Excomunión de los reyes de Navarra. (M.A.)
La semana pasada hablamos ya de la muerte de la reina Catalina. En su prematuro fallecimiento, igual que en el del rey Juan III su marido, habría pesado, y no poco, la excomunión que les fue impuesta, de manera totalmente injusta, por el nefasto papa Julio II. El motivo de este castigo era la alianza que Navarra quería asentar con Francia, país supuestamente cismático, y que era simétrica a la que tenía con la «catolicísima» España. Una neutralidad o «política de balancín», como la definiera el gran José María Lacarra, que Fernando el Falsario no estaba dispuesto a consentir. Y aquí es donde el rey aragonés desplegó toda su maquiavélica concepción de la política. Como ha demostrado el profesor Orella, Fernando animaba privadamente a los reyes navarros a renovar sus paces con Francia, pero al mismo tiempo denunciaba ante el Papa esa amistad y le exigía la excomunión de Juan y Catalina. Y todo ello mientras hostigaba militar y diplomáticamente a Navarra.
Por fin, mientras que a unos pocos metros de distancia el gran Miguel Ángel pintaba la bóveda de la Capilla Sixtina, Julio II firmó dos injustas bulas, en las que declaraba herejes a los desdichados reyes navarros. La primera de ellas, Pastor ille caelestis, se emitió el 21 de julio de 1512, es decir al mismo tiempo que se iniciaba la invasión, y no llegaría a la península hasta un mes más tarde. La segunda, Exigit contumacium, se publicó siete meses más tarde, es decir con el reino ya ocupado, el 18 de febrero de 1513. Por lo tanto no fueron causa de la conquista ni la legitimaron, puesto que la guerra ya estaba en marcha cuando se publicó la primera de ellas, sino que fueron resultado de las presiones políticas de Fernando el Falsario, que las necesitaba para justificar la invasión. Además, el mismo año 1513, en el V concilio de Letrán, el nuevo papa León X se reconcilió con el rey de Francia, a quien perdonó su supuesta herejía, pero curiosamente no absolvió a los navarros, que no eran cismáticos en sí. Es decir, condenaba a Juan y Catalina por la amistad con un enemigo con el que ya se había reconciliado. La razón de esta paradoja no era otra que las exigencias de Fernando, a quien interesaba mantener a los reyes de Navarra como herejes para justificar la conquista y retener la presa. Y es que, en realidad, las bulas papales no deslegitiman a Juan III y Catalina I, sino que evidencian la política vergonzosamente cómplice del Vaticano.
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