El plástico y la aceleración, distintivos de nuestra época, son ambos hijos del petróleo. El petróleo es el fluido vital de nuestro metabolismo económico: está presente en miles de productos de uso cotidiano, en la mayoría de los transportes y en las venas del consumismo y del usar-y-tirar. Ninguna otra sustancia condensa mejor lo que ha sido nuestra cultura, de principios del siglo XX a principios del siglo XXI. Y no por mucho más tiempo.
MIL BARRILES POR SEGUNDO. El petróleo empezó a desplazar al carbón en los buques de la Royal Navy en 1910, su extracción se disparó tras la Segunda Guerra Mundial y en los años setenta dio el primer aviso. El descubrimiento de nuevos pozos empezó a declinar en 1964 y desde 1979 la extracción de petróleo per cápita no ha dejado de disminuir. (Extracción, no producción: la producción de petróleo no la hace ninguna compañía sino la Tierra, y a un ritmo lentísimo.) Hemos usado ya la mitad de las reservas de petróleo que la Tierra albergaba – pero la mitad que queda es la más inaccesible: a menudo en ecosistemas muy sensibles, o en condiciones en las que a veces haría falta más energía para extraer el crudo que la que este pudiera aportar.
Durante un breve periodo en el verano del 2008, la extracción global de petróleo superó la vertiginosa cifra de 1.000 barriles por segundo (86,4 millones de barriles al día). Es posible que ya no volvamos a cruzar ese umbral. Expertos como Richard Heinberg consideran que el verano del 2008 marcó el techo de la extracción mundial de petróleo (como aventurábamos en estas mismas páginas el 30/ IV/ 2008) y que pronto (antes de que los niños que empiezan primaria tengan edad de conducir) no habrá el petróleo necesario para seguir nutriendo nuestro nivel de consumo. Aunque la vertiginosa alza y caída del precio del petróleo en el 2008 estuvo ligada a la especulación en el mercado de futuros, dicha especulación no hizo más que magnificar el hecho de que el petróleo había comenzado a percibirse como un bien escaso. Desde el 2005 la demanda mundial de petróleo no dejaba de crecer (debido en buena parte al aumento de la demanda en China) y sin embargo la extracción había quedado estancada: la extracción media global fue en el 2005 de 979 barriles por segundo (b/ s), en el 2006 de 978 y en el 2007 de 977. En julio del 2008 alcanzó el récord de 1.002 b/ s, en agosto cayó a 988 y en mayo del 2009 estaba en 969. Heinberg ha propuesto recordar el 11 de julio del 2008 como Peak Oil Day.
No parece haber alternativas suficientemente viables a gran escala, a menos que alguien sepa cómo cambiar las leyes de la termodinámica. La energía nuclear es tan problemática en lo económico como en lo ético, y no hay en el mundo compañía de seguros dispuesta a cubrir la responsabilidad civil de una central nuclear. La reconversión del sistema energético, aunque se oriente hacia energías limpias, renovables y seguras, requiere un enorme excedente de petróleo. Y la economía del hidrógeno sigue siendo una utopía (apenas existe en la Tierra en estado libre, producirlo requiere más energía de la que genera, y cuando se comprime es altamente explosivo).
El choque contra los límites del planeta, pronosticado (y ridiculizado por quienes se consideraban realistas) desde hace casi cuarenta años, parece que ya está aquí y que tiene no poco que ver con la crisis económica: la escalada del precio del petróleo dejó tocada a la economía global antes de la quiebra de Lehman Brothers. El geólogo Colin Campbell ya advertía en Vanguardia Dossier de enero-marzo del 2006 que «el declive del petróleo, dictado por la naturaleza… podría muy bien conducir a una segunda gran depresión». Un automóvil funciona perfectamente con el depósito casi vacío, pero el metabolismo económico se asemeja más al de un organismo: una leve carencia de un fluido vital puede desencadenar consecuencias imprevisibles. Tal vez la cultura del petróleo habrá sido tan imponente, contaminante y frágil como el buque insignia de la mentalidad industrial, el Titanic (que todavía devoraba carbón), de cuya breve singladura hará cien años en el 2012. ¿Qué ocurre cuando empieza a disiparse la materia fósil que alimentaba nuestro materialismo? He ahí todo un reto para la imaginación humana: ¿cómo diseñar, en menos de una generación, una sociedad que no dependa del petróleo y que nos permita vivir mejor con menos?
GENERACIÓN G.Paul Hawken ha contabilizado en la actualidad un millón de organizaciones no gubernamentales que luchan por la ecología, la justicia social, los derechos indígenas y otras causas altruistas. Algunos analistas de tendencias afirman que está emergiendo una generación G (de generosidad, no de gula): personas mucho más dedicadas a la responsabilidad social y ecológica que al propio beneficio. En esa dirección va la nueva cuenta de resultados que desde hace años predica el rabino californiano Michael Lerner: nuestras instituciones, empresas, escuelas y universidades, nuestro sistema legislativo y nuestras propias acciones «deberían considerarse eficientes, racionales y productivas no sólo en la medida en que fomentan el bienestar material, sino también en la medida en que fomentan el amor y la generosidad, el cuidar a los demás, la sensibilidad ética y ecológica, y nuestra capacidad de responder al universo con asombro, maravilla y admiración radical ante la majestuosidad de la creación». En esta época de cambios, la mayor transformación es la que ha de ocurrir en el corazón humano, la mayor fuente conocida de energía limpia y renovable.
RELOCALIZAR. Necesitamos hojas de ruta para la transición a un mundo poscrecimiento y pospetróleo. Como suele ocurrir, los líderes políticos se aferran a soluciones del pasado y son las iniciativas no gubernamentales las que miran al futuro. Una de tales iniciativas es lo que en los países anglosajones se llama Transition towns (municipios en transición), movimiento ciudadano que a partir de la colaboración de diferentes sectores de la sociedad, con o sin el apoyo de los ayuntamientos, empieza a dar pasos para prevenir el impacto venidero de la escasez de petróleo y el cambio climático. Las docenas de municipios que se han sumado a esta iniciativa (desde Totnes, que fue el pionero, hasta ciudades como Bristol) aplican los principios de la permacultura (que diseña poblaciones y sistemas agrícolas a partir de los principios de los ecosistemas), elaboran sus propios planes de descenso energético, recuperan la producción local de alimentos y las profesiones y conocimientos que pueden volver a ser útiles en un mundo sin petróleo, revitalizan la economía local (en la línea de lo que Gandhi llamaba swadeshi)y llegan a usar su propia moneda (como la libra de Totnes). Iniciativas semejantes empiezan a desarrollarse en nuestras latitudes, como el movimiento Mallorca Desperta, o el proyecto Post-Oil Cities, coordinado por Lluís Sabadell.
REINVENTAR. El arquitecto norteamericano William McDonough lleva tiempo intentando diseñar edificios que sean como un árbol y ciudades que sean como un bosque (nada fácil, pero su proyecto para la ciudad china de Liuzhou da más de un paso en esa dirección). Como dice McDonough, ¿qué podría superar la eficiencia y elegancia de un árbol, que produce oxígeno y azúcares complejos, absorbe dióxido de carbono, fija nitrógeno, acumula energía solar, destila agua, crea un microclima, cambia de color con las estaciones y se reproduce solo? McDonough y Braungart, autores del bestseller del diseño Cradle to cradle, proponen no sólo crear vehículos con emisiones cero, sino diseñar vehículos que generen emisiones positivas y efectos beneficiosos para el ecosistema (por ejemplo con neumáticos que capturaran sustancias nocivas del aire). Casi imposible, aunque los tiempos no están para menos. Pero saben que en el fondo no se trata solo de diseñar vehículos o sistemas de transporte. Se trata de rediseñar el mundo, reinventar todo lo que hoy hacemos. Y redescubrir mucho de lo que los espejismos del petróleo habían ocultado.