Eta, ética y retórica

Phoolan Devi, la reina de los bandidos, venía a decir:» Si matas a una o dos personas eres una perversa criminal. Matas a cien y los estados negociarán contigo».

Todo parece indicar que la hipocresía mediática valora las muertes según la cantidad y la calidad del agresor o incluso ni las aprecia, por ejemplo, las que ejecuta el crimen organizado. Toda muerte intencionada de cualquier ser humano es execrable. Igualmente horribles son las que provocan las guerras, la insurgencia (Eta, Ira, tantos grupos calificados como terroristas). Y qué decir de las penas capitales, las degradantes lapidaciones de mujeres, las condiciones laborales precarias, etc. Y sin embargo, existe toda una retórica mediática y política en torno a las víctimas, siempre dependiendo del bando que las asuma.

Recuerdo el ajusticiamiento de Melitón Manzanas; o el de Carrero Blanco; muchos abertzales e incluso gente de izquierdas lo celebramos. Inevitablemente tal satisfacción, ante unos hechos en sí reprobables a la luz de la ética y de los valores humanos, al menos formalmente, puede ser calificada de perversa. Tan perversa como las alegrías publicitadas sin ningún empacho por los franquistas cuando algún patriota basco era «liquidado». Recordemos entre otros los fusilamientos de Txiki y Otaegi, o el «2 a 1», si mal no recuerdo de Martín Villa.

Pero ni siquiera las grandes religiones han mantenido una moralidad ejemplar ante el valor «sagrado» de la vida humana. John Sheperd, Catedrático de religión de la universidad Saint Martín, de Lancaster, afirma que «según la Biblia y el Corán, los asesinatos masivos y las limpiezas étnicas son bien aceptadas (si se toman literalmente)». Sirva de ejemplo el 8-11, del libro de Esther: «El rey (Asuero) facultaba a los judíos a destruir, matar y eliminar, incluyendo a niños y mujeres». También Abu Bakor, sucesor de Mahoma. «Trataremos como infiel a cualquiera que rechace a Alá y a Mahoma. Para ellos no existe más que la espada, el fuego y la matanza indiscriminada».

Tanto en la Biblia como en el Corán son abundantes las proclamas de este calibre. El hecho de que la vida de un ser humano pueda depender de la fría voluntad de otro debiera ser la mayor aberración del cosmos. Y esto al margen de la religión, ideología política e incluso calaña moral del individuo. En principio, ningún ser humano habría de poseer la mínima excusa o resquicio para aniquilar y programar la muerte de su «prójimo».

Claro que si este principio fuera intocable y universalmente aceptado, ¿qué sentido tendría la gigantesca producción armamentística? ¿En defensa propia? Matar en defensa propia es otra cuestión; sólo que la interpretación que se hace de este axioma cada día resulta más sospechosa, más pervertida.

Si analizamos algunos hechos actuales (la historia esta tejida con hechos similares), la barbarie de Gernika, los cristianos libaneses juntos con los israelíes asesinando a 700 palestinos en Sabra y Chatila, la masacre de los musulmanes de Sbrenica a cargo de los serbios capitaneados por el sanguinario Ratko Mladic, o las atrocidades de talibanes, suníes, hijos de Al-Qaida y toda la jarca moruna…

¿Cuál es la ética válida? ¿La de los cristianos o la de los acólitos de Mahoma? Y en el otro aspecto, en caso de que algún día pare este paroxismo de odio y destrucción, ¿quién deberá «suplicar» perdón?

El siniestro Mola arengaba: «Hay que sembrar el terror, hay que dejar sensación de dominio iluminando sin escrúpulos ni vacilación, a todos los que no piensan como nosotros». Era la retórica de los vencedores o las de los amos de la sartén.

¡Vaya desvergonzada hipocresía, la de estas gentes que han impulsado e impulsan crueles guerras, franquistas y demócratas de toda la vida que tanto dolor han sembrado en todo el Estado y en particular en Euskalherría! Galindos y cómplices del Gal, ¿qué pretenden? ¿Acaso son menos horribles sus crímenes que los de ETA? El que quiera dar lecciones de ética que tire la primera piedra.

En la más «tierna infancia» se nos inculcaban las hazañas de personajes como el Empecinado, los Minas y otros guerrilleros. La mayoría de ellos destacaban por sus métodos sanguinarios. Pero los ejercían contra el invasor. Esto les daba categoría de héroes y prohombres. ¿Algún historiador español ha puesto en tela de juicio la ética de estos matones?

Muchos buenos euskaldunes (prescindiendo de valoraciones éticas y logísticas), consideran que las mismas razones que movilizaron a aquellos guerrilleros motivaron a todo lo que ha constituido el MLNV. Esto es innegable.

¿Es más deleznable el crimen de un terrorista que el de un violador, el de un narcotraficante o el denominado crimen de Estado? ¿En virtud de qué ha de atribuirse más carga delictiva a unos que a otros? ¿Por qué en nuestro caso es menos grave el delito de un GAL, por ejemplo, que el de uno de ETA? ¿Por qué ese agravio comparativo en la aplicación de penas?

Hay un conflicto entre España y Euskalherría, hay un proceso de paz, y hay unos jueces, parte interesada del conflicto. Y toda una retórica mediática obstaculizando el camino.

Para que el proceso avance es imprescindible el desarme de ETA, de acuerdo. Pero hay una pregunta capital: ¿Tendrá alguna garantía el proceso sin jueces neutrales? ¿Se podrá desarrollar una negociación ecuánime sin la presión de las pistolas (o los tanques) del Sr. Zapatero?

Tras estas reflexiones (expuestas con las garantías que me da un Estado democrático y de derecho), se ha de concluir que ya es hora de silenciar toda esa retórica mediática. Que me parece una auténtica hipocresía y descalabro moral, que cierta prensa (y por supuesto esas aves de mal agüero que anidan en los púlpitos) y sus «farfulleros» traten, conociendo su trayectoria, de vomitar moralina.

Los criminales del franquismo se fueron de rositas, se reciclaron y siguieron amancebándose con toda suerte de prebendas. ¿Cómo decirle a esta fauna carpetovetónica que los bascos ya estamos hartos de ser los eternos perdedores? Nos vencieron, pero eso es todo y mientras no nos convenzan, pues eso, seguiremos aferrados al tronco del viejo Aitor. ¡Vaya antigualla! ¿no? Es lo que hay -ya hay más cosas, ya… -, pero amamos tanto nuestras humildes raíces…