Enzo Traverso (Gavi, Piamonte, Italia, 1957), uno de los historiadores más lúcidos del presente, es una de las voces más escuchadas en relación a la crisis europea del siglo XX, el fracaso de las revoluciones en Europa occidental, el ascenso del fascismo, el antisemitismo, la violencia nazi, el papel de los intelectuales y el Holocausto. Recientemente ha publicado libros tan sugerentes como ‘Los nuevos rostros del fascismo’, sobre el nuevo populismo y sus relaciones con el fascismo histórico, y ‘Melancolía de izquierdas’. Después de las utopías, una especie de balance final de lo que fue el siglo XX y el destino de las aspiraciones emancipadoras. Traverso -a estas alturas profesor en la Cornell University, en EEUU- ha estudiado a fondo la historia y la cultura alemanas de la época de entreguerras.
-La Alemania de Weimar continúa suscitando interés. Laboratorio de la modernidad cultural y al mismo tiempo del proceso de descivilización más devastador, por emplear un término inspirado en Norbert Elias. ¿Qué podemos aprender aún de la experiencia de Weimar?
-Nuestra mirada retrospectiva percibe la República de Weimar como una especie de meteoro, una estrella que, a pesar de haberse extinguido hace décadas, sigue brillando e iluminando nuestro presente. Pero las conmemoraciones de Weimar se exponen al riesgo del anacronismo. Weimar fue un laboratorio de la modernidad, sí, pero a posteriori. Lo que llamamos a menudo «la cultura de Weimar» era en realidad algo minoritario, ya que la Alemania de los años 1920 estaba dominada -como la mayor parte de los países europeos después de la Primera Guerra Mundial- por la derecha nacionalista. Los éxitos de un escritor como Ernst Jünger eclipsaban con creces los de Walter Benjamin o Ernst Bloch, e incluso a los de Bertolt Brecht. La Escuela de Frankfurt era en aquella época muy marginal. Las investigaciones históricas de las últimas décadas confirman el juicio tan lúcido que formuló Peter Gay en 1968: la cultura de Weimar era en realidad una especie de danza enloquecida al borde del abismo.
-Alemania vivió a partir de agosto de 1914 una serie de situaciones traumáticas: la guerra, el bloqueo y la penuria, la derrota, la hiperinflación, la crisis económica, el hambre, el desempleo masivo. Sin embargo, hacia mediados de los años 20 la República de Weimar se había estabilizado. ¿Qué fuerzas precipitaron su fin abrupto en 1933? ¿Qué papel debe atribuirse al contexto internacional? ¿Qué responsabilidad tuvieron los vencedores de la guerra?
-El fin de la gran inflación y el Tratado de Locarno, en 1925, crearon la ilusión de una estabilización. Pero las instituciones de Weimar no sobrevivieron a la crisis económica mundial que acometió Alemania con mucha fuerza en 1930. Esto demuestra que eran frágiles. La izquierda radical (no sólo comunista) no se identificó nunca más con una República nacida de la represión de la insurrección espartaquista de 1919. La derecha (no sólo la extrema derecha nacionalista) había aceptado la República a regañadientes: estaba formada, en el mejor de los casos, por «republicanos de razón» (‘Vernunftrepublikaner’) que mantenían, en el fondo de su corazón, la nostalgia del Reich.
La responsabilidad de los que habían ganado la guerra fue enorme. De entrada, fueron incapaces de establecer un nuevo orden continental. La Sociedad de Naciones no tuvo nunca ninguna autoridad. Francia y Gran Bretaña asistieron, sin hacer ningún esfuerzo para contrarrestarlo, al auge del fascismo en Europa. Por otra parte, la Conferencia de Versalles, en 1919, había decidido castigar a Alemania. A diferencia de sus predecesores que un siglo antes, en el Congreso de Viena, habían reintegrado la Francia de la Restauración al concierto europeo, las potencias reunidas en Versalles decidieron amputar de Alemania una buena parte de su territorio y población y le impusieron sanciones muy duras . Esto provocó un resentimiento profundo que fue explotado a partir de 1930 por el nacionalsocialismo.
-Había de verdad perspectivas o posibilidades para un desenlace diferente de la Alemania de Weimar? Por un lado, los intentos revolucionarios habían fracasado, la esperada revolución no se produjo. Por otro, la estabilización de la República, dirigida por demócratas de centro, se frustró. Finalmente, las fuerzas antidemocráticas y totalitarias, los nacionalsocialistas, tomaron el poder. Era inevitable que fuera así?
-No, nada es ineluctable. Los nazis no tuvieron nunca la mayoría de los votos. En las elecciones de noviembre de 1932 sufrieron incluso un retroceso significativo. La crisis de Weimar pudo tener un desenlace diferente y los historiadores aún se preguntan por las causas de la llegada de Hitler al poder. Ian Kershaw ha hablado, en este sentido, de un «error de cálculo» (‘miscalculation’) De las élites alemanas cuando el anciano presidente Hindenburg decidió nombrar a Hitler canciller del Reich. Estas élites cargan con una responsabilidad muy fuerte, pero no fueron los únicos que se equivocaron. La izquierda tampoco fue capaz de detener el ascenso del nazismo. La huelga de los transportes organizada por los comunistas y los nazis en Berlín en noviembre de 1932 simboliza esta ceguera. Ciertamente, habrían podido seguir otras vías. Ahora bien, nadie puede decir que habrían tenido éxito , porque entonces entraríamos en el ámbito de la historia contrafáctica. Después de tres años de parálisis institucional, el presidente de la República habría podido invocar las prerrogativas que le confería la Constitución y asumir plenos poderes. Esto habría dado lugar a una dictadura, en el sentido clásico del término, pero también habría llevado a Hitler a un terreno marginal. En Francia la reacción popular a la vista de los disturbios fascistas del 6 de febrero de 1934 puso las bases del Frente Popular. Esto indica que un frente unido de la izquierda alemana habría podido definir en 1932 una alternativa política.
-La Constitución de Weimar no fue derogada formalmente. Continuó en vigor bajo el nazismo, aunque desfigurada. No cree que esto sugiere la perspectiva inquietante de una mutación constitucional? Es decir, el vaciado de la legalidad y de las constituciones sin necesidad de un golpe de Estado formalizado …
-Este fenómeno es interesante y revela una diferencia notable entre el fascismo italiano, que tenía la ambición de construir un Estado totalitario sobre bases jurídicas sólidas, y el nazismo, que edificó su régimen sin abolir nunca la República de Weimar, como tal, y se limitó a ponerla entre paréntesis. Hay aquí algo de históricamente singular. El jurista Ernst Frankel propuso, en este sentido, el concepto de doble Estado: La estructura jurídica de Weimar se mantenía en vigor con respecto a la sociedad civil y el derecho privado, mientras que la Constitución fue suspendida y sustituida por un estado de excepción permanente, en realidad por un poder carismático que dejaba de lado cualquier justificación legal, incluso a posteriori. Por eso Franz Neumann caracterizó la Alemania nazi como una especie de Behemoth, el reino del desorden y el caos.
El epílogo de la República de Weimar muestra de una manera muy clara, en mi opinión, los límites del positivismo jurídico. La mejor Constitución no vale gran cosa si no se apoya en un poder sólido: ‘auctoritas facet legem’ .
-¿Qué papel tuvieran juristas como Carl Schmitt y, en general, los académicos y filósofos metafísicos -una parte muy importante de la cultura alemana- en la destrucción de la democracia? Y el antisemitismo, arraigado en la judeofobia ancestral de origen cristiano, pero impregnado tras un supuesto cientificismo?
-El mundo académico alemán no era nazi, dado que despreciaba a un líder plebeyo como Hitler, pero como ya he dicho tampoco se identificaba con la República de Weimar. La intelectualidad alemana no apoyó a Hitler, pero tampoco defendió la República contra Hitler. Lo que resulta impresionante, en cambio, es la rapidez de su capitulación ante el nazismo a raíz de la llegada de Hitler al poder. La sumisión de la Universidad al nazismo no encontró obstáculos. El alineamiento con el régimen nazi de dos pensadores como Schmitt y Heidegger es un hito representativa en este sentido. El antisemitismo empapaba la cultura conservadora alemana, pero no tuvo un papel determinante en el ascenso de Hitler. Lo que permitió al nazismo salir de la marginalidad y convertirse en un movimiento de masas fue su nacionalismo radical en un contexto de crisis económica. Ahora bien, el trasfondo antisemita de la sociedad alemana sí que explica por què las medidas antisemitas tomadas por el règimen entre 1933 i 1938 —desde las leyes de Nuremberg a las de arianización de la economía- no encontraron resistencias dignas de mención.
-Hoy asistimos nuevamente a un malestar social difuso. Hay muchos «perdedores de la globalización». Grupos numerosos de población podrían ser considerados superfluos en un sistema basado en la eficiencia, la competitividad y la reducción obsesiva de los costes laborales. Sigue habiendo antisemitismo, pero ya no es lo que era. Ahora son otros -los inmigrantes, etc.- quienes podrían aparecer como chivos expiatorios. Sin embargo, no hay ninguna amenaza revolucionaria y el comunismo ha desaparecido del horizonte. Hasta donde podemos llevar los paralelismos con los años 20 y 30?
-No creo que sea muy útil la comparación. La República de Weimar surgió de la Primera Guerra Mundial. Nunca fue capaz de instaurar lo que Max Weber consideraba uno de los fundamentos del Estado moderno: el monopolio legal de la violencia. En la época de Weimar los nazis, los socialdemócratas y los comunistas, todos, tenían sus propias milicias. Todo el pensamiento político de aquel tiempo, tanto de izquierda como de derecha, se basaba en la crítica del parlamentarismo o en la constatación de sus límites. El contexto actual, después de más setenta años de paz y de democracia, en la mayor parte de los países europeos, es completamente diferente. Me parece difícil de establecer paralelismos. Lo que podemos reprochar retrospectivamente a la izquierda de Weimar no es ciertamente su extremismo veleidoso (querer cambiar las cosas sin disponer de una mayoría), sino más bien su pasividad.
No es necesario establecer homologías artificiales para sacar lecciones de la historia. Sabemos a dónde llevó el antisemitismo; con ello debería ser suficiente para considerar como inaceptable cualquier forma de racismo y de xenofobia en nuestras sociedades contemporáneas.
-En los años de Weimar hubo una cultura de izquierdas muy potente, intelectualidad crítica, pensadores muy penetrantes. Todos acabaron en campos de concentración, muertos o en el exilio. Cometieron errores de apreciación? Podían haber incidido con más eficacia en los eventos? Era ineluctable su destrucción?
-La explosión creativa -estética y intelectual- de Weimar brotó de la crisis de Europa, de la que Alemania era el corazón y la placa sensible. Y sus protagonistas eran conscientes de ello. Su pensamiento crítico se inscribía en este estado de crisis. Si la Alemania que salió de la Primera Guerra Mundial hubiera sido una economía próspera y una democracia de consenso basada en instituciones sólidas, no habría producido eso que llamamos la cultura de Weimar . La destrucción que fue su destino final no era ineluctable, pero la posibilidad de un eclipse le era consustancial y la acompañó en todo momento como una sombra. No fue destruida por fuerzas exteriores. Fue víctima de sus propias contradicciones.
EL TEMPS
Publicado el 9 de diciembre de 2019
Núm. 1852