Eso de la confrontación inteligente

Para quien está acostumbrado a estudiar la sociedad como un espacio de relaciones conflictivas -de poder y de dependencia, de creencias y de incertidumbres, de intereses mezquinos y de solidaridades que se enfrentan-, pensar la política como un lugar de confrontación no pasa de ser una obviedad, una redundancia. De modo que cuando el presidente en el exilio Carles Puigdemont defiende la necesidad de seguir una estrategia de «confrontación inteligente» con el Estado, lo único que hay de nuevo y que de manera racional podía haber invitado a la especulación es saber qué quería decir con el adjetivo ‘inteligente’.

Sin embargo, y al contrario de lo que era esperable, las rasgadas de vestidura han venido por haber hablado de «confrontación». Cuando el conflicto político se traslada del ámbito de los hechos al del relato -que es donde estamos ahora-, las palabras son como chicles que se pueden estirar hasta hacerles decir cualquier cosa. En este caso, porque si bien es cierto que el independentismo ha desafiado al unitarismo español, quien ha mostrado una mayor y tenaz capacidad de confrontación -violenta- es el Estado. Y, cuando el independentismo ha quedado desbaratado, quien ha mantenido la confrontación es el Estado, demostrando que quiere aprovechar la ocasión para derrotarlo, si puede, definitivamente.

Además, se ha querido interpretar la «confrontación» como una invitación a lanzarse a una batalla campal definitiva, precipitada y sin cálculo. Han vuelto a salir las acusaciones de un supuesto «Tenemos prisa» o avalar a los «hiperventilados». ¿Es que no había confrontación sostenida en tiempo autonómicos? ¿No es esa la naturaleza de cualquier clima político? ¿Alguien cree que una hipotética independencia nos llevaría a una balsa de aceite parlamentaria, a un nuevo -y falso- oasis entre partidos o a una mar en calma de intereses sociales?

Lo que produce perplejidad es que se diga que es inconveniente «iniciar una confrontación con el Estado» cuando ya llevamos quince años de una bronca que no cesa. O que se sugiera que hay que evitarla hasta tiempos mejores, mientras el adversario mantiene la confrontación vengándose cruelmente, en particular sobre los que tiene encarcelados. ¿Puede que el vicepresidente Oriol Junqueras crea que estos tiempos mejores no llegarán hasta que él los pueda liderar? Ahora la hermenéutica es un campo de batalla y todo puede significar cualquier cosa. ¿Pero evitar la confrontación significa que hay que mostrarse manso ante el verdugo? ¿Quiere decir que hay que aceptar el ‘statu quo’ represivo, someterse dócilmente al derecho del enemigo y aceptar las condiciones de abuso que llevaron a querer la independencia? ¿Habrá que volver a cantar ‘Indesinenter’ (1) de Espriu y Raimon?

A la estrategia de la confrontación hay quien contrapone el realismo -de la derrota- y un pragmatismo que sólo puede ser entendido como el regreso al viejo y confortable ir tirando autonómico. Que al movimiento independentista le sobró confianza en la integridad democrática del Estado español es una evidencia que todo el mundo ha reconocido, a veces incluso con muestras de una autoflagelación patológica. Pero, ahora mismo -y a falta de hechos que lo desmientan-, la demanda de realismo no es más que claudicación, y el pragmatismo es un ‘lirismo’ (2). Del mismo modo, si el diálogo político no se entiende como confrontación, como un pulso en el que lo que cuenta son las fuerzas de cada uno, entonces sí que se le puede calificar de ingenuo, de mágico. Haciendo memoria de los discursos de antes del 1-O, el papel de los que ahora avalan una estrategia sin confrontación recuerda mucho a lo del arranque de caballo y la parada de asno.

Vuelvo al principio: la parte realmente enigmática de la propuesta de una «confrontación inteligente» de Puigdemont es la del significado del adjetivo, y es la que debería haber sido cuestionada. El sustantivo es mera descripción factual.

(1) ‘Indesinenter’ (Incesantemente)

Original: https://www.viasona.cat/grup/raimon/raimon-espriu-poesia-cantada/indesinenter

Versión en español: https://elpais.com/diario/1977/01/30/cultura/223426806_850215.html

(2) ‘Lirismo’ es una expresión que se utiliza en la política catalana para designar a los que frente al enemigo van con el ‘lirio en la mano’.

ARA