ETA también mata


Para devolverle de entrada el cumplido, diré que he leído a menudo -con instrucción y placer- los artículos que Mikel Arizaleta suele publicar en Rebelión, particularmente la serie dedicada a la historia de la Iglesia. Fino humor, ágil erudición y pluma fresca, sus textos se mueven con soltura por el pasado para iluminar los descosidos del presente. Como además confiesa leerme con «fruición», no puedo dejar de tomarme seriamente su «Pamphlet» (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=64395), escrito en respuesta al comunicado de emergencia que firmamos Carlos Fernández Liria y yo dos horas después del asesinato de Isaías Carrasco en Mondragón («ETA también vota» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=64291).

A.Arizaleta, que cita algunas frases nuestras, el articulito le parece «una justificación bastante imbécil» investida de «un cierto regusto panfletario». No me siento herido por la agresividad de los calificativos; puede que tenga razón y todos merecemos de vez en cuando una reprimenda. Lo que me preocupa es que semejante enmienda a la totalidad no merezca una explicación, no vaya acompañada de una argumentación, no condescienda luego a la magnanimidad de una lección. Arizaleta nos llama «imbéciles» y «panfletarios» y luego, cuando uno espera que razone sus mazazos, se pone tranquilamente a escribir otro artículo con el que, por lo demás, estoy completamente de acuerdo.

¿Qué nos dice en este segundo artículo? Comienza por contarnos, punto y seguido y en la misma página, que paseaba por la playa de Lekeitio leyendo a Russell y recordando un libro de Peter Weiss «publicado por la editorial Hiru de Eva Forest» (le agradezco mucho que haga propaganda de mi editorial y rinda homenaje a mi editora). A continuación y a partir de la muy recomendable lectura del jurista italiano Danilo Zolo, Arizaleta encadena una avalancha de datos que revelan la atroz violencia de los Estados contra los pueblos del mundo: de Vietnam al Sáhara, de Palestina a las torturas y encarcelamientos indiscriminados en Euskal Herria. Como Carlos Fernández Liria y yo dedicamos una buena parte de nuestro tiempo a denunciar precisamente estas cosas, lo único que puedo objetar es que la lista es demasiado corta: Arizaleta se olvida de Iraq, de los kurdos, de los chechenos, de los mapuches y de un largo etcétera. Se olvida asimismo, como instrumentos de exterminio, de Shell, Repsol, Monsanto, Bayern, Coca-Cola y un largo etcétera. Se olvida también, como causa de muerte planetaria, de las leyes contra la inmigración, de los accidentes laborales, de la violencia de género, del cambio climático y de un largo etcétera.

Lo que me inquieta es el pensamiento fundado de que esta lista de tropelías no constituye un segundo artículo dentro del primero sino que mantiene algún tipo de relación orgánica inesperada con él. Desde luego, no puede tratarse de demostrar la «imbecilidad» y carácter «panfletario» de nuestros argumentos (que, insisto, no descarto): una enumeración de crímenes estatales las ilumina tanto y de la misma forma en que lo haría una acumulación de fórmulas químicas o una guía de teléfonos. Lo inquietante -porque procede de un hombre refinado y porque otros hombres también refinados comparten su punto de vista- es el modo en que esta colección de infamias contra las que protesta Arizaleta ilumina su posición -no la nuestra- en relación con el atentado de ETA y con el conflicto de Euskal Herria. Tras la expeditiva descalificación de nuestro textito y el chaparrón de denuncias que le sigue, se vislumbra claramente este turbador ejercicio de ergotismo: en medio de las agresiones imperialistas, mientras Palestina es cercenada e Iraq degollada, con los kurdos, los chechenos y los saharauis privados de sus derechos, sometidos los vascos a una persecución policial y judicial arbitraria, a la sombra de multinacionales que asedian por hambre y enfermedad a los pueblos de la tierra, bajo una economía que desplaza poblaciones, arruina familias y corroe toda estabilidad antropológica y psicológica; en medio de toda esta atroz, ininterrumpida violencia estructural:

1. Matar a un señor que pasa por la calle es «normal».

No seré yo -que tanto he escrito contra el terrorismo de la «normalidad»- el que diga que no. Se puede decir que es «normal», que es explicable, que es incluso inevitable. Pero es peligroso deslizarse por este camino. ETA -y los que de un modo u otro la apoyan- siguen insistiendo en que su lucha y sus objetivos son «políticos». ¿Lo son? Si matar a un señor que pasa por la calle es la respuesta mecánica, automática, a la violencia ambiental, a la presión atroz de los gobiernos del mundo, entonces el asesinato de Isaías Carrasco merece la misma consideración -y el mismo rango explicativo- que los tiroteos indiscriminados en las Universidades de EEUU o las matanzas en serie de los veteranos locos que vuelven de Iraq. ¿Es eso lo que quiere decir Mikel Arizaleta?

En medio de las agresiones imperialistas, mientras Palestina es cercenada e Iraq degollada, con los kurdos, los chechenos y los saharauis privados de sus derechos, sometidos los vascos a una persecución policial y judicial arbitraria, a la sombra de multinacionales que asedian por hambre y enfermedad a los pueblos de la tierra, bajo una economía que desplaza poblaciones, arruina familias y corroe toda estabilidad antropológica y psicológica; en medio de toda esta atroz, ininterrumpida violencia estructural:

2. Matar a un hombre que pasa por la calle es en todo caso una violencia «pequeña».

Tampoco seré yo el que lo niegue. Se puede decir que, como violencia y por contraste, es incluso muy pequeña. El problema es cuando, bajo esta violencia ambiental intolerable, bajo esta presión atroz de los gobiernos del mundo, uno no lamenta que la nuestra sea demasiada violencia sino demasiado pequeña. Contra crímenes tan grandes, si ETA tuviera misiles, bombas de racimo y hasta una bombita nuclear, ETA tendría también el derecho a usarlas para alcanzar sus objetivos. ¿Es eso lo que quiere decir Mikel Arizaleta?

En medio de las agresiones imperialistas, mientras Palestina es cercenada e Iraq degollada, con los kurdos, los chechenos y los saharauis privados de sus derechos, sometidos los vascos a una persecución policial y judicial arbitraria, a la sombra de multinacionales que asedian por hambre y enfermedad a los pueblos de la tierra, bajo una economía que desplaza poblaciones, arruina familias y corroe toda estabilidad antropológica y psicológica; en medio de toda esta atroz, ininterrumpida violencia estructural:

3. Matar a un hombre que pasa por la calle es un puro acto de reciprocidad o, si se prefiere, de venganza: ellos encarcelan indiscriminadamente a nuestros militantes y nosotros matamos indiscriminadamente a los suyos.

No digo que no comprenda la venganza. Pero es también peligroso deslizarse por esta pendiente. Como es sabido, sistemas de equivalencias sólo los hay fuera del Derecho y dentro del mercado: el Derecho y la revolución sólo reconocen las proporciones. Si se trata de equivalencias, el asesinato de Isaías Carrasco puede decirse que vale lo mismo que el encarcelamiento masivo de dirigentes y militantes abertzales: a la arbitrariedad poderosa de un Estado corresponde la arbitrariedad impotente de un grupo armado. ¿Es eso lo que quiere decir Mikel Arizaleta?

Lo que llamamos política -y más una política emancipatoria- es la no aceptación de la normalidad, la inevitabilidad y las equivalencias. Confesaré que lo que me ofende en el artículo de Mikel Arizaleta, como en el de otras críticas que he recibido directa o indirectamente en los últimos días, es el desprecio por las proporciones. Tanto en «Pamphlet» como en otros textos publicados estos días en Gara y Rebelión se oye la voz severa y un poco perdonavidas del que considera que los izquierdistas que se indignan, se enrabietan y se escandalizan por el asesinato de ETA son gente blanducha, burguesa, idealista, moralizante. Como Margaret Thatcher y Aznar, nos dicen: «La guerra es así». O como Ben Gurion, nos dicen: «Hay que dejar a un lado la moral». De la misma manera que he escrito mucho contra el terrorismo de la «normalidad», he escrito también mucho contra «la indignación moral», pero lo he hecho cuando me parecía inmoral (y, por lo tanto, en defensa de la moral). Si EEUU invade Iraq en nombre de la democracia, entonces es que la democracia es mala; si Israel nombra la justicia mientras arroja bombas sobre Gaza, entonces la justicia es criminal; si Aznar condena a ETA en nombre de la moral, entonces la moral es un obstáculo hipócrita. Por esta pendiente, acabamos llamando política precisamente a lo que queda cuando hemos restado la democracia, la justicia y la moral; es decir, cuando hemos renunciado a toda forma de política. Eso es lo que hacen precisamente los imperialistas y sus gobiernos. Eso es lo que llamamos realismo. En el texto de Mikel Arizaleta y en otros semejantes detecto, sí, un olímpico, bravucón, musculado realismo que, como todos los realismos, se limita a reproducir la realidad sin añadirle nada real, ni siquiera una pizca de conocimiento. Así funciona el realismo, en literatura y en política. No hay ninguna diferencia entre un comunicado del gobierno y uno de ETA: los dos son tan realistas, los dos están tan atrapados en la realidad que se han vuelto locos. Realismo y negociación son, en todo caso, términos antagónicos e incompatibles. Acepto que Arizaleta repute «imbéciles» nuestros argumentos; culto y refinado como es, entiendo que con ello evoca sólo la etimología latina del término: «débiles en grado extremo» (y abusando un poco, por homofonia, «sin bastón», «insostenibles»). Pero me permitirá a cambio que le diga que los suyos son «idiotas», esta vez en su sentido griego original; es decir, «privados», «sin mundo», completamente despojados de «realidad pública».

En ETA también vota decíamos que íbamos a abstenernos frente a este doble realismo. El asesinato de Isaías Carrasco sirvió, entre otras cosas, para que todas las fuerzas políticas del Estado apremiaran a los ciudadanos a acudir a las urnas para dejar clara bajo el sol la «normalidad democrática» de España. Nosotros no nos tragamos eso. ¿Normalidad democrática? Eso es precisamente lo que sostenemos que no hay y por lo que hicimos ese llamado -angustiado y vacilante- a la abstención. No puede haber normalidad democrática y tortura. No puede haber normalidad democrática y tres partidos ilegalizados o suspendidos. No puede haber normalidad democrática y activistas no-violentos encarcelados. No puede haber normalidad democrática y negación del principio de autodeterminación. No puede haber normalidad democrática y periódicos y medios de comunicación cerrados. No puede haber, en fin, normalidad democrática y «doctrina Garzón»; es decir, aceptación rutinaria del «principio de analogía» como criterio de actuación penal potencialmente extensible, apenas se vuelva un poco más de izquierdas, si se volviera un poco más de izquierdas, a la propia IU y a sus votantes (cosa que éstos no acaban de comprender). Pero contra esta «normalidad democrática», a mí me interesan, precisamente, la democracia, la justicia y la moral. Si hay que seguir luchando por esto, no podemos invocar el realismo de una «guerra de equivalentes»: si hay que seguir luchando por esto, no podemos ver nada bueno, nada justificable, nada revolucionario, nada ni siquiera útil, nada ni siquiera vasco, en matar a un señor que pasa por la calle. ETA no es ya una organización armada; es una organización «democrática» -inmoral e injusta- dedicada a armar a sus presuntos enemigos y a desarmar a sus presuntos aliados. Yo reivindico mi derecho anti-realista, como defensor izquierdista del principio de autodeterminación de los pueblos, a sentirme asqueado frente al moralismo inmoral de los torturadores del Estado y frente a la inmoralidad impolítica de ETA. Y aunque unos y otros se resistan a aceptarlo, hay que decir que en Euskal Herria muchas de las abstenciones han sido de las nuestras.

Publicado por Rebelión-k argitaratua