España y la deriva turca

La incapacidad de enfrentarse al propio pasado hace que España, cada vez más afectada por el virus del revisionismo histórico, esté siendo arrastrada hacia una peligrosa deriva turca

Determinadas élites consideran que la nación les pertenece por derecho de sangre y tratan de impedir cualquier cambio que pueda perjudicar su estatus.

Cuando a Orham Pamuk le fue concedido, en 2006, el premio Nobel de literatura, la prensa turca relegó la noticia a breves notas en páginas interiores. No parece muy normal pasar de puntillas por el reconocimiento más importante de las letras turcas, sin embargo Pamuk suscita verdadera antipatía entre buena parte de los poderes fácticos de Ankara. Un año antes, fue acusado de difamar la identidad nacional por haber osado denunciar, en un diario suizo, el asesinato de 30.000 kurdos y el genocidio de más de un millón de armenios, los cadáveres en el armario de la moderna Turquía. Después de un vergonzoso proceso que podría haber condenado a tres años de prisión (se llegó a redactar un nuevo artículo del código penal para aplicarlo retroactivamente al escritor), y ante las reiteradas amenazas de muerte, Pamuk decidió exiliarse a los Estados Unidos.

Tocar el genocidio armenio, hablar de la discriminación a los kurdos, recordar la limpieza étnica, en 1922, de más de un millón de griegos cuya presencia se remontaba a los tiempos homéricos, son temas tabú para el estado turco. Este tipo de reacciones pone en evidencia la inseguridad identitaria de un estado europeo periférico que no parece haber asimilado la conversión de uno de los grandes imperios de la era moderna en un país normal. Un viejo imperio que, después de su expansión europea que le llevó dos veces a las puertas de Viena, se fue descomponiendo hasta su hundimiento al concluir la Primera Guerra Mundial. Un estado construido de nueva planta mediante el liderazgo de Mustafá Kemal Atatürk, Según el modelo europeo de separación de poderes, centralismo administrativo y monoteísmo nacional, sustituyó, con éxito, al enfermo otomano. El viejo imperio multinacional y multirreligioso pasó a ser un estado europeo convencional y moderno, que hizo de la laicidad una nueva especie de religión, en el que las élites urbanas, laicas y acomodadas trataban de imponerse a unas masas rurales islamizadas y con graves déficits de políticas sociales. Sin embargo, la Turquía actual, fundada sobre un nacionalismo turco agresivo y excluyente, se fundamenta en un pasado turbio de matanzas, deportaciones y la negación de crímenes contra la humanidad. Por ello generales, jueces y altos funcionarios se ponen nerviosos cuando alguien les recuerda los fantasmas del pasado.

Resulta tentador comparar la Turquía actual con la España contemporánea. En el otro extremo del continente, también es un antiguo imperio periférico que no parece asumir su condición de potencia de segundo orden. También su presente se fundamenta en un acto de violencia. La Guerra Civil, y su continuación mediante el franquismo trató de eliminar físicamente una parte sustancial de la sociedad. Ya somos muchos los historiadores que empleamos sin complejos el término de tentativa de genocidio para definir lo acontecido entre 1936 y 1977, ampliable a la violencia política que dejó centenares de muertos entre 1977 y 1985. No se trató de un genocidio sistemático y planificado, aunque el régimen franquista sí perseguía inequívocamente el aniquilamiento físico y moral de la disidencia, con un elevado grado de fanatismo. Después de un proceso de transición que ya nadie se atreve a calificar de modélico, El fracaso del proceso de la memoria histórica es la prueba fehaciente de las continuidades entre 1939 y 1977. Cuando el asunto del Estatuto y el acoso judicial a Garzón han puesto en evidencia las limitaciones del sistema político surgido a raíz de la restauración de la monarquía (con la continuidad de los símbolos y los beneficiarios del franquismo), es cuando más se percibe la inquietud entre el «derin devlet» español. «Derin devlet» es una expresión turca que se podría traducir como estado profundo, Un estado dentro del estado donde determinadas élites consideran que la nación les pertenece por derecho de sangre (la propia y la ajena) y tratan de impedir cualquier cambio que pueda perjudicar su estatus. Es así como puede se puede interpretar la dura reacción de una parte de las instituciones ante el intento de investigar el franquismo, aunque también las presiones diplomáticas que el Estado ejerce ante los intentos de varios grupos de derechos humanos de investigar, desde otros países, los crímenes amparados por la Ley de Amnistía de 1977. En este sentido, la incapacidad de enfrentarse al propio pasado (con la paradoja de perseguir los crímenes de las dictaduras latinoamericanas) hacen que España, cada vez más afectada por el virus del revisionismo histórico, esté siendo arrastrada hacia una peligrosa deriva turca.

Publicado por El Temps-k argitaratua