Verano de 1991. Instituto de Federalismo de la Universidad de Friburgo, Suiza. Coincidimos aquel año en los cursos de verano del Instituto, «Euroregions», magistralmente gestionado por el profesor Thomas Fleiner. Entonces era difícil prever que usted llegaría a ser Presidente del Consejo de Estado del Reino de España, por lo que la anécdota que aquí se narra se ha revalorizado con el tiempo.
La de Friburgo fue una preciosa experiencia en la que pude disfrutar de una enriquecedora relación con jóvenes y no tan jóvenes europeos de muy diversa procedencia. Un curso que posteriormente me llevaría a ahondar primero en el proceso de integración europea y posteriormente en los estudios de doctorado en ciencia política. Un verano durante el que tuve el gusto de conocerle y compartir unas horas de reflexión académica gracias a sus clases.
No sé si lo recordará, pero fue precisamente usted quien me permitió, durante aproximadamente media hora de una de sus clases, dirigirme al conjunto de la clase para exponer mi propia visión de lo que pasaba en este país. Fue un gesto que nunca le he agradecido lo suficiente.
Quizás lo haya olvidado, pero comencé la explicación dibujando el mapa de Euskal Herria en la pizarra, ofreciendo algunos datos geográficos, demográficos y lingüísticos. Cierto es que la mayoría de los allí presentes, por su propia formación, conocían, en mayor o menor medida, la existencia del pueblo vasco y no eran ajenos a la existencia de un conflicto político con expresiones violentas en este rincón del sudoeste europeo.
Todo fueron facilidades por su parte, que se sentó como un alumno más a escuchar. Recuerdo que discrepamos sobre el carácter independentista de algunas opciones políticas, algo en lo que, posteriormente, la realidad le ha dado a usted parcialmente la razón.
Sin embargo, la cuestión fundamental se centró en determinar cuál era la extensión del territorio de cultura vasca. Ante una audiencia especialmente sensible a los derechos de las minorías, a las dificultades de los pueblos sin estado, el quid de la cuestión fue establecer, sobre aquel mapa de tiza con sucesivas rayas, borrones, números y conceptos sobre-escritos, qué territorio abarcaba la cultura vasca. Y entonces ocurrió, estimado profesor.
Finalicé mi exposición, le agradecí reiteradamente su disposición y usted tomó la palabra. Volvió a incidir en que el porcentaje de población que optaría en su caso por la independencia era menor del que yo había defendido y se detuvo a establecer, en este caso sin ningún género de dudas, cuál era el territorio de cultura vasca. Cogió una tiza y se dirigió a todos nosotros diciendo:
– «Le territoire de culture basque est limité au sud par la rivière Ebro» (el territorio de cultura vasca está delimitado al Sur por el río Ebro).
Seguidamente y mientras la sonrisa de satisfacción que su frase me había provocado se helaba, marcó un trazo cortando la Alta Navarra -actual Comunidad Foral española- a la altura de Tafalla de Oeste a Este y dijo: – «Ici» (aquí).
– «Mais…», «mais…» -Trataba yo de intervenir-.
No hubo forma. Cierto es que ya me había usted regalado tiempo más que suficiente.
El problema de nuestras discrepancias sobre la extensión de la cultura vasca, sobre el territorio vascónico, no radicaba en disquisiciones jurídicas o políticas. Era un simple problema geográfico. Un error de apenas medio grado en la latitud del río Ebro a su paso por la Alta Navarra.
Tras haber leído algunas de las crónicas publicadas sobre su intervención con motivo del XXV aniversario de la aprobación de la LORAFNA he recordado la anécdota. Pequeña pero significativa.
Debo reconocer que ya entonces compartía yo su opinión actual sobre la derogación de la Transitoria Cuarta de la Constitución Española. No obstante, me reconocerá usted que, desde nuestro encuentro en Friburgo, el sentimiento independentista ha aumentado cuantitativa y cualitativamente en este rincón de Europa. Además, ambos somos conscientes de que la estudiante eslovena de aquel año ya no es yugoslava y de que el señor que venía de Checoslovaquia vive hoy en Eslovaquia.
Supongo que no le causará sorpresa alguna saber hoy que, ya entonces, el profesor Fleiner se mostraba encantado, en privado, de colaborar cuando fuera preciso para que pudiera iniciarse un proceso de diálogo para la resolución de un conflicto político y armado como el que se vive en este país desde hace no ya 49, sino, cuando menos, 495 años.
Una vez más, gracias por su tiempo, profesor.
(*) Periodista, Diplomado en Integración Europea.