Enseñanzas y avisos desde Catalunya para la vía vasca a la independencia
No estuve en Catalunya durante la cadena humana de este 11 de septiembre, pero sí en la manifestación gigantesca del año 2012. Confieso gustoso que me produjo una gran impresión, amplificada por el privilegio de vivirla al lado de otras personas invitadas, fundamentales catalanas, con las que pude hablar e intercambiar ideas.
Una idea se repetía una y otra vez en aquellas conversaciones: en Catalunya os hemos adelantado. Y esa era también la sensación que uno tenía al ver aquella multitud. Nos movíamos entre la envidia, la admiración y una cierta sorpresa, porque hace años semejante efervescencia independentista no parecía muy probable. No nos lo había parecido en su momento a quienes solíamos viajar desde Euskal Herria, pero como nos confesaron las gentes de la ANC tampoco ellas eran entonces capaces de imaginarlo.
Pero entre bromas acerca de quién llegará primero a la línea de meta, hubo quien nos confesó que un crecimiento tan espectacular provocaba también cierto vértigo: ¿Y si esa marea se desinflaba en tan poco tiempo como había irrumpido? ¿Cómo actuaría esa gran masa social ante una situación de negativa absoluta desde Madrid? – De esto último sabéis algo más en Euskal Herria nos confesaba uno de los organizadores.
En realidad, lo sucedido en Catalunya, aunque en el último tramo haya tenido una evolución espectacular, no ha surgido de la noche a la mañana, ni mucho menos. Estamos ante el estallido de fuerzas más o menos subterráneas que venían creciendo y ampliándose hace ya unos cuantos años. Diversos factores, entre ellos la crisis, la convicción de que España roba a Catalunya y el sentimiento de agravio ante la prepotente y barriobajera gestión del Estatut fueron creando un ambiente en el que una acertada gestión por parte de agentes sociales como la Plataforma por el Derecho a Decidir primero y la ANC después permitieron cristalizar ese malestar y hartazgo en un clamor por un estado propio.
Para un análisis más profundo habría que cavar más, analizar la experiencia del tripartito y sus consecuencias en la dirección de CDC, el crecimiento de las CUP, las crisis internas en ERC o el desencanto en el PSC, pero también la influencia de los cambios vividos en Euskal Herria, mucho mayor de lo que a primera vista podría percibirse, pero tal empresa excedería las pretensiones de este artículo.
En todo caso, el proceso catalán presenta elementos muy interesantes, que pueden ayudarnos a hacer frente a nuestros propios desafíos. Uno de ellos está en la necesidad de una estrategia concreta que convierta esa efervescencia popular en una marcha decidida hacia la independencia. Catalunya tendrá que superar obstáculos muy importantes en ese camino. Uno muy claro, la posición cerrada del estado español, respaldado por otros agentes europeos, aunque no de un modo tan rotundo como nos quieren hacer creer.
Una vez conformado el muro de la intransigencia, no sirve la “opción Ibarretxe”, esto es, plegar velas, volverse a casa y quejarse de la cerrazón española. No sirve, entre otras cosas, porque nadie tenía una sola razón para pensar que España fuera de repente a reconocer el derecho de Catalunya a decidir libremente su futuro.
Y de la respuesta a esa negativa depende otra gran clave del futuro de Catalunya: los comportamientos de los diferentes agentes ante la clarísima demanda social de organizar una consulta popular decisiva y explícita cuanto antes.
Sabemos que España ha dicho y dirá no hasta que se vea obligada a cambiar de actitud o asumir los hechos consumados. Lo que no sabemos es qué harán algunos de los protagonistas de esta importante batalla ante esto. Y no lo sabemos porque han tenido comportamientos contradictorios en los últimos tiempos. Confundiendo independencia con pacto fiscal, por ejemplo.
Esta confusión planeaba sobre la manifestación de 2012 y ahora también se proyecta sobre el debate en Catalunya. Y aunque aquí no se haya reparado demasiado en ella, nos afecta, porque una de las opciones que algunos agentes han puesto sobre la mesa es la aplicación a Catalunya del modelo fiscal diferenciado de los territorios vascos peninsulares, también llamados forales.
Todavía durante la mañana de la Diada de 2012, Artur Mas insistía en situarla en el centro del debate, pese a las reprimendas de la ANC, que una y otra vez había aclarado que la manifestación de la tarde defendía explícitamente la independencia. Desde entonces, vuelve a aflorar, aunque se encuentre en retroceso por el avance del independentismo explícito y la intransigencia del estado español.
En cualquier caso, no estamos ante un simple matiz. Como sabemos bien en Euskal Herria, el cupo no es sinónimo de estado independiente, ni muchísimo menos. Sin embargo, por una serie de razones, entre ellas la estrategia de CiU para eludir su responsabilidad por los recortes y su complicidad directa en la burbuja inmobiliaria y financiera, mucha gente piensa en Catalunya que un sistema fiscal diferenciado equivale a la soberanía plena. Una y otra vez he escuchado allá que en Euskal Herria vivimos poco menos que en un paraíso gracias a ese sistema fiscal, mientras Catalunya es sometida a un expolio intolerable.
No seré yo quien niegue que Catalunya ha sido timada una y otra vez, aunque habría que matizar que no sólo por España, también por buena parte de su dirigencia empresarial y política, muy unida históricamente a España, por cierto. Pero tengo muy claro que eso que España no nos ha podido quitar ni siquiera después de dos guerras perdidas en el siglo XIX y todas las barbaridades del XX no puede en ningún caso presentarse como sinónimo de independencia.
En todo caso, intuyo que la “vasconavarrización” fiscal de Catalunya constituye el horizonte político de diversos sectores del Principat y no debe perderse de vista, porque podría ser una de las recetas de algunos sectores del propio estado español.
No es así ahora mismo, como sabemos. De hecho, las posiciones en el núcleo duro del estado se han radicalizado tanto en términos involucionistas que la dirección del PP ha satanizado a su líder catalana por proponer una falsa y timidísima vía intermedia. Pero yo no descartaría que, en un eventual escenario de creciente polarización, esta posibilidad u otra similar o susceptible de presentarse como similar fuera puesta sobre la mesa.
Entre la independencia y el actual estado de cosas hay un terreno, cada vez más acotado por la polarización de posiciones, pero que algunos van a querer ensanchar a toda costa. No es una discusión cerrada y habrá que ver en qué términos evoluciona.
Y esto nos lleva a la discusión sobre nuestro propio futuro. Porque el sistema fiscal foral no es la independencia, porque realmente no supera la subordinación, no puede ser nuestro horizonte. Este sistema, la foralidad, la autonomía y la propia subordinación no son sino un pasado y presente que debemos dejar atrás cuanto antes.
Sintomáticamente, ciertos agentes que dicen ver con buenos ojos el proceso catalán pero se niegan a implicarse en un proceso que vaya en la misma dirección, están instalados en una posición conservadora, centrada en mantener el actual status quo o, en su caso –ahora poco probable dados los vientos que soplan por Madrid- maquillarlo. Siguen entrampados en la foralidad y la autonomía, sin querer romper con la subordinación ni superar eficazmente la división territorial del país.
Aquí, como en Catalunya, lo que está en discusión es aceptar unas reglas de juego trampeadas por el estado, que siempre guarda para sí la última palabra, o buscar la manera de marcharse cuanto antes dando pasos firmes en la auto-organización del país.
La evolución del Principat, como lo que suceda en Escocia, tendrá influencia en Euskal Herria, pero sobre todo si somos capaces de articular una mirada crítica que vaya más allá de la envidia o el deseo de copiar mecánicamente esos procesos haciéndonos trampas al solitario. El desafío está en construir nuestro propio camino, con nuestros propios sujetos y nuestros propios ritmos.
Eso es posible y de hecho ya se está haciendo, por más que nos parezca insuficiente. Debemos dar nuevos pasos y esto exige dinámicas de ruptura con los estados español y francés. Necesitamos dejar de pensar en Madrid y París como los únicos capaces de tomar las decisiones. No habrá horizonte para Euskal Herria mientras creamos que sólo podemos suavizar las agresiones que nos llegan o pactar con alguno de los agentes español o francés para hacer menos dura nuestra subordinación. Es preciso romper con esa subordinación a nivel de pensamiento político, de estrategias y de comportamientos diarios, sobre todo.
Además, en Euskal Herria tenemos nuestros propios desafíos, diferentes de los de Escocia y que requieren respuestas diferentes a las que se han dado, por ejemplo, en Catalunya.
El primero de ellos es el cierre de la etapa de confrontación violenta y reparación en lo posible de sus consecuencias. El tiempo transcurrido desde la decisión definitiva de ETA de dejar de lado la actividad armada nos ha demostrado que la cerrazón y la represión no eran respuestas sino apuestas estructurales frente a Euskal Herria. Los estados español y francés han dicho no a las ofertas de paz y resolución, pero no lo olvidemos, también dijeron no al Plan Ibarretxe y a la propuesta de Colectividad Territorial en nuestra parte continental. ETA ha sido y sigue siendo la gran excusa, tanto que incluso sin actividad de ETA siguen usándola de la misma manera.
Esto da a nuestro proceso, a la necesaria vía vasca, una particularidad que Catalunya no tiene, por ejemplo. La necesidad de afrontar ese proceso de resolución es un reto complicado, que los estados creen poder controlar. Por eso pretenden utilizarlo para cortocircuitar un proceso secesionista. Nos quieren enlodados en la resolución del conflicto, para que nos enredemos en sus expresiones y consecuencias y no prestemos atención a sus contenidos y sus mecanismos de superación.
Pero una adecuada gestión de esta situación, puede hacer que la carga golpee las espaldas de los estados. Lo hemos visto con la redada contra Herrira y en general con la cuestión de la situación de presas y presos políticos. Lo que han diseñado como un obstáculo puede ser un trampolín, porque a nadie se le escapa que en este país, como destacaba explícitamente la nota del Ministerio de Interior español, la defensa de los derechos de las personas presas es una de las mayores expresiones de movilización social.
Además, en Euskal Herria tenemos nuestro propio nudo gordiano en torno a la territorialidad, que no vamos a resolver ni echando lastre del globo para que remonte el vuelo ni simulando que no es un problema grave. Debemos encontrar nuestro modo de resolverlo intensificando las fuerzas endógenas capaces de unir los territorios hoy divididos en un proyecto común. La conciencia de un pasado común cultural, social, económica y políticamente debe desempeñar su papel en esta contienda, claro está, pero la clave decisiva está en formular un proyecto capaz de generar consentimiento e ilusión en todos y cada uno de los territorios. Sólo así podremos hacer juntos, aunque sea a diferentes velocidades, el viaje.
Esto implica también construir nuestro propio camino gestionando inteligentemente nuestra pluralidad, no sólo territorial sino de sentimientos identitarios. Llevamos mucho tiempo enterrando metafóricamente a Sabino Arana, sin terminar nunca de hacerlo. No se trata tanto de cuestionar su influencia en una etapa determinada de nuestra historia como de articular un paradigma diferente, que ponga el acento en el proyecto político de creación de un estado capaz de lograr la adhesión –imprescindible para llevarlo adelante- de gentes con diferentes sentimientos identitarios.
Nuestra cartografía de sentimientos identitarios, aunque tenga en las identidades vasca, española y francesa sus polos principales, es en realidad mucho más compleja; vasco-español, vasco-francés, vasco-navarro, navarro-español, navarro-francés… Construir todo el andamiaje del futuro estado vasco sobre una comunidad supuestamente homogénea en un sentimiento nacional vasco opuesto a los sentimientos español y francés nos lastra y nos puede impedir avanzar. Necesitamos construir una identidad política basada en ese proyecto de estado, de comunidad que se organiza a sí misma, pero haciéndolo compatible con diferentes sentimientos identitarios.
Atrevámonos a buscar nuevos caminos. ¿Y si resultara más factible sumar al proyecto independentista a personas con sentimientos nacionales españoles pero opuestas a la deriva involucionista del estado español y/o partidarias de una república vasca avanzada que lograr que sectores jeltzales rompieran con la disciplina de su partido? En realidad, no es una simple hipótesis, el PNV no ha tenido en los últimos años una escisión independentista, pero un sector de la izquierda de ámbito estatalista sí ha evolucionado hacia posiciones soberanistas-independentistas. Son fenómenos todavía limitados, pero que podrían agudizarse en el futuro, sobre todo si se perfila una oferta clara capaz de atraer a amplias capas de nuestra sociedad superando lo que se ha ido conformando como compartimentos estancos.
Si esta es una de las claves del futuro, otra será la capacidad de articular acciones comunes entre agentes diferentes. Pero esto tampoco debe, en mi opinión, sacralizarse. No podemos quedarnos a la espera de que Madrid y París se dignen reconocer nuestros derechos políticos, pero tampoco a que el PNV cambie de dirección y se sume a un proceso autoconstituyente del futuro estado vasco. Debemos empujar para que esos cambios ocurran, sumando fuerzas, pero sólo pueden sumarse las fuerzas que operan la misma dirección. Habrá, sin duda, acuerdos contradictorios, la política es eso, en definitiva, pero la gran política que necesitamos se base en compartir proyectos y eso hoy en día resulta muy difícil cuando algunos agentes dan prioridad a la estabilidad de un status quo que creen más conveniente para sus intereses que un escenario de cambio y activación social.
Los acuerdos fundamentales, los que podrán cambiar las coordenadas del juego político, deben darse entre quienes quieren/queremos caminar en esa dirección. Y eso exije esfuerzos para compatibilizar culturas, ritmos, sentimientos, ideas, tradiciones, referencias. Habrá quien piense que esa unidad posible ya ha tocado techo en determinadas plataformas. Ni lo creo ni quiero creerlo. Es posible y debemos hacer posible unir cada día más gente y más agentes en un camino compartido. Pero para eso debemos saber gestionar aquello que nos une y también aquello que nos diferencia. Convertir nuestra diversidad/pluralidad en combustible, no en peso muerto. Lograr que nos haga más fuertes y no nos colapse.
Y esto nos lleva a otra de las grandes enseñanzas que podemos extraer de Catalunya: el protagonismo de la sociedad y los movimientos populares. Han sido ellos los que han sido capaces de superar los impasses de partidos e instituciones, estableciendo una agenda a la que otros se han tenido que sumar, muchas veces contra su voluntad.
En Euskal Herria los movimientos sociales son muy fuertes, pero han sido sometidos a una satanización y compartimentación muy duras. Está por ver que sean capaces de cruzar las fronteras entre partidos más allá de pequeños pasos excepcionales. La posibilidad existe y, en cualquier caso, los movimientos sociales están llamados a jugar un papel protagónico si queremos que el nuestro sea un camino popular y social a la independencia. Lo han hecho en otras ocasiones. Y han logrado importantes victorias, haciendo posible lo imposible y cambiando además muchas maneras de ver las cosas. Prueba de ello, por ejemplo, es que en nuestro territorio no hay centrales nucleares y quienes pretendieron construir la de Lemoiz se quejan de que tenemos una (Garoña) demasiado cerca de nuestras mugas. Y los ejemplos son muchos más, desde los/as solidarios/as con Itoitz hasta las ikastolas, desde la Korrika hasta la batalla en torno a la memoria de los hechos de 1512 o la represión franquista, desde la insumisión hasta la defensa de unas fiestas populares. En algunos casos, con victorias materiales, en otras con grandes logros simbólicos pese a no haber logrado todos sus objetivos.
Nuestro tejido asociativo es muy denso y ha acreditado una notable capacidad para precipitar cambios. No se trata de contraponerlo a partidos, sindicatos u otros agentes, pero en buena medida el futuro de este país dependerá del papel que estos movimientos sociales puedan desempeñar.
Por todo ello y, para ir terminando, creo que es inteligente mirarnos en el espejo catalán pero siendo capaces de señalar los parecidos y las diferencias y, sobre todo, no confundiendo los deseos con las realidades.
Lo mejor que podemos hacer como pueblo, en mi opinión, es aprovechar al máximo las oportunidades de esta coyuntura histórica. La cuestión no es todo o nada, sino avanzar tanto como sea posible, incluyendo el cambio de las coordenadas que hacen que algo sea posible. Catalunya ha puesto el estado propio en el horizonte y ese es un acierto que nos marca algunas de las pautas del futuro.
Todo indica que vienen tiempos de polarización y confrontación. El escenario que ahora mismo se dibuja en Catalunya es un gran choque de trenes con el estado, pero también grandes contradicciones sociales y políticas internas, posibles crisis de liderazgo, nuevos alineamientos, algunas deserciones… Cuando los procesos se aceleran, el tiempo político cambia y las posibilidades de hacer un diagnóstico certero a corto plazo se complican.
Y eso también nos afecta. Aquí también, mientras Catalunya y Escocia dan pasos, asistimos a una creciente polarización. Y no va a quedar mucho espacio para quien pretenda mantenerse al margen o estar en los dos polos a la vez. O se elije una vía propia para construir libremente nuestro futuro o se juega en el terreno de las imposiciones españolas y francesas, con más o menos fortuna a la hora de encontrar acomodo. O se eligen las vías española y francesa o la vasca. Yo me quedo con la vasca, con euskal bidea. Que está en gran medida por concretar, ciertamente, pero eso, que puede ser una gran desventaja, puede ser también uno de sus principales ventajas, y es que vamos a poder concretarla entre todas aquellas personas y agentes que queremos hacerlo.