Soberanía o subordinación. No hay democracia sin sociedad soberana es el título del nuevo trabajo del abogado Tomás Urzainqui, de la mano de la editorial Pamiela. Este libro, encuadrado en la colección Ensayo y Testimonio, fue presentado en sociedad recientemente y ha recibido buenas críticas como la de Víctor Alexandre. Se puede estar o no de acuerdo, pero lo que es cierto es que provoca el debate.
Este libro viene a ser la culminación o la conclusión de una larga línea iniciada y en su prólogo ya lo ubica en ese ámbito cercano al ensayo político. Sin embargo, para el que no conozca sus libros anteriores, ¿no puede ser un texto un tanto categórico?
Aquí, sí que padecemos la negación categórica de esta sociedad diferenciada, que se materializa en la ficción de una aparente normalidad prefabricada, como sustitución de la sociedad real subordinada. La soberanía es un concepto fundamental para las sociedades humanas. A nuestra sociedad, al negársele su soberanía, se le ha ocultado su memoria histórica y también su propia existencia política, constitución, derechos, estatalidad y sistema jurídico. De ahí que comencé por considerar como previa la importante tarea de recuperar la historia de esta sociedad, para a continuación en este último libro poder rescatar su derecho y su condición soberana.
Se lo pregunto, por ejemplo, por una afirmación que cruza todo el libro: «Sin soberanía no hay democracia». Le cambio el orden de los factores y le devuelvo la afirmación en forma de pregunta: ¿Sin democracia es legítima la soberanía?
La sociedad soberana resulta precisamente el concepto clave del libro. Evidentemente, la manifestación más clara de la sociedad soberana es su praxis democrática, sin democracia no puede haber sociedad soberana. La existencia de una sociedad dominada por otra, produce un doble efecto: que la primera padezca el secuestro de la soberanía por la segunda, pero que a su vez ésta como consecuencia de ello tenga una seudodemocracia. Se insiste en la necesidad de la voluntad ciudadana, pero se suele ocultar el requisito de la soberanía, cuando si una sociedad es privada de su soberanía no puede disfrutar de la democracia.
Este libro, lo mismo que los anteriores, tienen como mérito -aunque no exento de polémica- el hecho de rebobinar el devenir de los acontecimientos para de alguna manera empezar de cero en un intento de corregir las deformaciones que bien desde el punto de vista españolista, bien desde el sabinoaranismo, hayan podido pesar en la Historia de Navarra. ¿Sin embargo, cómo se puede evitar el riesgo de caer en esa misma tentación desde una nueva óptica?
No se puede sustentar la soberanía de una sociedad si no se parte de su propia Historia y Derecho. La vacuna para no caer en derivaciones esencialistas, ocultadoras y negadoras, en suma autoritarias, está en la inmediatez física y moral con respecto a la sociedad subordinada, en descubrir su situación de dominada por la sociedad dominante y su Estado gran-nacional. Se trata, en términos de igualdad, de reconocer y respetar a la hasta ahora declarada inexistente, la sociedad subordinada.
Es loable el esfuerzo de aclarar que gran parte de la realidad administrativa actual (reparto en dos autonomìas y dos estados, etc…) fue fruto de una imposición y no de un pacto o una decisión colectiva. Pero por qué descarta que el Reino de Navarra, como «Estado vasco», en su formación también lo pudo ser. Puestos a poner el kilómetro cero, cada cuál puede ir a donde le convenga…
No estamos hablando de a ver quién es más invasor, conquistador o imperialista, sino de la realidad de una sociedad conquistada y dominada por otra con voluntad de hegemonía y absorción. Es precisamente el vaciado impuesto que padece la sociedad subordinada, lo que le hace desconocer hasta su existencia. Esta sociedad es violentamente invadida en la era moderna y desmantelada en los años 1789, 1841 y 1876. Son los dos Estados gran-nacionales, Francia y España, los únicos que se han impuesto a esta sociedad, planificando su desaparición. Levantar infundadas sospechas sobre la historia, el derecho y el Estado propios, no es más que el fruto de la incapacidad para justificar el estatus jurídico-político de dominación a que se ve sometida Navarra. Esta sociedad es una, no siete. La partición territorial es fruto de la dominación.
Impuesto o no, lo real es que el punto de partida actual es el que es. En su libro no admite las potencialidades que otros ven en el concepto de «co-soberania», aunque quizá entre la «no soberanía» y la «soberanía plena» pueda haber un paso intermedio ¿no? Ejemplos como el de EEUU, Suiza o Alemania y acontecimientos como el estatuto catalán también van por ahí. Como ejercicio intelectual y para encaminar la praxis puede estar bien desenmascarar versiones, pero en política hay dos pautas claras: principio de realidad y principio de correlación de fuerzas… ¿Cuál es su receta?
Sí a los principios de realidad y de correlación da fuerzas, pero la duda está en qué se entiende por realidad. No es lo mismo partir de un montaje de la irrealidad construido por la fuerza, que buscar con honradez la base de la propia realidad para poder a partir de ella iniciar el legítimo proceso soberanista; en el que lógicamente y en función de los objetivos prioritarios entrarán en juego las distintas correlaciones de fuerzas, pero no al revés. Ignorar u obviar la subordinación de la sociedad sólo conduce a fortalecer las estructuras de dominación. Ni en EEUU, Suiza o Alemania existe cosoberanía. Sólo cabría aplicar tal concepto a las estructuras de la Unión Europea con referencia a la relación que tienen en ellas los Estados miembros. La sociedad subordinada no es reconocida y por ello no le van a permitir que pueda decidir, lo que automáticamente significaría su existencia. La privación de la soberanía y el desmantelamiento del sistema jurídico no ha sido decidido por los ciudadanos navarros ni por sus asambleas representativas. De ahí la entelequia del pacto político y la secuela de la negación del derecho a decidir.
¿En este contexto son posibles las dobles identidades, es decir, ser o sentirse navarro y español; navarro y francés; navarro y ecuatoriano…?
Español, francés y ecuatoriano son realidades sociales reconocidas, pero navarro, no está oficialmente reconocido como realidad social, política o cultural al mismo nivel que las anteriores. Sólo se puede hablar de dobles identidades y aun de cosoberanías, si existe una relación de igual a igual, de mutuo reconocimiento y respeto. En la práctica sólo existirá la identidad que es soberana, pues la subordinada no pasará de ser un deseo.
Comienza su repaso histórico en tiempos muy lejanos y lo termina con un caso muy concreto como es la polémica de la Plaza del Castillo. Comenta que lo que estaba en juego allí no era tanto borrar las huella del pasado -que también-como negar el derecho a decidir y pronunciarse de la sociedad. ¿Por qué tienen tanto miedo los partidos que mandan o han mandado en Navarra a los referendos y consultas populares?
A la sociedad española y a sus partidos gran-nacionales no les preocupa tanto quién puede ganar en los referendos, como que con ellos se pone en evidencia el actual sistema que carece de la soberanía ciudadana imprescindible en toda democracia.