Estado de Navarra: proyecto o utopía

Muchas utopías se han materializado, puntualizaría a muchos pesimistas para quienes la restauración del estado navarro no pasa de ser pura fantasía. No es ésta, sin duda, la intención de los ideólogos -por llamarles de alguna forma- de UPPN y PSOE. Hace décadas -siglos con ciertas matizaciones- que se pasaron con armas y bagajes a las filas castellanas. Su concepto de fuero, como su pantomima de amejoramiento, resulta el más irritante baldón contra esa pléyade de patriotas navarros que derramaron su sangre en aras de nuestra soberanía.

Ya se ha explicitado sobradamente en estás páginas la consistencia o la patraña de su cacareado fuero. Una auténtica afrenta y un insulto para la mente y para el sentimiento de un auténtico navarro.

Un navarro consecuente es el que aspira a una real integración foral. Espera un proyecto soberano, no como algo utópico sino como algo real en un horizonte más próximo que lejano. Esa es la verdadera entraña del auténtico fuero. Y ahí nos alzaremos, por mucho que la fachenda nos tache de soñadores, fanáticos, abertzales y toda esa letanía de piropos, base de su cretino discurso político.

Tenemos la convicción, debemos de mantenerla, de que el estado navarro es y que más pronto que tarde será viable. Nuestro proyecto de estado rompe lo utópico o lo literario de Tomás Moro, porque los tiempos y los ciudadanos lo urgen. Y no es únicamente la certeza de que si hemos llegado hasta esta urgencia sea por nuestro incuestionable e irrenunciable impulso histórico, que también lo es. Valdría la simple voluntad -pura virtualidad de los derechos humanos- de constituirnos como pueblo soberano.

El proyecto español ha anulado históricamente nuestra identidad, nuestra cultura, nuestras ilusiones y nuestra proyección en el mundo. Nos asusta esa España amasada con cristianos viejos, delirios imperialistas en mentes fanáticas, que destruye y esclaviza donde pone el pie. Tierra de purgas e inquisiciones, de mitras y dictadores, que ahoga la libertad de espíritus, conciencias e ideas.

La «unión» de España con Vasconia se hizo a hierro y sangre, a sangre y fuego. Es y fue un matrimonio impuesto, traumático, o si se quiere trágico. Por eso las relaciones entre ambos nunca fueron amables, pacíficas ni consentidas. Y en este contexto, guerras, arrasamiento cultural, robo de patrimonio y de recursos, cárceles y torturas, la relación tiene otro nombre: violación

Nuestro proyecto sería un respetuoso homenaje a la lucha de nuestros antepasados por mantener la soberanía. He ahí un proyecto -susceptible de matizaciones- perfectamente factible:

Una asamblea constituyente elegida por el pueblo. Restauraría nuestra «Carta Magna». Hablamos de una reintegración foral actualizada, de acuerdo con los nuevos signos de los tiempos -aggiornamiento-.

Nuestra nueva constitución -una vez plebiscitada y aprobada- sería solidaria con los pueblos y con decidida vocación europea.

La judicatura se estructuraría de acuerdo con la normativa de la nueva Carta Magna. Tal organismo se atendría indefectiblemente a sus normas y a otras leyes de rango superior, como pudieran ser la carta de derechos humanos.

Jueces independientes del poder ejecutivo y legislativo. Autónomos a la hora de acceder, bien sea por oposición o por elección democrática, tanto al cuerpo judicial, como a las altas instancias de la magistratura. Se repondría y dignificaría el papel de juez natural, la presunción de inocencia mientras no se concrete el delito, el «habeas corpus»… Se regularían y se extremarían las aplicaciones cautelares, etc.

Sistema fiscal absolutamente soberano que controle todos los impuestos ateniéndose a las normas y obligaciones de la comunidad europea. Interlocución sin intermediarios con las instancias internacionales…

¿Podríamos imaginar qué significaría el poder disponer de una red pública asistencial con tantos recursos y tan próxima a la ciudadanía? Entonces sí que tendríamos posibilidades para establecer una empresa pública modélica: sanidad, enseñanza, pensiones y cobertura del desempleo, ordenación del territorio… Y en general, todas las competencias de un estado soberano.

¿Qué navarro si pudiera votar estas propuestas no lo haría? Evidentemente bien explicitadas las consecuencias de esta soberanía, sobre todo en lo que atañe al control de todos nuestros recursos, serían alucinantes.

Cuando exponemos estos planteamientos, los partidos españolistas navarros, tan derechosos como jacobinos, nos tildan de soñadores, románticos trasnochados, estrechos de miras. En realidad, estos vendepatrias, falsos ciudadanos del mundo, falsos apátridas, tienen su patria y su mundo. Es el mundo de la prebenda, de la generosa gratificación cuando no del pelotazo, que en pago a sus servicios les otorga la corte. Es un hecho cada día más meridiano para muchos navarros.

La pertinaz acción represiva y tergiversadora del invasor ha generado una profunda falta de autoestima, ignorancia, miedo a remover viejas cenizas, autodio… Muchos ciudadanos navarros evitan estos planteamientos -para ellos tabús- como si su mera exposición decompusiera sus habituales biorritmos y les implicara en un terreno intrincado. Este es uno de los objetivos del «invasor», evitar espacios y situaciones en las que el ciudadano pueda topar con la cruda realidad de su historia y de sus posibilidades.

Claro que el conocimiento de nuestra historia tiene un valor y unas virtualidades incalculables. Pero una vez conocida ésta, un paso decisivo sería que todos los ciudadanos de Basconia comprendieran lo trascendental que sería para su futuro poseer un estado navarro soberano.

Hay muchos indicadores científicos que demuestran la viabilidad de un estado navarro, por supuesto dentro de la unión europea. Tales indicadores apuestan por un estado donde el bienestar social sea equiparable al de los estados europeos más prestigiosos.

Tengo la percepción. y no ignoro que nuestras percepciones se contagian de nuestros deseos, de que la contención informativa y el pensamiento oficial único en lo referente a Navarra se está resquebrajando. Los tabús ya no son inamovibles y muchas gentes se hacen preguntas…

Recemos a Dios, al verdadero -por supuesto, nunca al de la fachenda purpurada porque es un ídolo descarado- caso de que ande por ahí, para que los que nos sentimos algo «concienciados» seamos capaces de articular y fundamentar nuestras respuestas. Trascendental tarea si queremos iluminar tantos años de opresión y oscurantismo político.