Entrevista a Luis Mª Mtz Garate

Luis Mª Mtz Garate es un escritor insólito, al que hay que conocer de cerca. Culto, lúcido, penetrante, didáctico y directo en su exposición. Pero hay que seguirle en corto en su andadura, porque no se anima a dar el salto a la escritura pública. Apenas se le conoce obra escrita, a pesar de la profundidad de sus análisis sobre la realidad vasca. Con Nabarralde ha publicado una reflexión imprescindible sobre el paradigma navarro, el modelo de interpretación que necesitamos para abordar nuestro particular nudo gordiano (Haria 26. Nabarralde).

– Cuando hablas del paradigma navarro, ¿puedes resumir esquemáticamente lo que significa?

En mi opinión, a lo largo de la historia, e incluso actualmente, hay tres modelos, es decir tres paradigmas, para interpretar la realidad de Vasconia. Esta interpretación tiene mucha trascendencia, ya que no sólo hace referencia al «modo» de explicar nuestro pasado sino, sobre todo, de la forma de proyectarnos como sociedad hacia el futuro.

Nuestro país fue visto por la mayor parte de nuestros historiadores clásicos, como Garibay, Larramendi y otros entre los que se puede incluir incluso a Moret, a través del paradigma foral. Los carlistas del siglo XIX y principios del XX fueron sus principales valedores políticos e incluso esgrimieron las armas en su defensa. En dicho paradigma, aunque no se niega la existencia de algunas conquistas, como es el caso de la de 1512 sobre Navarra, afirma que su «superación» siempre ha tenido lugar a través de «pactos». Bizkaia, Araba y Gipuzkoa «pactaron» de igual a igual con el reino de Castilla su sistema foral propio. De modo análogo lo hizo lo que quedaba de Navarra, con ese nombre, a partir de 1512; fue, afirma dicho modelo, una unión «aeque principaliter», un pacto «entre iguales». Esto tiene una enorme trascendencia, ya que quienes así lo plantearon, y siguen planteándolo hoy, buscan para el futuro de nuestra sociedad un esquema análogo. En el mismo se encuentra, por ejemplo, la propuesta Urkullu-Imaz de un nuevo «concierto político» con España.

Tras las derrotas sufridas por nuestro país en las guerras decimonónicas y la nueva perspectiva del hecho nacional como factor renovador de la política en Europa, Arana Goiri planteó un nuevo paradigma. En su visión, nuestro país era representado como una nación en el pleno sentido de la palabra. Según Arana, los vascos no somos ni españoles ni franceses, somos simplemente «vascos», con todo lo que implica de necesidad de reconocimiento internacional y de capacidad de acceso a una independencia real de España y Francia. La perspectiva de Arana Goiri fue un importantísimo salto cualitativo con relación a la foral. No obstante, tuvo tres aspectos que supusieron para ella un lastre de gran importancia: la primera consistió en una aceptación parcial del paradigma foral, ya que, por un lado, seguía manteniendo la visión «pactista»; por otro, que aceptaba siete territorios históricamente independientes entre sí como base del país y, por último y muy fuertemente unido a lo anterior, la necesidad de encontrar una denominación política para el país de los vascos, de Euskal Herria (literalmente, «pueblo vasco», «pueblo del euskara»). Sabino Arana Goiri inventó un nombre, Euzkadi, sin percatarse de que los vascos, desde hacía ya muchos siglos, teníamos una denominación política, la de su Estado histórico: Navarra. Concediéndole el «beneficio de la duda», voy a suponer que fue por simple ignorancia de nuestra historia o por su conocimiento parcial y sesgado aprendido a través de los historiadores españoles. Puso como «centro» del país a Bizkaia , tal y como correspondía a su vigor económico en aquella época, por eso lo he denominado como «paradigma bizkaitarra».

El tercer paradigma, pienso que viene a corregir los fallos de los planteamientos de Arana Goiri. Por un lado, consiste en afirmar que en el País Vasco-Navarro nunca hubo «pactos» sino que hubo conquistas, ocupaciones y dominación extranjera. La teoría de los pactos procede de la forma de encontrar un «acomodo», por parte de las élites vascas dominantes en su época sobre todo, en la política castellana de los siglos XVI al XVIII. El momento en que este estatus «hace aguas» coincide con la época en las que las monarquías absolutistas como Francia y España intentan dar el paso al estado moderno, desde su perspectiva unitaria. La imposibilidad del mantenimiento del «paradigma foral» da lugar a las guerras carlistas. De nuestra derrota en las mismas, surge Arana Goiri y el «paradigma bizkaitarra». Vistas sus limitaciones y su no superación real, práctica, de la perspectiva foral, según se desprende con nitidez del modo de hacer política de sus herederos (pnv y eta, fundamentalmente), surge la necesidad de un nuevo paradigma. Se trata del «paradigma navarro». En primer lugar, como ya he dicho antes, no hubo «pactos» hubo conquistas y ocupaciones sobre un Estado que existía y tenía todos sus atributos a nivel internacional; era el Estado de los vascos: el reino de Navarra. 1200, 1461, 1512-24, 1620 son fechas de conquista y dominación por parte de los estados «vecinos», Castilla y Francia. Si añadimos 1841 y 1873, tendremos casi todas las fechas de minoración y sustitución institucional en Vasconia.

Navarra es la máxima estructura política de la que se ha dotado el pueblo vasco a través de su historia. Es el soporte histórico del nuevo paradigma. Pero hay más: la perspectiva mundial del momento presente, con la globalización y la crisis, con la Unión europea, la OTAN y otras alianzas y con todos los tipos de conflictos que se encuentran en activo hoy en nuestro planeta, se percibe como una exigencia que nuestra participación democrática en todos los foros internacionales sea hecha con voz propia, con nombre y apellidos, como sujeto político, como Estado independiente. Nuestra existencia, feliz a ser posible, como seres humanos, el ejercicio democrático de nuestra ciudadanía, con su lengua, cultura y patrimonio en general, garantizado, con sus perspectivas de futuro, pienso que exigen nuestro acceso a la situación estatal. Y ese Estado, opino que no puede tener otro nombre que el de nuestro Estado histórico, debidamente actualizado: la República de Navarra.

El «paradigma navarro» no surge de la noche a la mañana se va gestando en un proceso bastante largo cuyo origen posiblemente esté en la personalidad de Xaho, pero que se desarrolla durante el siglo XIX con la «Sociedad Euskara de Navarra», con Arturo Campión como figura más significativa. Son muy importantes las aportaciones de Anacleto de Ortueta, Pierre Narbaitz y, por supuesto, Tomás Urzainqui, Mikel Sorauren y las reflexiones de la sociedad Iturralde. Nabarralde surge como un medio, un instrumento, para promocionar este mensaje.

-¿Navarra ha sido tan importante para la sociedad vasca, hasta el punto de que un proyecto de libertad y de futuro pase ineludiblemente por ella?

Creo que en la respuesta a la anterior pregunta se encuentra una perspectiva bastante clara de lo que ha supuesto Navarra para Euskal Herria. Son dos caras de la misma moneda: Euskal Herria fue capaz, como pueblo, de construir un Estado: Navarra. Navarra, como Estado, supuso la garantía para la pervivencia de Euskal Herria, el pueblo vasco, el pueblo del euskara.

Los procesos de realimentación positiva (o negativa según los casos) entre «pueblo y estado» y «estado y nación» han sido muy bien estudiados. Nuestro principal problema consiste, tal vez, en que cuando este proceso de realimentación, sobre todo en la fase de máxima intensidad de «nacionalización» del estado sobre sus territorios, en los siglos XIX y XX, el nuestro estaba ocupado y casi destruido. Y caemos en la órbita española o francesa y en sus «amables» procesos de «nacionalización».

Sin Estado propio difícilmente recuperaremos un estatus normalizado para el euskara, para nuestra cultura o para cualquier otra faceta de nuestra vida social, económica o lúdica. Bien sé que no es una condición suficiente, pero creo que si tenemos la voluntad y fuerza social suficiente para recuperarlo, la vamos a tener también para normalizar nuestras propias «señas de identidad», como es el euskara o como puede ser la revitalización de nuestra «cultura política».

En pura teoría, es planteable la exigencia de un Estado propio (necesidad ineludible en el mundo actual como ya he dicho) sin avales históricos. Pero me resultaría muy difícil de entender que quienes pudieran defender tal situación, hicieran «tabla rasa» de nuestro Estado histórico. Un Estado que, además, tuvo unas características muy especiales y avanzadas con relación a otros de su entorno y época. Además, un Estado que fue pionero en el proceso, interrumpido violentamente, de «nacionalización» de su territorio, como se produjo, por ejemplo, con la promoción literaria de la lengua propia, en el siglo XVI, desde sus máximas instituciones. Sería dilapidar un capital valiosísimo. Máxime cuando el tipo de conquistas y ocupaciones que ha sufrido nuestra nación no prescriben, en el campo del Derecho Internacional, mientras quienes las han padecido sigan reivindicándolas.

Por todo ello, me producen un enfado especial situaciones en las que un señor como Ibarretxe con su responsabilidad «institucional», española sí, pero como «vasco» en el Congreso de los Diputados de España, es incapaz de responder a la objeción de que «los vascos no han tenido nunca un Estado». ¡Qué fácil es la respuesta!, pero ¡qué difícil de verbalizar se le hace a Ibarretxe o, en general, a todo su entorno político!

-¿Puede la historia ayudarnos a interpretarnos, a comprender nuestra realidad y nuestros problemas?

Es un elemento clave. Todas las naciones del mundo que disfrutan de su Estado propio lo hacen cotidianamente y sin que apenas se note. Más todavía si esos estados están en fase de «aculturizar», en todos los sentidos, a naciones ocupadas por ellos y asimilarlas. Ellos no dudan en utilizarla, es más, se sienten obligados a hacerlo, al mismo tiempo que a nosotros nos insinúan, de modo melifluo pero completamente hipócrita, que «eso de la historia está superado», «no conduce más que a exacerbar odios étnicos» y otras lindezas intelectuales. Mientras tanto, ellos siguen celebrando su «reconquista contra los moros», su 1492 con conquista y exterminio de indios incluidos, su guerra de la «independencia» por un lado; sus «antepasados los galos», su Juana de Arco, su «revolución» o su «gloriosa resistencia al nazismo», por el otro. Desde cualquier estado constituido y ejerciente se cultiva la «identidad» de sus ciudadanos, pero sólo en tanto en cuanto coincide con los intereses de la nación dominante (en nuestro caso España o Francia). La de los dominados, como catalanes, bretones, vascos y tantos otros es, sencilla y llanamente, «etnicismo».

A través de la historia somos capaces de comprender el proyecto político de Castilla, seguido posteriormente por su sucesora política, España, de dominación estratégica de la Península Ibérica. Percibimos con nitidez todos sus intentos para lograr nuestro aniquilamiento. También se pueden encontrar atisbos de esperanza y excepciones en su proceso asimilador como lo fue la independencia de Portugal a mediados del siglo XVII.

-¿No corremos el peligro de quedarnos como la mujer de Lot, convertidos en estatua de sal por mirar demasiado hacia atrás?

El «Angelus Novus» de Klee simboliza para Walter Benjamin precisamente este proceso. El «ángel» mira hacia atrás, pero se encuentra arrastrado por un fuerte viento, un torbellino, hacia el futuro. Mirar atrás puede ser, efectivamente, un acto de «autogratificación colectiva» o de «autocomplacencia». Pero no es ese nuestro caso. Pienso que tenemos que saber nuestra historia sobre todo, porque en su conocimiento no hay «lugares vacíos». Los mimbres que no pongamos nosotros, desde nuestra perspectiva de vencidos, los van a poner los vencedores y serán, como también dice Benjamin, doblemente vencedores: en el proceso histórico y en su reconstrucción.

Para no volver a ser derrotados tenemos que construir nuestro propio discurso, tanto o más válido del que han elaborado quienes nos han dominado. Será, obviamente, muy diferente del suyo, corresponderá a la perspectiva de los dominados y colaborará en la toma de conciencia necesaria para lograr la emancipación. En el fondo será mucho más valioso para el conjunto de la humanidad.

Además conocer nuestra realidad histórica sirve para reafirmar la propia autoestima como sociedad y este es un factor de rearme social de primer orden para el logro de nuestra emancipación.

-¿Cómo podría abordarse un equilibrio territorial interno que integrara las diversas marchas con que avanza, en sus distintos núcleos o zonas, norte, sur, este, oeste, la comunidad vasca?

Esta es una pregunta para «matrícula de honor» y no sé si me la merezco. Creo que no, me conformo con aprobar. Intentar una respuesta medianamente válida es todo un reto; acertar, casi un imposible.

Históricamente el polo central, el núcleo político de Vasconia, se ha ubicado en su Estado, Navarra. Con el agotamiento, por asfixia provocada, del sistema foral, la Navarra que seguía manteniendo tal nombre fue el elemento humano y territorial básico en el soporte de las guerras carlistas. A partir de las derrotas fue, sin discusión, el territorio que más sufrió. La sensación de derrota colaboró con la derrota real, en un proceso de realimentación negativa, sobre una población y un territorio inermes. El euskara retrocedió demográfica y territorialmente a nivel de vértigo en su geografía. La «decadencia» de esa parte de Navarra que seguía llamándose «Navarra» fue abrupta en todos los sentidos. Una consecuencia de tal situación fue su participación masiva, vía carlista, en la sublevación militar de 1936. Es evidente que en ese año no era una sociedad «homogénea», ya que constituyó el único territorio del Estado español que no teniendo frente de guerra produjo la «friolera» de 4.000 asesinatos «legales». Creo que la actual situación política de lo que los españoles denominan en la organización política y administrativa de su Estado como CFN sufre intensamente sus consecuencias.

A este proceso de hundimiento acompaña, en los finales del siglo XIX, el auge vizcaino. El hierro de Bizkaia se erige en nodo de un crecimiento económico muy fuerte. Bilbao se encuentra controlado por una clase burguesa que es realmente rica. Y eso se manifiesta en su estructura urbana, en sus edificios y en su nivel cultural. A la decadencia del polo «navarro» se une el auge del polo «vizcaino». El análisis profundo y centrado, desde la propia perspectiva vasca, del crecimiento industrial y financiero de Bizkaia en esa época requeriría muchas tesis doctorales. Muchas. El polo de crecimiento vizcaino (ojo, no digo bizkaitarra) se encuentra completamente asimilado a la evolución económica y política de la oligarquía dominante en el Estado español y sus intereses nacionales son totalmente españoles. Esto se manifiesta claramente en su activa participación en la sublevación militar-fascista de 1936. El bizkaitarrismo, Arana Goiri, pienso que surge como una rama lateral de este auge económico, aunque sea una rama con mucha fuerza social en la Bizkaia profunda, rural, pero bastante poco atractiva desde el punto de vista del análisis histórico y político. De hecho, no se produce la eclosión de una burguesía nacional propia en Bizkaia en aquel momento y donde surge, bastantes años después, es en Gipuzkoa y con base en empresas de tamaño pequeño y medio. Esta estructura social, ya industrial, sí dio soporte a un determinado tipo de «nacionalismo vasco», pero que básicamente asume también los postulados de Arana Goiri.

Hay algunos autores que a partir de la crisis del polo «navarro» y el auge del «vizcaino» han hablado una «bipolaridad vasca». En cierto modo pienso que tienen razón. Lo que sucede es que no se puede confundir esa perspectiva «vizcaina» con el «bizkaitarrismo». Aunque hoy en día determinados sectores del mismo, como por ejemplo el alcalde de Bilbao y el diputado general de Bizkaia, más parecen haberse integrado en ese mundo «vizcaino», que no «bizkaitarra».

A mi entender, sí existe una cierta polaridad en nuestro país. Bizkaia y Navarra son sus expresiones más comunes. Pero para que una de las partes fuera realmente «Bizkaia» tendría que entrar en una perspectiva «nacional» vasca de verdad y eso no lo veo nada claro. En el territorio de Bizkaia existe una gran fuerza social que la apoya, desde su perspectiva «aranista», por supuesto. Pero ahí existe una batalla que no sé hasta que punto se está disputando; por lo menos en el campo político no se percibe fácilmente. Los clásicos intereses de lo que se llamaba la «oligarquía bilbaína», hace mucho tiempo que pasaron al control «público» del Estado español (Iberduero, otras muchas empresas, los bancos etc.). Hoy existen muchas realidades económicas y sociales que, debido al clientelismo de quienes gobiernan en la CAV, da la sensación de que están bajo control «vasco». Sobre estos elementos habría que trabajar fuerte, en profundidad. El polo navarro supone la expresión simbólica de nuestro conflicto secular. Sin su adecuada comprensión nunca llegaremos a percibirnos como nación en el pleno sentido de la palabra. El polo navarro, ya es tópico, representa su base territorial y estratégica fundamental.

Necesidad ineludible es, en mi opinión, que con toda esta ingente cantidad de material en forma de cuestiones históricas y de perspectivas de futuro: de ordenación del territorio, de sistemas educativos, etc., algo debemos hacer. Pienso que el objetivo de la consecución de un Estado propio, como ya he dicho antes, es estratégicamente el primero y sin el que el resto quedan diluidos, se pierden. Bien sabemos que sin los polos o ejes económicos de Bizkaia, Gipuzkoa y Araba nuestro país tiene un futuro incierto en Europa y en el mundo, pero también sabemos que sólo con eso tampoco lo tiene.

Nuestro pueblo, en sus manifestaciones sociales, muestra en todo momento y por todas partes su unidad básica. En el fondo, expresa la cultura política recibida por la «nacionalización» que realizó su Estado histórico, el reino de Navarra, bien directamente o bien, de forma indirecta, a través del «sistema foral» vascongado, procedente del mismo o con un origen similar. Las expresiones espontáneas de su capacidad de autoorganización son una manifestación de esa «cultura política». Ikastolas, cooperativas, iniciativa empresarial o, incluso, los movimientos antimilitaristas, son algunas de las manifestaciones que, desde mediados del siglo pasado, lo confirman.

En esta estrategia deberemos hilar muy fino para concertar intereses hoy aparentemente divergentes con el mismo objetivo. Tendremos que buscar modos de complementar nuestras realidades actualmente dispersas o, incluso, contrapuestas, definir apoyos mutuos y la capacidad interna de enriquecernos con nuestras experiencias. Yo creo que parafraseando al victorioso presidente Obama: «bai, guk ahal dugu!»

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