscando cualquier pista que les indique su ubicación. La historia de Fortunato la cuentan sus 5 hijos, entre ellos sus dos hijas gemelas que nunca llegó a conocer.

El alcalde de Lizarra No lo conocieron, pero la presencia de su padre está tan viva en ellas que parece que compartieron con él las vivencias de las que los asesinos les privaron. En su cartera, siempre el retrato pintado por su hermano José Miguel, y una reseña sobre él del periódico Euskadi. Mirentxu y Mikele Aguirre ni siquiera habían nacido cuando su padre, Fortunato Aguirre, fue asesinado de dos tiros frente al cementerio de Tajonar tal día como hoy de hace 75 años. «Ya el día que lo detuvieron, el mismo 18 de julio, querían matarlo». José Miguel recuerda las palabras de su padre. «Yo soy alcalde de Estella y si me tengo que entregar a alguien lo haré a los militares. Mi padre fue oficialmente alcalde hasta el 3 de septiembre, cuando una orden judicial lo inhabilitó».

En este sentido, el silencio se traslada a las actas municipales, que apenas recogen referencias al alcalde asesinado. Para un conocedor de estos documentos, Javier Bayona, «llama la atención que las actas no reflejaban nada del ambiente, ni de los hechos que se estaban produciendo». En este vacío una única referencia a Fortunato, del que se señala que «no está presente por encontrarse en la cárcel».

Sobre estos días de cautiverio, Mikele, Mirentxu y José Miguel señalan que «nuestro abuelo y nuestra tía fueron a Pamplona a preguntar por él, a saber qué había contra él. Estando tomando un café en el Iruña, entró un matón que les preguntó a un falangista y un carlista que estaban allí, sin saber que mi abuelo estaba delante, ¿cuándo matáis al alcalde de Estella? A la tía Leonor le tembló todo».

Los peores presagios se cumplieron el 29 de septiembre de 1936, festividad de San Miguel, de quien Fortunato Aguirre era tan devoto. «Le dijeron, a ti no te salva ni San Miguel, le pegaron dos tiros y lo dejaron al lado del cementerio de Tajonar», rememoran los hijos.

Las hermanas continúan el relato señalando que «un chico de Estella, Chasco, que estaba de pastor, se acercó tras oír los tiros y lo reconoció. Luego, él mismo vio quién lo enterraba». José Miguel añade que «lo encontró ahí, delante de la puerta del cementerio, y luego lo enterraron junto a la tapia. A Chasco luego lo mandaron al frente y murió el primer día». El hijo indica que «el alcalde de Tajonar llamó al Gobernador diciendo que habían dejado un muerto fuera del cementerio y éste le dijo, eso ni se pregunta, se entierra y en paz».

El testimonio del joven pastor estellés permitió a la familia localizar el cuerpo poniéndose en contacto con el enterrador. «Por Todos los Santos veníamos con ama a poner flores junto a la tapia, donde estaba aita. Por el camino desde Estella, veíamos flores en cunetas, en sitios donde habían asesinado gente. Nosotros en el coche las llevábamos tapadas con una manta para que la Guardia Civil no nos las quitara», señala José Miguel. Sus hermanas añaden que «en Tajonar poníamos piedras para que no pisasen los tractores donde estaba él».

Ya en 1959, la familia Aguirre pudo recuperar los restos de Fortunato para trasladarlos al cementerio de Estella-Lizarra. «Empezó a oírse que iban a sacar los cuerpos y los iban a llevar a Cuelgamuros, al Valle de los Caídos. La ama estaba intranquila y se asustó porque no quería que se lo llevaran, allí no se nos había perdido nada. Después de ir de aquí para allá, a Sanidad, al Gobierno militar, con el párroco de Tajonar, etcétera conseguimos llevárnoslo». El 26 de junio de 1959 se hizo realidad el traslado. «Al sacarlo, nuestra hermana Fidelita reconoció los zapatos, y ama una muela de oro, con la que hizo una alianza». Los Aguirre afirman que «llevarlo a Lizarra fue un gran descanso para nuestra madre».

Los años del miedo Elvira Aristizabal sacó adelante a sus hijos con el recuerdo de Fortunato muy presente. «Tenemos un gran concepto de él, por lo que nos contaba ama y lo que otros nos decían, que era bueno, dialogante, amante de Lizarra y emprendedor, como lo demuestra cosas que hizo, como el túnel».

A la pérdida irreparable del padre y esposo siguió un calvario paliado en parte por el amor incondicional que les profesó su familia. Muerto Fortunato y despojada de sus pertenencias, su viuda se refugió en casa de sus padres con sus cinco hijos, Fidelita, de 14 años, hija de su marido de un primer matrimonio, José Miguel, de 7 años, Juliantxo de 2 y Mikele y Mirentxu, nacidas dos meses después de la tragedia.

Las dos relatan que «nuestro abuelo Gonzalo, el padre de ama, nos acogió y fue el padre que no tuvimos porque nos lo arrebataron. De hecho, le llamábamos papá Gonzalo. Se volcó, y también una hermana soltera de mi madre, la tía Leonor, que nos adoraba». Asimismo, la familia paterna los recibía en Arellano para pasar los veranos. «Nuestra abuela, Faustina Luquin, la madre de aita, que era muy digna, le dijo a un alcalde falangista que le sugería que nos llevase a la Misericordia que mientras hubiese una teja encima de su casa sus nietos no iban a pasar hambre». A casa del abuelo se trasladó también Purita, la joven que les ayudaba en casa. «Ama le dijo que ya no le podía pagar, pero vino con nosotros. Y compartimos la triste coincidencia de que a Purita, que era de Sartaguda, le mataron a sus hermanos».

Para Elvira, nada volvió a ser igual. «Después de aquello, siempre vivió con miedo y, aunque nos quedamos en Lizarra, durante una temporada nos fuimos fuera». Así, las hermanas Aguirre relatan que «mi madre nos paseaba a las dos en un coche capota, una a cada lado, y tenía que oír cosas terribles, como cuando se asomaban al coche y decían, hasta la raíz tenían que haber arrancado».

Sin rencor Pese a las penalidades, pasadas los familiares no hablan de venganza. «Nadie habla de rencor, desde siempre desde la Asociación de Familiares de Fusilados lo hemos defendido. Sólo queremos contar, hacer saber. Sentimos dolor de que todavía hay gente que no reconoce lo que pasó, que no tiene la sensibilidad de hacerlo».

Los hermanos Aguirre recuerdan con especial emoción la declaración institucional en el pleno extraordinario del Parlamento de Navarra el 10 de marzo de 2003 que, con el apoyo de todos los grupos salvo UPN defendía el reconocimiento y la reparación moral de todos los represaliados en Navarra a raíz del golpe de 1936. La familia Aguirre no acierta a entender la actitud de partidos como UPN y PP. «Nos dicen que olvidemos, ¿cómo voy a olvidar si no he conocido a mi padre», señala Mirentxu, mientras que Mikele indica que «siempre nos hemos preguntado el porqué de tantas barbaridades. Gracias a estas iniciativas, a la creación de la asociación, a la construcción del parque de la memoria, se ha empezado a saber, se han limpiado los nombres de los que hasta entonces parecían malos malísimos y no lo eran, porque la mayoría de los asesinados decían, nada temo pues nada he hecho».

Vidas paralelas

Clemente Ros, el jefe de la Policía Municipal

Nada había hecho salvo cumplir con su deber quien acompañaba a Fortunato Aguirre en otro de los puestos importantes en el Ayuntamiento estellés, el jefe de la Policía Municipal Clemente Ros, asesinado al igual que el alcalde, su compañero Federico Leza y otros 38 estelleses. A sus 82 años, su hija, Carmen Ros, sigue teniendo vivo lo que sucedió cuando apenas contaba 7, en el verano de 1936. Para Carmen, el crimen se cometió contra su padre «por una venganza, por haber ejercido bien su trabajo. Era el jefe de la Policía Municipal y no hizo más que cumplir con su deber, guardar la paz. Poco antes de estallar la guerra había una cuadrilla de falangistas que estaban revolucionando Estella, tirando tiros. Mi padre, como era su obligación, los detuvo».

Carmen está convencida que «a mi padre lo mataron por venganza, porque él no era político. Un peluquero que se llamaba Román, amigo de mi padre, iba a afeitar a los presos a la cárcel y les oyó a los falangistas decir que, en cuanto saliesen, a por el primero que iban a ir era a por mi padre. Fue a mi casa y yo con 7 años lo oí. Aún lo tengo en la cabeza. El peluquero le sugirió que se marchase. Mi padre se negó, no había hecho nada, que no tenía por qué huir». Carmen Ros señala que «a los pocos días estalló la guerra, los falangistas salieron de la cárcel y al primero que cogieron fue a mi padre. Fueron a casa de mis abuelos y amenazaron a mi tía con volarle a ella la tapa de los sesos, por lo que mi padre salió». Clemente Ros estuvo poco tiempo en el penal estellés, a donde fueron a visitarle sus dos hijos, de apenas 7 y 5 años. «A los pocos días se lo llevaron al fuerte San Cristóbal, adonde fue mi madre con ropa el día 4 de agosto. Le dijeron que ya no le iba a hacer falta, que lo habían matado el día anterior. Por ello, creemos que lo mataron el 3 de agosto».

La familia desconoce a ciencia cierta la fecha y el lugar exacto del asesinato. La lucha de Carmen sigue a día de hoy, con el objetivo de encontrar los restos de Clemente. «Los matones fueron al Café Iruña y dijeron que en un rastrojo de Astráin habían quedado el jefe de la Policía de Estella y otras dos personas. Unos conocidos que lo oyeron se lo contaron a mi familia».

En el entorno de Astráin se centra la búsqueda. «Hemos estado dos veces en una finca porque nos dijeron que unos niños que entonces tenían 12 años habían oído los tiros. Hemos levantado sin éxito varias veces». La última pista, aunque de momento sin resultado, la aporta un casquillo encontrado por un amigo de la familia. «Espero poderlo encontrar, porque tengo mucha pena de no haber dado con los restos. Espero que alguien me dé alguna pista, aunque sea con un anónimo, para encontrarlo», indica.

Para el hijo de Carmen, Gregorio Armañanzas Ros, psiquiatra de profesión, «todavía hay un miedo que no es tal, sino que es la vergüenza y la culpa, más allá del miedo a Franco. Hay además una transmisión generacional de ese trauma, pero no sólo en las víctimas, sino también en los hijos y los nietos de los verdugos, traumatizados también. Tras la primera generación todos somos víctimas». Gregorio Armañanzas añade que «ahora el tema se está hablando, a través de la asociación, pero hay todavía gente que morirá sin hablar de ello».

El hallazgo de los restos resulta fundamental ya que, como asegura el nieto, «cuando buscamos unos huesos buscamos al abuelo, al padre, porque hay un duelo sin cerrar, hay un fantasma volando. Hay que hacer un entierro, un duelo, para que el trauma no se transmita generacionalmente». Armañanzas no comprende cómo, a día de hoy, «sigue habiendo en la derecha una necesidad de no cerrar, que es perjudicial para ellos políticamente». El nieto de Clemente Ros afirma que «lo que hace falta es encuentro y reconciliación, no tirarnos los huesos unos a otros, pero reconocer el sufrimiento. Para ello, es necesario que las víctimas tengan un espacio».

Su madre, Carmen Ros, afirma que «no tengo odio, cuando oigo a alguien decir que hay que pasar página salto como un resorte. Eso sí que no, hay que recordarlo para que no se repita». Sin embargo, su hijo, desde su perspectiva profesional, asegura que «en las víctimas hay rencor, como lo hay en todo el que pide justicia. Lo que nos legan los muertos de la historia es restaurar la dignidad, hacer el duelo, mantener la memoria y vengar la humillación, pero eso debemos protagonizarlo civilizadamente».


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