Equilibrio dinámico y sostenibilidad

Un territorio se define a partir de criterios geográficos, culturales, económicos, lingüísticos, administrativos e históricos, que pueden acabar concretándose en un marco político propio, o no. A partir de ahí, lo que le configura una identidad propia y diferenciada respecto a otros territorios es, por un lado, su vertebración y cohesión interna y, por otro lado, el reconocimiento y validación externa de esta idiosincrasia particular. El Camp de Tarragona es un territorio que aglutina varios de estos requisitos y que por tanto tiene una identidad específica, estructurada en torno a una lógica geográfica, de una tradición cultural (“gent del Camp, gent del llamp” -“gente del Campo, gente del rayo”-) , de unas sinergias económicas y de una inercia histórica. Un territorio diverso, complejo y heterogéneo, pero al fin y al cabo reconocible, desde dentro y desde fuera, gracias a su unidad funcional.

Llegados a este punto, asimilando un territorio a un sistema vivo con sus leyes de funcionamiento, podemos definir también un territorio como un conjunto de elementos que interaccionan entre sí con el propósito de conseguir una finalidad común. Bajémoslo al Camp de Tarragona, como sistema, como territorio. El Camp es un conjunto de municipios, agrupados en cinco comarcas, con unos 535.000 habitantes. Con unas relaciones internas muy fluidas en todos los ámbitos y en todos los sentidos y direcciones. Con el fin compartido de tener una voz propia a nivel nacional, estatal y europeo. Y con límites claros por contraste con otras realidades vecinas.

El Camp, como sistema vivo, debe construir su eficiencia sobre la base del equilibrio entre sus elementos. Un equilibrio que debe darle consistencia y a la vez capacidad de adaptación al entorno. Elementos distintos contribuyendo recíprocamente al bien común. Litoral, interior, playa y montaña. Ciudades, naturaleza, cultivos y bosques. El puerto y el aeropuerto. Tarraco, el modernismo, la Ruta de Cister y PortAventura. La industria química, los parques eólicos, los parajes naturales, las cordilleras y las ermitas. Barrios humildes, urbanizaciones de lujo, pueblos pequeños y pedanías dispersas. Empresas familiares, pymes, autónomos, grandes empresas, cooperativas y multinacionales. La piedra seca de los márgenes, las figuras de arena en la playa y los castillos humanos en las plazas. Tiendas tradicionales, centros comerciales, ferias en la calle y comercio online. Enoturismo, calçotadas, eventos deportivos, fiestas mayores y vacaciones familiares. Todos estos elementos y otros muchos interactuando en un equilibrio dinámico para dar vida a la realidad compatida del Camp.

La sostenibilidad –esto es la viabilidad y la perdurabilidad– del Camp como proyecto colectivo depende de la colaboración generosa, articulada y a largo plazo de todos los elementos que integran su extraordinaria biodiversidad. Sin individualidades, sin campanarios, sin personalismos, sin intereses de partido. Respetando la especificidad de cada elemento y poniendo de relieve la riqueza de su contribución, diferencial y a la vez complementaria.

EL PUNT-AVUI