Estados y globalización

LAS relaciones de las ciudades con la economía globalizada están aún parcialmente mediadas por el Estado. Algunos de los primeros análisis de la globalización (como, por ejemplo, los de Kenichi Ohmae) la describían como la creación de un mundo sin fronteras en el que la soberanía y la influencia de los Estados nacionales desaparecía por completo. Pero algunos correctivos a esta perspectiva un tanto exagerada han comenzado a aparecer para insistir en que debemos cuestionar lo que Michael Peter Smith ha denominado «el discurso post-nacional». Los Estados, en efecto, y a pesar de un cierto debilitamiento, continúan teniendo la capacidad de actuar de forma relativamente independiente en el contexto de la globalización progresiva del planeta. Aunque podría argumentarse que este poder de los Estados es más visible en sus dimensiones política y cultural que en su dimensión económica, lo cierto es que aún estamos lejos de una completa desaparición de los Estados nacionales como formaciones sociales significativas.

De hecho, el caso español muestra que los Estados no pierden control de forma total al enfrentarse a la globalización y que no sucede, contrariamente a lo que señalara Ohmae, que las regiones se expanden porque los Estados se contraen. En efecto, la evolución de las relaciones entre las regiones y el Estado nos muestra el desarrollo de algunas de las regiones más autónomas, política y económicamente, de Europa (y quizá del mundo) en el contexto de un Estado nacional que no ha reducido su papel internacional en los últimos años sino que, al contrario, lo ha acrecentado. No estoy sugiriendo que no haya incompatibilidades políticas o de otra índole entre el regionalismo y el Estado. Mi argumento simplemente se limita a cuestionar la perspectiva de aquellos que sostienen que no es posible contemplar la posibilidad de regiones que se expanden globalmente en el contexto de Estados que se expanden internacionalmente también.

Dicho de otro modo, las relaciones estructurales entre los niveles regional y nacional en el contexto de la globalización no obedecen a un juego de suma cero, de tal forma que la existencia y la expansión de un nivel se produzca por efecto de la contracción del otro nivel. De hecho, se podría argumentar que, en el caso español, uno de los motivos de confrontación y de incompatibilidad es el deseo de ciertas regiones de convertirse en actores globales en un nivel hasta ahora solo reservado al Estado nacional. Así pues, lo novedoso no es que los Estados dejen de jugar ese papel global que siempre ha estado inscrito en sus agendas geopolíticas sino más bien que ahora cuentan con posibles competidores sub-nacionales que cuestionan su exclusividad para relacionarse con las instituciones y fuerzas globales.

Que el Estado no pierde totalmente sus funciones en estos tiempos de globalización se puede observar también en el caso de los llamados Estados desarrollistas (developmental states), cuyos ejemplos más característicos y más estudiados se encuentran en Asia y el Extremo Oriente, aunque naturalmente también podemos encontrar casos más cercanos. Los Estados (y regiones) desarrollistas se caracterizan por implementar estrategias de crecimiento basadas en el desarrollo económico con un importante componente de coordinación estatal. A menudo, tales estrategias se implementan mediante lo que se ha llamado máquina del crecimiento (growth machine), una coalición de intereses políticos y empresariales cuya prioridad esencial en términos de política económica es el crecimiento, la productividad y la competitividad.

En algunos casos, tal compromiso con el crecimiento puede incluso verse reflejado en las leyes locales, que sancionarían así, con la legislación de este importante componente económico, la necesidad del crecimiento debido a, por ejemplo, una ancestral carencia de recursos alimenticios y de agricultura. Los Estados desarrollistas, en general, acometen de forma sistemática una política centrada en el desarrollo, basada en la comparación con otros Estados que se toman como modelos a los que emular. Sería desacertado afirmar, a la vista del comportamiento de estos Estados desarrollistas, que la globalización ha hecho desaparecer el poder del Estado en estos albores del siglo XXI.

Hay una razón adicional que explicaría la pujanza global de los Estados desarrollistas, Estados que históricamente se han enganchado de forma tardía a los procesos de industrialización. Estos Estados se encuentran con el reto de tener que forjar sus propias instituciones de desarrollo y sus ideologías, puesto que habitualmente se enfrentan a problemas distintos (y posibilidades distintas también) que los experimentados por sus predecesores. Así pues, las naciones (y regiones) que desean superar los problemas intrínsecos del desarrollo tardío tienden a construir fuertes instituciones estatales que concentran recursos y coordinan las políticas encaminadas a superar la situación de retraso estructural. Hay casos en que el Estado desarrollista se construye en el nivel de la ciudad-región en clara interacción con el Estado nacional, con el fin de obtener los beneficios de un mercado protegido aunque, naturalmente, la ideología preponderante sea la de convertir al Estado regional en un efectivo competidor global a través del comercio internacional y la exportación.

Se dan casos, también, de ciudades y regiones con un fuerte componente de identidad étnica o cultural que se relacionan con la economía global con fines adicionales al de la pura eficacia del mercado y la competitividad. La finalidad adicional sería, en estos casos, la de afirmar y preservar autonomía regional en el contexto global frente a Estados nacionales que la limitan o socavan. El alcance global de estas ciudades y regiones se fundamenta, tal y como ocurriera en el caso de Estados desarrollistas, en poderosas burocracias estatales en cercana relación estratégica con las élites de negocios. Así, mientras que tanto la atracción de inversión extranjera como la internacionalización de empresas locales son objetivos prioritarios de la política económica, no se puede olvidar el factor de visibilidad política y cultural global que influye en cómo se conectan estas regiones a la economía globalizada. En resumen, la base económica, la organización espacial y la estructura social de las ciudades mundiales está fuertemente influida por los modelos de desarrollo regional (y nacional) en que participan dichas ciudades. A menudo, las ciudades y regiones limitadas por sus Estados nacionales buscan su re-identificación en la arena global.

Desde el punto de vista de las llamadas ciudades-regiones globales y el debate sobre el nuevo regionalismo es preciso decir que de la misma manera que la globalización no está causando la total desaparición de fronteras y estructuras nacionales, tampoco la regionalización se produce a expensas del Estado nacional necesariamente. Ya se ha mencionado el caso español, en el que a una estructura estatal regionalizada o federalizada acompaña la expansión global del Estado nacional en las últimas décadas. Valga recordar aquí que la expansión regional puede deberse a causas (como la devolución de poder a las regiones) que no obedecen fundamentalmente a fuerzas globales, sino que tienen más bien un componente doméstico. Se dijo anteriormente que la globalización explica solamente una parte del desarrollo de ciudades y regiones y aquí vemos reforzado este argumento, pues los lugares se inscriben en los procesos de globalización de forma selectiva y no necesariamente en detrimento de sus relaciones estructurales con otros subniveles de acción. Así pues, y a diferencia del argumento desarrollado por Brenner, no parece que la expansión de las regiones y las ciudades-regiones constituya una reterritorialización del poder del Estado nacional, particularmente en casos de Estados multinacionales o multiregionales.

Por tanto, hablar de la pérdida total de poder de los Estados en virtud de los procesos de globalización no parece ajustarse a la realidad. Lo que ocurre, más bien, es que aquellos se reconfiguran para poder participar y competir en esos procesos globales de forma efectiva, aunque para ello hayan de formar parte de organizaciones supra-estatales que puedan limitar su soberanía. Saskia Sassen, en sus investigaciones más recientes, se ha convertido en una firme defensora de esta idea, al proponer que tal reconfiguración consiste en una «desnacionalización» de las estructuras estatales que interaccionan directamente con la globalización. Sassen parece referirse, en particular, a las transformaciones en la legislación local que se producen a medida que se adoptan estándares globales de contabilidad y de arbitraje, necesarios para el correcto funcionamiento de la economía globalizada. Son precisamente las instituciones y los actores locales los que efectúan esas transformaciones normativas, de ahí que Sassen nos recuerde acertadamente que la globalización ocurre «en territorios nacionales» y, añadiríamos, en territorios regionales y urbanos también.

 

http://www.deia.com/2011/09/07/opinion/tribuna-abierta/estados-y-globalizacion