Los griegos llamaban “Iberia” al accidente geográfico o península al Sur de los Pirineos, el nombre viene del río “Iberia”, que sería alguno de los ríos de la actual provincia de Huelva y no el río Ebro como a veces se ha creído por error siguiendo al historiador romano del siglo I d.C. Plinio “el viejo”[1].
La palabra “(H)ispania” es posterior y de origen cartaginés, su significado es “Tierra de conejos” (Enciclopedia Larousse de Historia). En el libro “La Península ibérica en los comienzos de su historia”, el arqueólogo e historiador Antonio García y Bellido[2], asegura también el origen cartaginés de la palabra “Hispania” con ése significado, palabra que la podrían haber tomado de los comerciantes fenicios de origen libanés (Asia) que habitaban la costa de Hispania (valle del Guadiana, Huelva) y que sobre el siglo II A.c. fundaron Cartago (Túnez, África), en cuyo idioma significaba “Costa o isla de conejos”.
Cuando el cartaginés Aníbal decidió marchar sobre Roma, desembarcó con su ejército en la Península hispánica, atravesando el Ebro en el
Todavía con el emperador romano de origen hispano Adriano, en el siglo II D.c., el símbolo de Hispania era el conejo, el cual llevaban en sus estandartes y que, al parecer, no se conocía en el resto de Europa donde existía un animal similar, la liebre, pero más alargada y de diferentes costumbres. Por tanto la palabra “hispano”, de donde viene “español”, haría mención, simplemente, a los “conejos” que serían los primeros españoles.
Wikipedia: “Hispania (con) el significado de «tierra abundante en conejos», un uso recogido por Cicerón, César, Plinio el Viejo, Catón, Tito Livio y, en particular, Cátulo, que se refiere a Hispania como península cuniculosa (en algunas monedas acuñadas en la época de Adriano figuraban personificaciones de Hispania como una dama sentada y con un conejo a sus pies)”. Cinuculosa o “conejera”.
Bajo el Imperio romano era la península de Hispania un territorio dividido en diferentes provincias (tuvo hasta siete y aun más “conventos” o subdivisiones administrativas internas) que finalmente incluía el norte africano o Mauritania-Tingitana, sin ser en ningún momento una unidad administrativa, menos cultural (fuera de la propia romana) o de otro tipo.
Como deja bien claro Julio Caro Baroja en su libro “Sobre la lengua vasca”: “(…) la palabra hispano, como íbero, tienen un sentido geográfico y no otro”.
San Isidoro de Sevilla (s.VI-VII) pretendía en su obra “Historia Gothorum” que los invasores godos que acabaron con el Imperio Romano (entre otros bárbaros), sucedieron en realidad de forma natural a los romanos en el siglo V, así Suintila sería rey de «totius Spaniae». El prólogo de “Historia Gothorum” es el conocido “De laude Spaniae” (Acerca de la alabanza a Spaniae) y en él trata a Spaniae como nación goda.
Esta “nación goda” no pasó de ser una aspiración personal de los reyes godos, alejada de la realidad, pues los godos nunca ocuparon Baskonia y tuvieron en años a los suevos en Galicia, a los Exarcados del Imperio Romano Oriental (Bizancio) en el Sur (s. VI) y a los francos en los Pirineos Occidentales y centrales, por lo que el obispo sevillano Isidoro sólo hablaba en un plano erudito, alejado de la realidad social y política como señala, y veremos, Ortega y Gasset (Madrid 1893-1955). Pese a esta elucubración episcopal lejos de la realidad del siglo VII, desde el romanticismo español se proclama, aún hoy, esta falsa unidad bajo un gobierno peninsular por unos invasores de origen germánico (sur de Suecia) que suponían uno de cada 60 habitantes de la península (1/60), la cual no llegaron a gobernar en su totalidad. Los restos arqueológicos godos peninsulares son muy escasos, su influencia fue sin duda epidérmica, los restos en la lengua castellana también son contados (media docena de palabras y algunos antropónimos) y en la cultura de toda la península inexistentes.
Esta mentira está recogida incluso en la Wikipedia: “La primera idea de Hispania/España como país se materializa con la monarquía visigoda. Los visigodos aspiraban a la unidad territorial de toda Hispania y la consiguieron con las sucesivas derrotas a los suevos, vascones y bizantinos. La unidad religiosa vendría con la reconciliación de católicos y arrianos y con los concilios de la Iglesia Visigoda”. La palabra clave es “aspiraban”, también “aspiraron” a ocupar las Galias de donde los expulsaron, casi de inmediato, en el año 507 los francos.
Como dice Julio Caro Baroja en su libro “problemas vascos de ayer y de hoy”: “no hay formas de origen visigodo, es decir, esa idea del aislamiento del País (vasco) frente a los visigodos es una realidad que la toponimia confirma. Mientras por ejemplo en Castilla las formas de villa se dan en la época visigótica creando nombres como Villafáfila, Villarramiel, Villarramirelli y se usan los nombres visigodos en toda Castilla
Los godos desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos en el año
Durante
Asturias no llegó más allá del río Baias en Alaba y de Sopuerta-Karranza en Bizkaia (Oeste y entonces fuera del señorío): “Alabanque, Bizcai, Alaone et Urdunia, a suis reperitur semper esse possessas, sicut Pampilona, Deeius est atque Berroza.” Crónica asturiana de Alfonso III el Magno (866-909), llamada también de Don Sebastián, pero que se refiere a Alfonso II el Casto (789-842) (www.nabarlur.blogspot.com).
De esta forma, la literatura romántica y nacionalista española a hecho correr ríos de tinta sobre la figura del Cid[4] (1043 Vivar –Burgos-, 1099 Valencia), pero Ortega y Gasset explica a la perfección el significado de la figura del Cid y de España en esa época de cruentas guerras entre católicos e hispano-musulmanes en su libro “La rebelión de las masas”: “Suele afirmarse que en tiempos del Cid era ya España –Spania- una idea nacional, y para superfetar la tesis se añade que siglos antes ya San Isidoro hablaba de la “madre España”. A mi juicio, es esto un error craso de perspectiva histórica. En tiempos del Cid es estaba empezando a urdir el Estado León-Castilla, y esta unidad leonesa-castellana era Spania, en cambio, era una idea principalmente erudita; en todo caso, una de tantas ideas fecundas que dejó sembradas en Occidente el Imperio romano. (…) Pero esta noción geográfico-administrativa era pura recepción, íntima inspiración, y en modo alguno aspiración”.
Por tanto, “Hispania” en
Tras la expulsión de los musulmanes de los territorios del norte y centro peninsular, los cronistas de la época llamaban “hispanos” a todos los Estados al sur de los montes de Oca (hoy territorio de Burgos, delimitado por la sierra de la Demanda y de la Bureba, por el Oeste La Rioja), no así a los nabarros soberanos en su reino. El resumen de las fronteras del reino de Nabarra con “Hispania” lo deja escrito en el siglo XII el viajero franco del Camino de Santiago Aymeric Picaud: “(…) desde la ciudad de Bayona hasta los montes de Oca (…) en los montes que hay entre Nájera, Pamplona y Bayona es decir a lo largo de la costa marítima que hay en tierras de Vizcaya y Álava”. Luego señala: “Más allá de sus tierras, y pasados los montes de Oca, es decir en la dirección de Burgos, continúa el territorio de los Hispanos, es decir Castilla”.
Otro ejemplo nos lo da el rey Alfonso I el Batallador, rey de Nabarra y conde de Aragón (1104-1134), el cual dice en sus documentos que él “reina en Pamplona, Aragón, Sobrarbe y Ribagorza», y cuando en 1126 hace una expedición a Málaga añade que «fue a las tierras de España (Hispania)» (Wikipedia). Por tanto, para la sociedad medieval, Nabarra no entraba dentro del concepto geográfico y con origen administrativo romano de las provincias de la península de Hispania por el que se conocían aún a los habitantes al sur de los montes de Oca. Parece que se identifica “hispano” con el peninsular romanzado o que hablaba el latín vulgar que había evolucionado hasta convertirse en diferentes idiomas, por lo que el reino baskón, con su “lingua navarrorum”, quedaba fuera.
Fernando II el Falsario, rey de Aragón y Sicilia y consorte de Castilla, tras la conquista del reino de Granada (1492) comenzó a titularse rey de España. Es por tanto “España” la voz romanzada, latín corrupto o vulgar, como se llamaba entonces a dos reinos de las antiguas provincias romanas de Hispania unidos bajo una misma corona. Todavía faltarían 20 años para la invasión de la Nabarra reducida y un siglo para invadir Portugal.
Por tanto, hablar de algo que se llame España como Estado(s) o ente político (siquiera como aspiración a tal) y no como accidente geográfico (península hispánica) antes de esa fecha, es un absurdo histórico de un romanticismo nacionalista trasnochado que no tiene fundamento histórico alguno. Lo que es ya anacrónico del todo, es buscar una unión “nacional” en lo que era solamente una unión familiar de las coronas castellana y aragonesa que tardó muchos años en ser un solo Estado y más en ser una única nación.
Como hemos visto, los textos históricos son esclarecedores de donde empieza Hispania o España en
Podemos dar muchos más ejemplos. Entre los vascos que fueron con Castilla a la conquista del Nuevo Mundo, ha pasado a la historia la forma brutal de ser del banderizo gipuzkoano del siglo XVI Lope de Agirre, con su visión medieval (y sin duda también actual) del “más valer”. En una carta al rey Felipe II, Lope de Aguirre le hace saber que: “Dios tiene el cielo para quien le sirva, y la tierra para quien más pueda; que muestre el Rey de Castilla el testamento de Adán, si le había dejando a él esta tierra de las Indias”. El mismo Simón Bolívar, libertador de América, considera esta carta de Lope de Agirre como la “primera declaración de independencia” de América. Lope de Aguirre comentaba: “Si algunos de los soldados nos llaman traidores, hay que reprenderles, porque hacer la guerra a D. Felipe, rey de Castilla, no es sino de generosos y de gran ánimo”. Es decir, para los soldados de Felipe II su rey lo era de Castilla, no de España. Por tanto, es con el rey de Castilla con el que se conquista América y no hay una unidad estatal a la que se pueda llamar aún España (los súbditos de la corona aragonesa no podían participar de la rapiña americana).
Las provincias romanas de la península de Hispania nunca fueron una unidad administrativa (menos cultural o idiomática al subsistir, cuando menos, los pueblos baskones), y fueron de nuevo unidas políticamente bajo el germánico de padre y portugués de madre, el vallisoletano de nacimiento Felipe II de Austria o Habsburgo (1527-1598, el hijo de Carlos de Gante V de Alemania e Isabel de Portugal), durante un período muy breve en el siglo XVI al ocupar Portugal y Algarve (1580). Pero Felipe II también fue rey de Nápoles, Sicilia, Países Bajos y de Inglaterra, Duque de la Borgoña y Milán, además de todos los condados, ducados, señoríos y reinos sometidos a esas coronas como el reino de Nabarra al sur de los Pirineos. Con la ocupación efímera de Portugal, una única corona mandaba sobre los diferentes reinos de la península de Hispania desde el Imperio Romano, pero seguía sin ser una unidad administrativa (cada reino tenía sus Fueros o leyes, tenía sus Cortes diferenciadas o emitía diferentes monedas) y menos cultural, idiomática, y es un absurdo pensar en una unidad nacional, además la unidad territorial de Hispania no era total del todo, pues no incluía el Estado de Andorra, el cual era un coprincipado entre el obispo de la Seu de Urgell y el rey de Nabarra (conde de Foix), reino baskón que siguió independiente al norte de los Pirineos hasta 1620.
Felipe III y Felipe IV (su enumeración hace referencia siempre y significativamente sólo a la corona de Castilla) endurecieron las condiciones de los lusos, impusieron nuevas leyes, impuestos etc., por ello, ese período de la historia de Portugal con reyes ajenos e imposiciones continuas sobre el pueblo luso (como hoy padecemos los nabarros), se conoce como los «60 años de cautiverio».
“Las Españas” como se llamaban entonces, eran varios reinos del accidente geográfico conocido también como Península Ibérica, de ahí el plural, pero ninguno de los reinos se limitaba entonces sólo a la península y en realidad era el lugar donde vivía el emperador de origen germánico-portugués de la familia de los Austrias que tenía bajo su cetro un total de 17 coronas o reinos con territorios por todo el mundo, Estados y naciones diferentes entre ellos en todo: leyes, parlamentos, costumbres, cultura, idiomas, historia o gentes, al estilo del Imperio de Alejandro Magno, el Imperio Mongol o más recientemente el Imperio austro-húngaro o la URSS.
Lo que hoy se llama España, es por tanto, fruto de las conquistas de sus reyes y la posterior represión en torno a uno sólo de sus reinos: Castilla, no hay nada divino en ello. En su libro “España Invertebrada” Ortega y Gasset sentencia con tino: “no se le dé más vueltas: España es una cosa hecha por Castilla”.
Es más, se podría concretar diciendo que España es una cosa hecha por los reyes de Castilla, de arriba hacia abajo, extendiendo las características principales del pueblo castellano al resto de pueblos conquistados, empezando por el idioma, y que no se equivoque nadie, no hay nada de natural en ello y menos un desarrollo pacífico de acontecimientos, tal y como lo explican dos de los pensadores españoles más influyentes del siglo pasado:
“España tenía dominios allende los mares, predominó y debió predominar Castilla, el pueblo central, el más unitario y más impositivo, sí, pero el menos egoísta. Gran generosidad implica el ir a salvar almas, aunque sea a tizonazos”. Miguel de Unamuno.
Ortega y Gasset, en su famoso libro “La rebelión de las masas”: “Para explicarnos cómo se han formado Francia y España, suponen que Francia y España preexistían como unidades en el fondo de las almas francesas y españolas. ¡Como si existiesen franceses y españoles originariamente antes que Francia y España existiesen! ¡Como si el francés y el español no fuesen, simplemente, cosas que hubo que forjar en dos mil años de faena!”(…).
El francés Felipe V rey de las Españas (que así lo escribía, en plural, rey de varios de los reinos al sur de los Pirineos, s.XVIII), nieto del “rey Sol” francés el cual le ayuda a llegar al trono, no oculta su “deseo de reducir todos mis reinos de España a la uniformidad de unas mismas leyes, usos, costumbres y tribunales, gobernándose Igualmente todos por las leyes de Castilla” (Novísima Recopilación de España 3,3,1), uniformización que también intentaba hacer su abuelo en la Francia absolutista. Este texto es bien claro de que España era, todavía en el siglo XVIII, un lugar geográfico de una serie de reinos donde Castilla era el principal.
Felipe V fue el rey que suprimió los Fueros aragoneses y sus coaligados catalanes mediante el Decreto de Nueva Planta, Fueros basados también en el derecho pirenaico debido a sus inicios como condado nabarro en el alto Aragón (aran+goi), derecho pirenaico que hoy aún pervive en los derechos sucesorios de gran parte del territorio nabarro, pero sobre todo y plenamente, en la Constitución de Andorra (otro Estado de nombre euskérico como señaló J. Corominas).
José Ortega y Gasset era tremendamente crítico con el intento que desde comienzos del siglo XVIII se está llevando a cabo de crear una “España” al estilo de un Estado-nación totalitario con las naciones que quedaban para entonces de la corona de los Austrias (en manos de los franceses Borbones desde 1705 como hemos dicho), donde en realidad había y hay varios Estados o reinos y varias naciones[6], intento violento al extremo con varias guerras en los siglos XVIII-XIX-XX y una represión continuada sobre la población incompatible con cualquier intento de democracia, idea unitaria hoy extendida y casi única en la política e identidad española, que empezaron por la lengua desde muy temprano.
La nación española
El término “hispano” derivó en “espaignol” en lengua provenzal (hablado en el sur de Francia), de donde pasó transformado al castellano como “español”, y distaba entonces de lo que entendemos hoy por tal, simplemente era el gentilicio locativo de los habitantes de diferentes naciones y Estados que siguieron a las diferentes provincias romanas de la península que no incluía a aquellos no romanzados o que no hablaban los dialectos en los que estalló el latín tras venirse abajo el Estado o Imperio que lo sustentaba, y que por tanto, no abarcaba a los nabarros.
Wikipedia: “Otra teoría afirma que Spaniolus (literalmente hispanito, españolito) procede del occitano espaignol”
La nación española como tal es en realidad una idea muy reciente que nació sobre un papel, pues fue un parto de las Cortes de Cádiz de 1812, aunque pasarían años y varias cruentas guerras antes de que se pudiera hablar de una nación española como tal.
Wikipedia: “El pueblo, que hasta entonces se reconocía como «vasallo del Rey de España», comienza a identificarse como «español». En las Cortes de Cádiz, los términos de «reino» y «monarquía» fueron sustituidos por «nación», «patria» y «pueblo». Como declaró el diputado asturiano Agustín Argüelles al presentar la Constitución de 1812, «españoles, ya tenéis patria».
Las Cortes de Cádiz mandaban realmente en un territorio que iba poco más allá de la capital gaditana, pero lo que en ella se decidió, determinará todo el siglo XIX en la península ibérica. En esta Constitución, conocida como
En el año 1822
Las Cortes de Cádiz llegaron a proponer nuevas demarcaciones administrativas que hicieran olvidar los antiguos reinos y señoríos, así,
Decía esta segunda Constitución española en su Capítulo I del Título I:
Art.1: De la nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios.
Art.2: La nación española es libre e independiente, y no puede ser patrimonio de ninguna familia o persona.
Art.3: La soberanía reside esencialmente en
De estos artículos se desprende que la nación española ha menguado de forma considerable hasta quedarse en una parte muy reducida de ésta su primera definición (art. 1).
Que la nación española hasta entonces no existía, que España era simplemente el patrimonio de sus reyes (art. 2).
Que “España” trataba de imitar el modelo que surgió de
España(s), como proyecto político brutal y fundamentalista de un Estado-nación, sigue siendo un proyecto inconcluso que nació hace menos de 200 años. Es el punto de inicio para crear el actual Estado del imaginario español, buscado una coincidencia de España (territorio de un único Estado y no de una corona de varios Estados) con una única nación (de base castellana), que no había existido hasta entonces y ni existe aún hoy, aplastando para lograrlo y con todos los medios a su alcance incluidas las armas, las diferencias entre las naciones, Estados y territorios que conformaban hasta entonces aquel Imperio castellano que se había impuesto a Aragón, a imitación de lo que estaba pasando en Francia.
Es el comienzo del nacionalismo español, sobre mitos como el absurdo origen godo y una unidad que jamás se dio durante el Imperio Romano (ni siquiera las provincias de Hispania eran finalmente sinónimo de Península Ibérica al abarcar territorios norte africanos), mitos de cruzada católica contra los musulmanes encabezadas por Santiago “matamoros” o batallas inexistentes como
La humillación de ver el Imperio castellano ocupado por los franceses y tropas napoleónicas, y sus explotadas y más importantes colonias autodeterminadas e independientes, removió conciencias y creó adhesiones, los paganos de todo aquel naciente fervor patrio fuimos otros. Esa nueva nación o patria española, se impuso aprovechando la Guerra de Sucesión en la corona de Aragón (s.XVIII) durante el absolutismo, y tras las Guerras Carlistas en
La unión idiomática
Casi todos los habitantes de
En
Antonio de Nebrija señalaba en un escrito tras la conquista de Alta Nabarra que “casi todos sus habitantes son baskones” (euskaldunes), e incluye como baskonas a ciudades que fueron conquistadas en el siglo XII, incluyendo a las riojanas Calahorra o Nájera.
El sevillano Nebrija dedicó su libro “Gramática Castellana” a
– ¿Por qué querría yo un trabajo como este, si ya conozco la lengua?
. A lo que el andaluz respondió:
– Su alteza, la lengua es el instrumento del Imperio.
Se entiende muy bien la política castellana y española después respecto a los idiomas del Imperio castellano en el siguiente texto de 1492 del libro mencionado, escrito por mandato de Isabel I de Castilla a Antonio de Nebrija, donde se trataba de unificar la gramática del castellano, en el prólogo del libro aparece este texto revelador que dice: “…el reverendo padre Obispo de Ávila me arrebató la respuesta; y, respondiendo por mí, dixo que su iugo muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas, y con el vencimiento aquellos tenían necessidad de recibir las leies quel vencedor pone al vencido, y con ellas nuestra lengua”. Fue la política castellana en América como en el reino de Nabarra según se fue conquistando y subyugando.
En ese documento se dice también: “…I cierto así es que no solamente los enemigos de nuestra fe, que tienen la necesidad de saber el lenguaje castellano, más los vizcaínos (se refiere a todos los navarros marítimos), navarros (de la Nabarra reducida y libre que no sabían nada de castellano), franceses, italianos y todos los otros que tienen algún trato y conversación en España y necessidad de nuestra lengua…”.
En el texto, el propio Nebrija no incluye a los súbditos de la corona aragonesa que hablaban otros idiomas romances (nabarro-aragonés, catalán y aranés-gascón, además de sus colonias en Italia por ejemplo), sólo habla de la corona castellana, en ello se ve que la unión política castellano-aragonesa no supuso una inmediata unión idiomática, cultural, administrativa y mucho menos una unión nacional como se pretende desde el nacionalismo español actual (romanticismo trasnochado), sino algo que, tal y como escribió Ortega y Gasset, se tuvo que “forjar en dos mil años de faena(s)”.
Además, Nébrija, dejó escrito sobre los altos nabarros, en lo que será una constante en los posteriores siglos en las sucesivas “leyes paccionadas” no pactadas y “amejoramientos” que no mejoraron nada (más bien al contrario): “prestaron juramento formulario de que en adelante serían españoles y estarían sometidos a los príncipes hispanos”. Por tanto, los alto nabarros no eran españoles y los reyes nabarros tampoco eran “príncipes hispanos”.
No hay nación común cuando existe una invasión, no es algo automático, sólo cabe si bien se acepta por los invadidos y se renuncia a su propia identidad, o bien si los invasores aplican el rodillo y hacen desaparecer la nación de los Estados que ocupan, y en esto último están:
“Cuando los Estados que se conquistan, como hemos dicho, están acostumbrados a vivir en libertad y a tener sus propias leyes, hay tres formas de conservarlos: la primera es destruirlos, la segunda ir a vivir allí personalmente y la tercera dejar que sigan viviendo con sus leyes cobrándoles un tributo y creando en su interior gobiernos oligárquicos que los mantengan fieles a ti. Porque dichos gobiernos saben que, al haber sido creados por el príncipe, no pueden subsistir sin su poder y su amistad (…)” lo escribió Nicolás Maquiavelo en “El príncipe”, s.XV-XVI.
En
El pensador español Ortega y Gasset lo expone así en su libro “España invertebrada”: “Entorpece la inteligencia de lo histórico suponer que cuando de los núcleos inferiores se ha formado la unidad superior nacional, dejan aquellos de existir como elementos activamente diferenciados. Lleva esta errónea idea a presumir, por ejemplo, que cuando Castilla reduce a unidad española Aragón, Cataluña y Vasconia (Nabarra), pierden estos pueblos su carácter de pueblos distintos entre sí y del todo que forman. Nada de esto: sometimiento, unificación, incorporación, no significan muerte de los grupos; la fuerza de independencia que hay en ellos perdura, bien que sometida (…)”.
CONCLUSIONES:
España es por tanto un proyecto de Estado-nación totalitario sobre la base castellana, justificado el imperialismo en mentiras históricas:
La primera es la inexistencia de una unidad administrativa romana de la península de Hispania, sino que eran finalmente siete y numerosos “conventos” o subdivisiones administrativas que abarcaban incluso el norte de África o Hispania Tingitana.
La segunda es una falsa unidad política peninsular en torno al poder de los bárbaros godos y su imperio toledano, los cuales nunca llegaron a dominar a los baskones por ejemplo, y fue un Imperio efímero en el tiempo y epidérmico en el pueblo.
La tercera es una falsa “reconquista” desde Asturias: “Asturias es España y el resto tierra conquistada” (a los hispano-musulmanes), pues los musulmanes no ocuparon Baskonia ni Asturias llegó a invadir el territorio baskón
La cuarta es una falsa voluntaria unión entre los Estados católicos peninsulares, los cuales surgieron tras la entrada de los musulmanes en Europa: los Estados cristianos de Portugal y de Nabarra (que ya existía como Estado de Baskonia desde el siglo anterior y cuya costa fue mayoritariamente pagana hasta el siglo XI) fueron conquistados por Castilla, por suerte para Portugal, su “cautiverio” duró 60 años, es más, en el caso de Nabarra, sólo fue ocupado por Castilla el Sur, el Norte sufre el Imperialismo francés, e incluso cambió de religión junto con sus reinas renacentistas en los siglos XVI-XVII. Quedó siempre fuera de esa “unidad católica” el Estado andorrano y luego está el “grano” de Gibraltar, inglés desde hace tres siglos.
Hablar de España antes del matrimonio de los “reyes católicos” es un dislate histórico. Es más, el matrimonio entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón “el Falsario”, supuso la unión de esas coronas, pero con leyes, idiomas y pueblos diferentes, las cuales terminaron abarcaron medio mundo y 17 coronas en total sobre sus cabezas ya con su nieto y biznieto. Estos reyes católicos, acabaron de expulsar a los musulmanes de la península con la toma de Granada en 1492, pero Fernando el Falsario (muerta ya Isabel y casado con Germana de Foix), no ocupó Alta Nabarra hasta 1512, de forma brutal y teniendo que huir los reyes de Nabarra a la Nabarra de “Ultrapuertos” donde el reino siguió libre un siglo más.
La nación española no fue algo que surgiera de forma espontánea tras el matrimonio de los conocidos como “reyes católicos” (título otorgado por el emperador del Vaticano), sino que fue algo que se tuvo que forjar “en mil años de faena”. El primer paso fue el del idioma, aunque se tardaron cinco siglos de represión en ello, pues el castellano no terminó de imponerse en toda la península hasta finales del siglo XX, cuando murieron los últimos euskaldunes y catalanes monolingües tras una última y genocida represión nacional-española con el fascismo franquista. Las fases y métodos de implantación del idioma castellano fueron brutales (represión escolar, religiosa y sobre todo política) y similares a cualquier proceso de colonización.
La corona española no logró un dominio y uniformización total de su territorio hasta después de varias guerras que casi barrieron la resistencia al nuevo Estado-nación o España y que tuvieron lugar durante los siglos XVIII-XIX-XX, en los cuales la corona de Aragón primero (coaligada con los catalanes desde su génesis como reino) y
La nación española se definió por primera vez en 1812 en las Cortes de Cádiz y ha mermado considerablemente desde entonces pues abarcaba todas sus colonias europeas, asiáticas y africanas. No cabe hablar antes de esa fecha de una nación española, pues no sería más que pura especulación, y no cabe pensar que ese sentimiento nacional fuera desde el principio uniforme ni abarcara todos los territorios de la corona castellano-aragonesa sin resistencia. “El pueblo, que hasta entonces se reconocía como «vasallo del Rey de España», comienza a identificarse como «español». (Wikipedia)
Por tanto, podemos concluir que: España hoy, siglo XXI, no existe ni ha existido jamás, aunque los españoles tratan de imponer su proyecto fundamentalista y su nueva nación. Nación española creada por sus sucesivos gobernantes mediante sus ejércitos: un Estado-nación totalitario, el imperialismo es especie del totalitarismo. Para conseguir llevar a cabo su proyecto fundamentalista, deberíamos de renunciar a nuestro propio ser las naciones colonizadas por Castilla -forjadora de España-, o bien lograr los españoles-su gobierno-su ejército y demás aparatos del Estado, eliminar de forma violenta (único método empleado hasta el presente), las naciones que se les están atragantando en éste su proyecto totalitario: la nación catalana y la nación nabarra.
[1] “
[2] “Antonio García y Bellido (Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 10 de febrero de 1903 – Madrid, 26 de septiembre de 1972), fue un arqueólogo español, considerado el más influyente del s. XX. Realizó investigaciones en algunos de los más importantes yacimientos de la Península Ibérica” Widipedia.
[3] Las actuales Bizkaia o Gipuzkoa carecen de restos cristianos hasta el siglo IX (dudosos) y no se cristianizan plenamente hasta la introducción del estilo arquitectónico llamado después románico por el rey nabarro Sancho III el Mayor desde Leire junto con la orden cluniense.
[4] Del árabe “Sid” o “Sayyid” (señor).
[5] Resulta irrisorio el planteamiento de parte de la historiografía española de querer ver una unidad de los reinos hispanos en Sancho III el Mayor de Nabarra (s.XI). El medievalista Aitor Pescador junto a Roldán Jimeno publicaron en el año 2004
El propio Sancho III dejó escrito en el único documento que se conserva: “Yo Sancho rey que tengo la cumbre de mi poder en Aragón, en Pamplona, en Sobrarbe y en Ribagorza, en Nájera y en Castilla y en Álava, y el conde Sancho Guillermo en Gascuña, y Berenguer, conde en Barcelona, y el emperador don Bermudo en Galicia”.
[6] Se puede leer al respecto el artículo de Alots Gezuraga “EL ORIGEN DE
[7] P.P., es como se llamaba al padre de Jesús de Nazaret, José, -Padre Putativo-
[8] hasta