En 1347 la peste llegó a Italia, y un año después se había extendido al resto de Europa, exterminando a una tercera parte de la población. La llamaron “la Muerte Negra” y su vector era la rata del mismo color, roedor originario de la estepas del Asia central al que le sentaban bien las bodegas de los barcos mercantes venecianos y genoveses. Ayer, el Diario del Pueblo, órgano oficial del Partido Comunista Chino, utilizó este símil para referirse a la crisis de la deuda europea. “La crisis del euro dura ya desde el 2009, y la crisis de la deuda soberana se ha extendido como la Muerte Negra del siglo XIV a través de todos los países de la zona euro” escriben Zhang Zhixiang y Zhang Chao, ambos con altas responsabilidades en las finanzas públicas chinas.
La mención de la Muerte Negra por parte de las autoridades chinas tiene gracia. Porque la historia también cuenta que el foco inicial de la peste del siglo XIV era precisamente China… y porque la utilización de la pandemia como metáfora sugiere que el final no será feliz. El artículo es la mayor muestra de inquietud de las autoridades chinas por lo que ocurre en Europa. No por la crisis financiera (ellos ya colaboran comprando euros) sino por sus efectos: una demanda de productos chinos.
Es difícil hacerse cargo de hasta qué punto China empieza a apropiarse de la mirada central sobre el mundo. Uno va al “Todo a cien” de la esquina y, con tanto estante y tanto objeto inútil, piensa que están en sus cosas. En realidad, sus científicos sociales escrutan lo que ocurre en el mundo como toda organización que se prepara para devenir una gran potencia.
Ayer, la OCDE presentó sus datos del segundo trimestre del 2011, que corroboran el parón de la economía. Los países de la OCDE coinciden geográficamente con lo que los historiadores han llamado el Atlántico Norte, que durante cinco siglos (del 1500 al 2000) ha dominado el mundo. Que Europa y Norteamérica están perdiendo peso económico, era conocido. Lo que nadie esperaba era que ese declive fuera tan rápido.
¿Se hubieran imaginado ustedes hace sólo diez años que los Estados Unidos perdieran tantas oportunidades de negocio en el patio trasero latinoamericano en beneficio de los chinos? ¿O que Francia dejara que China se paseara como lo ha hecho por África? Probablemente no.
Por eso, esta semana, Bernard Wasow, economista jefe para EE. UU. de The Globalist, escribe que la crisis financiera que ataca a ambos lados del Atlántico anticipa cambios profundos y próximos de la arquitectura financiera mundial.
Pero una cosa son las tendencias de fondo -a largo plazo todos muertos, dicen que decía Keynes- y otra el día a día. Y ayer hubo motivos para ser algo más optimista. Por una parte el dinero volvió, con cautela, a las bolsas. Y ese regreso prueba que hay mucho dinero, circulando por ahí. Y también demuestra hasta qué punto al dinero le gusta exagerar, por lo que aprovecha la más mínima ocasión para volver a comprar.
El otro dato es la llegada de los rebeldes a la capital libia, lo que ha desatado la esperanza de que este país reanude pronto sus suministros. Y que con ello, los precios del petróleo inicien un suave descenso que permita aliviar los bolsillos de los occidentales durante la segunda mitad del año (de ahí, menos inflación y algo más de relajación en los tipos de interés…)
La tercera razón es que no todo el mundo lo pasa mal. China, India y Brasil han presentado previsiones de crecimiento muy buenas. Han sufrido durante meses una altísima inflación que podía haber hecho naufragar sus economías. No ha sido así. Y hay que celebrarlo.