El autor cree que nuestros dirigentes políticos han maltratado a científicos y artistas desde hace 500 años. Asegura que Francisco José Ayala, galardonado con el Premio Templeton, es el último de los Servet, Ochoa, Vives…
Hace ya algunos días un columnista de este periódico (Luis Antonio de Villena, en la edición de EL MUNDO del 25/03/10) se lamentaba de que España «es una notable productora de cultura pero en lectores y en nivel cultural se encuentra a la cola de Europa». Sus palabras coinciden con una noticia que ha estimulado un análisis más optimista en la prensa española. El mismo día, la agencia Efe anunciaba con orgullo que «el científico español Francisco José Ayala fue galardonado con el Premio Templeton 2010». En el mismo teletipo se destacaba que nuestro país está a la cola de Europa en el ámbito cultural. Leyéndolo, un lector podría pensar: «Aquí está la prueba de que el mundo de la cultura se toma en serio a los creadores españoles».
No obstante, la noticia sobre el Premio Templeton de hecho confirma las palabras de Luis Antonio de Villena. El incidente es tan notable que merece no solo un artículo sino una serie de reportajes. ¿Es el galardón de Ayala una prueba del éxito cultural de España en arte, ciencia, literatura y música? ¿Confirma la afirmación hecha por el presidente Zapatero la semana pasada de que España está ahora a la «vanguardia» de la cultura científica mundial?
La verdad sobre Ayala es mucho más deprimente. Para empezar, no es un «científico español», como se ha dicho, sino un científico estadounidense, tal como lo fue Severo Ochoa antes que él. Ayala (como Ochoa) no es producto del avance de la ciencia española, sino de la ciencia de Estados Unidos, donde se ha desarrollado toda su carrera. Pretender lo contrario es ridículo. Ha vivido durante medio siglo en EEUU y tiene nacionalidad de ese país. Toda su investigación se publicó primero en inglés y se tradujo posteriormente a otras lenguas, entre ellas el español. Lo más sorprendente es que este llamado «científico español» ha recibido importantes premios de casi todos los países desarrollados de Occidente, excepto España.
Sin embargo, no hay que llevarse las manos a la cabeza. Forma parte de una constante en la cultura española durante los últimos 500 años. España ha producido ricas y fructíferas obras culturales -en toda clase de disciplinas, desde la literatura hasta la ciencia- pero buena parte de las creaciones sólo han podido florecer fuera del país. Las obras maestras más memorables de la cultura hispánica, desde la Mujer cristiana de Juan Luis Vives, la Biblia española de Casiodoro de Reina, la música litúrgica de Tomás de Victoria, la suite Iberia de Albéniz, las Noches en los jardines de España de Falla, los lienzos de Miró, Un perro andaluz de Buñuel, el Guernica de Picasso, el Antonio Pérez de Gregorio Marañón, y España en su historia de Américo Castro, fueron elaboradas en un suelo y en un entorno extranjeros. España estaba muy alejada cuando se crearon y, en algunos casos, pasarían décadas antes de que aquí se supiera de su existencia. Otras, como por ejemplo los estudios de Casiodoro y Servet, nunca llegaron.
¿Quién es culpable del desarraigo de los genios españoles? No podemos señalar al público por no apreciar la cultura. La culpa, diría yo, la tienen los propios dirigentes, que han rehusado ayudar a sus mentes creativas y, con ello, han condenado a la frustración y la impotencia tanto a los genios maduros como a los jóvenes investigadores.
Un estudio de un comité de expertos de la UE creado para la evaluación de las políticas de I+D de los 25 concluyó que España era el país con el saldo mas desfavorable entre el número de investigadores entrantes e investigadores salientes. Según la OECD Factbook 2009, España gasta sólo la mitad del presupuesto medio que dedican otros países europeos en investigación, algo que también sucede con la partida de educación, menor al de nuestros vecinos salvo Grecia, Portugal e Irlanda. En otras palabras, España es el ejemplo que mejor ilustra la expresión fuga de cerebros. Es un lastre que el Gobierno de Zapatero no ha hecho nada para solucionar.
El problema ha subsistido durante 500 años. Déjenme citar un caso parecido al de Ayala. Me refiero al joven valenciano, que salió de su tierra para educarse en París, se convirtió en profesor de una universidad holandesa y trabajó de tutor en la Familia Real de Inglaterra. Su nombre era Luis Vives y llegó a ser uno de los pensadores más célebres de su tiempo. Por educación, mentalidad y producción literaria fue, como confirman sus propias palabras, un ciudadano de los Países Bajos.
No era español ni por cultura ni educación, y aquellos que compraban sus libros y conocían sus ideas no eran españoles. Hubo, por supuesto, muchos otros como él. En cierta ocasión Pío Baroja dijo con agudeza: «Vives, Servet, Loyola y otros no tenían de españoles más que el nacimiento». Éstos y muchos otros pasaron toda su vida productiva fuera de España y, en esencia, su aportación a la cultura universal no fue española.
Vives, Ochoa, Castro… Todos formaron parte de la eterna fuga de cerebros dejaron una parte de sus corazones en España, e incluso intentaron volver. Pero España no los quería. Cada uno tenía sus circunstancias personales que hacían imposible el regreso. Y lo mismo se puede decir de Ayala. Al igual que cualquier otro ser humano, una parte de él una vez sintió que debía intentar regresar.
Hace una semana declaraba: «Sinceramente yo quise volver. Pero en España impera el nepotismo, los cargos se entregan a los amigos, a los parientes. Los que valen tienen muchas dificultades para triunfar». Los que han visto el sistema desde dentro, podrían llenar un libro con revelaciones de cómo el negocio de la cultura y educación funciona en España.
La historia, en otras palabras, es hoy la misma que Vives experimentó 500 años atrás. La fuga de cerebros la provocan de manera directa aquellos que están en el poder, que son justamente los primeros en condenar el fenómeno. La situación en España, declara Ayala, es que «España se sigue desangrando desde hace muchos años. Es una situación difícil de corregir. Aquí en EEUU se busca la calidad. Algo que desafortunadamente no ocurre en España. La solución está en invertir en la ciencia, en la educación». Pero eso es precisamente lo que el Gobierno de Zapatero no quiere hacer. Se gasta mucho dinero en propaganda, por ejemplo, apadrinando la construcción de nuevas infraestructuras y grandes proyectos, como el reciente acelerador de partículas construido en Cataluña. ¿Pero de dónde vendrá el personal cualificado que se ocupará de ellos? La Unión Europea ha calculado que Zapatero no tiene el dinero necesario y, por tanto, tampoco tiene la intención de invertir en que los cerebros no nos abandonen.
EL Gobierno hará gestos simbólicos a alguno de sus intelectuales exiliados, tal vez concediendo a Ayala su primer premio español en calidad de gran ejemplo del potencial científico nacional. Después continuará sin hacer nada sobre las desastrosas condiciones económicas que diferencian a la cultura española de la europea. Los escritores nacionales, artistas, músicos y, sobre todo, científicos, tendrán que aceptar la situación o emigrar como ya han hecho muchos. La diferencia en el ambiente cultural entre España y otros países occidentales es notoria. Nadie lo supo mejor que el historiador Américo Castro, que prefirió trabajar en Estados Unidos, aún después de que le fuera posible volver a su país nativo.
Es extraño que un país con tantísimo potencial cultural y tantas mentes brillantes, tenga que ser víctima de un sistema político y burocrático atrasado que imposibilita que la cultura y la ciencia pueda desarrollarse. Hay políticos que, basándose en una total ignorancia de su pasado histórico, culpan a la historia de las deficiencias de hoy. La realidad es que ellos mismos nos están conduciendo hacia la oscuridad. Existen todas las razones del mundo para estar de acuerdo con el punto de vista de Luis Antonio de Villena: «Estamos instalados ya en la Edad Media tecnológica».
Henry Kamen es historiador británico, autor, entre otros libros, de ‘Los desheredados. España y la huella del exilio‘ (Aguilar, 2007).