Esto no va de lengua

2 de noviembre de 1937. El franquismo hizo su especial contribución a la escuela catalana: ordenó un bombardeo en el que fueron masacrados 48 niños y varios profesores del Liceo Escolar de Lleida. No fue el único crimen de ese tipo. Otros cientos de niños fueron asesinados, robados a sus padres y colocados en un sistema escolar comparable a los campos de concentración, con un régimen disciplinario de gran inhumanidad. Avanzado el régimen, se impuso el castellano, literalmente a ‘hostias’. De hecho, ha habido generaciones que han hecho su particular inmersión en la ‘lengua del imperio’ mediante la agresión, la tortura, la amenaza y el miedo. Quizás es por eso que, cada vez que instituciones como el Parlament plantean una condena al franquismo, aquellos que en nombre de la “libertad” –la reivindicación de carta blanca para oprimir– atacan al catalán en la escuela, huyen despavoridas y con cara de ofendidos, porque saben de sus connivencias ideológicas y heráldicas con la franquicia local del fascismo .

Trieste, 13 de julio de 1920. Los fascistas italianos queman la Casa del Pueblo esloveno de la ciudad. Pese a que hay personas atrapadas, los nacionalistas italianos, que tienen oprimida a la minoría eslovena de la ciudad, cortan las mangueras, sabotean la labor de los bomberos y organizan un baile alrededor del fuego, como escarnio contra sus conciudadanos a los que consideran inferiores. Lo explica impresionantemente el escritor triestino Boris Pahor en una impresionante recopilación de relatos, La pira en el puerto. El fascismo, además, cerrará las escuelas en esloveno. Es lo que tienen los totalitarismos, que desprecian profundamente a las minorías nacionales e imponen la lengua del imperio.

Durante el franquismo, además, una serie de altos funcionarios vinculados con la represión: policías, jueces, militares, aparte de algunos ejecutivos que se dedican a administrar buena parte del patrimonio robado a los catalanes, se instalan en la ciudad, no demasiado lejos desde donde hoy salen las razias del fascismo local, tal y como puntualmente informa el #alertaultra. Son, y lo siento si hay gente que se ofende, la administración colonial, que efectivamente tratan a la población local como una colonia, tratan de castellanizar por arriba, y sueltan bandadas de falangistas destinados a apalear a cualquiera que se exprese en catalán y a reprimir cualquier manifestación de catalanidad. Buena parte de estos individuos pasan por la transición a la democracia sin que nadie se atreva a toserles, se reproducen y buena parte de los apellidos aparecen frecuentemente entre los integrantes de las diversas plataformas contra la inmersión o el independentismo, tal y como lo ha detallado con pelos y señales (y a menudo con fotos) el periodista Jordi Borràs, probablemente, el periodista más amenazado de Europa -incluidas agresiones a cargo de policías fuera de servicio-, probablemente mucho más que según qué rusos a los que aprieta Europa. Estos colonos, que escuchan con un profundo desprecio a cualquiera que hable catalán, son los grupos y grupúsculos detrás de la ofensiva orquestada contra el catalán en los pocos espacios donde éste había estado, más o menos normalizado, entre ellos la escuela. Cuentan con unos medios de comunicación fanáticamente franquistas y con gran capacidad de inundar de napalm la opinión publicada y unos ‘primos de zumosol’ con toga que les facilitan su trabajo (como ya lo habían hecho con la intacta justicia franquista que pasó a la condición de “constitucional”).

Son los mismos que se ofenden cuando se recuerda el papel de la Brigada Político Social o del Abu Ghraib de Via Laietana, que saben que tienen al PSOE cantando a coro “de la barca de Chanquete no nos moverán”, pese a las vergüenzas históricas. Son los mismos que contratan a empresas de comunicación para hacer pasar por nacionalistas, nazis y supremacistas a la minoría nacional que trata de defender una lengua atacada por tierra, mar y aire. Son los mismos que bombardeaban escuelas de Lleida, robaban niños, llenaban fosas y se resisten a permitir que se excaven. Son los mismos que consideran que todo vale si lo necesario, no sólo es acabar con el independentismo, sino con la única disidencia sólida, con un proyecto alternativo y que cuestiona el orden instaurado a sangre y fuego de 1939 y constitucionalizado en 1978.

El ataque a la inmersión no tiene nada que ver con la lengua. Nos equivocaríamos mucho si pensáramos que esto va de un 25%, de unas materias más o menos o de la aberración jurídica de si un militante de C’s utiliza a su hijo para imponer a la totalidad una humillación más al catalán. Esto tampoco va exactamente de independentismo. Esto va de esa disputa, que se ve claramente, entre franquismo, con todas sus variantes, matizaciones y actualizaciones, y antifranquismo. El «yo vengo de un silencio» de Raimon, que se ha utilizado para animar a la manifestación del 18 de diciembre es pertinente porque se trata de eso, de pura y simple reactivación del antifranquismo, que exige estrategias y tácticas propias del antifascismo. Y manifestaciones festivas o caras lloronas invocando al buen sentido de los fascistas, créanme, es inútil y contraproducente.

De la misma forma que los administradores coloniales de los años cuarenta veían en la imposición del castellano, no sólo la asimilación cultural, sino la superioridad de la dictadura, el catalán adquiría un color de resistencia antifranquista. Este aire fue precisamente el que impulsó a millones de trabajadores y trabajadoras de todo el Estado, la mayor parte de los cuales, perdedores de la guerra, a aprender catalán y a procurar que sus hijos lo aprendieran. Hablar catalán era una forma de luchar contra el régimen, de mantener una guerra abierta contra una opresión global. Ésta fue una de las causas que hizo que, servidor de ustedes, también hacia los quince años, la adoptara como lengua de expresión cotidiana y literaria. Ser catalanohablante es tener claro cuáles son tus valores, y cuáles son tus enemigos. Y más, después de la experiencia del Primero de Octubre. Hablar catalán hoy, defenderlo, corresponde a una visión politizada que necesariamente pasa por combatir la visión estrecha, inquisitorial, dictatorial de aquellos que saltan de sus escaños cada vez que en el Parlament, se recuerdan crímenes como los del Liceo Escolar de Lleida, las decenas de fosas por abrir, o el ‘aporellos’ de guerrillas uniformadas con bendición real.

‘Someescola’ y el conjunto de movimientos en defensa de la lengua deben repensarse, y mucho. Después de ver cómo este último ataque malintencionado a la lengua ha servido para desatar una escena parecida al incendio de la Casa del Pueblo Esloveno de Trieste, tal y como describía trágicamente Boris Pahor, no podemos reaccionar como si no pasara nada y nos mantuviéramos en el buenismo del Club Super 3 (TV3). Es necesario un cambio de paradigma que debería requerir mayor proactividad. Diría que con mayor confrontación y agresividad. El modelo ‘Crida’ (Llamamiento) a la solidaridad de principios de 1981 sería un buen referente -y aquí Jordi Sánchez tiene cierta experiencia- y el modelo iniciado por los independentistas quebequeses por la misma época mostró también su eficacia. Debemos abandonar el “buen rollo”, y teniendo en cuenta que los medios españoles nos dibujan con cola y cuernos sólo por hablar catalán –y diría que la mayoría de españoles se lo tragan porque en el fondo quieren creérselo– creo que ha llegado la hora de ser antipáticos y eficaces, en vez de esa simpatía estéril de las últimas décadas.

Y recordemos. El catalán es una lengua connotada. Y debemos hacer que lo esté aún más: es la lengua del antifranquismo, es decir, la que desafía a este régimen borbónico que alimenta este sistema autoritario y corrupto del cual, la forma más realista de librarse es activando la Declaración de Independencia.

EL MÓN