Joan Burdeus
Enric Vila publica la edición definitiva del ensayo ‘Nuestro héroe Josep Pla’ (Bon Port) catorce años después de su aparición.
Todo el mundo se pregunta qué le pasa a Enric Vila. Con sus libros y artículos, Vila ha avanzado interpretaciones de la historia, la cultura y la geopolítica catalanas cruciales por entender muchas cosas del cambio de mentalidad del país en los últimos años. Pero la duda de media Cataluña no es si Vila es un historiador y un analista más o menos fino o un chamán con una bola de cristal que tarde o temprano estallará, sino por qué dispara contra quién dispara y cómo lo hace. Con una prosa violenta y un insulto deliberadamente gamberro en Twitter, Vila falta al respeto a amigos, conocidos y saludados en la arena pública de una forma que complica relacionar las ideas con el personaje. Poner luz sobre este misterio es una de las razones de la entrevista, mientras que la otra es mucho más sencilla: Vila acaba de reeditar ‘Nuestro héroe Josep Pla’ (Bon Port) catorce años después de su aparición, una versión “definitiva” que revisa ciertos errores del texto y pretende elevar el libro al nivel de clásico. Nos recibe en su casa de El Masnou, una finca estupenda de tres plantas con suelos y paredes modernistas perfectamente restaurados, cocina contemporánea, muebles preciosos y obras de arte esparcidos por las habitaciones. Ni que decir tiene que Vila se siente un poco Pla, y éste es su ‘Mas’ (‘Caserío’).
-¿Dónde estamos?
-Esta casa la compró Jeroni Millet, el marinero que sale en el libro cuando hablo de la familia de mi padre. Cuando escribí el libro, conté la historia de este marinero con las cuatro cosas que sabía pero, hace poco, un tío mío, justo antes de morir, vino y me dejó un bolso. Había algunos libros catalanistas y los documentos oficiales de nombramiento del Jerónimo como capitán de barco y algunos de sus viajes a América. No había quedado nada más que lo que cabía en esa bolsa. Hay épocas que tienes la sensación de que pierdes el contacto con el pasado y, en Cataluña, las herencias se transmiten de forma muy precaria y tarda mucho en atar los cabos.
-¿Por eso has vuelto a publicar el libro de Pla?
-La pandemia vino a rematar el Proceso. Percibo un corte histórico muy fuerte. Y, cuando hay una falla histórica tan grande, muchas cosas van hacia abajo y queda lo que queda, que es aquello sobre lo que tendrán que construir los que vendrán después. Pero nunca tienes el significado completo de lo que había y, por tanto, debes ser algo creativo a la hora de juntar las piezas. Antes de que todo se vaya y se imponga una especie de blanco, siempre hay gente que conserva la memoria y la perspectiva de las cosas. Pla es esto. Si Pla se salva y Luján (Néstor) no, es porque está atado al hilo rojo de la Historia y tiene una memoria del mundo anterior de la que los demás carecen. Esto es lo que explico en el libro. Y, un poco como Pla, me pareció que este libro podía hacer de puente entre el mundo de antes del Proceso y el mundo de después.
-Juegas con la idea de que el mismo texto es un esbozo del libro como Dios manda que harás algún día… y sin embargo, no hay libro nuevo, sino reedición.
-El libro es la historia de un tipo que está intentando escribir un libro sobre Pla, pero no lo acaba de lograr porque apenas empieza a escribir. La idea es que yo hice este libro a la fuerza, por un impulso irresistible. Si llegué hasta el final, a diferencia de gente que quizás escribe mucho mejor que yo, pero nunca ha escrito ningún libro, es por la convicción de que tenía que decir algo hasta el final, ‘no matter what’. Cuando tú haces esto y sales adelante, tocas alguna fibra. El libro quedó vivo y, aunque no estaba perfectamente escrito, se iba leyendo y comentando. Ahora bien, esto es la prueba de los primeros diez o quince años, cuando el libro todavía se encuentra en la época para la que se ha realizado. En cambio, si existe un corte y el libro debe pasar a ser, entre comillas, un pequeño clásico, debe estar bien escrito, no puede tener los defectos de la lucha de cuerpo a cuerpo con el texto. Como estos años no han pasado en vano y he aprendido a escribir, pensé cómo lo habría escrito con la técnica que tengo ahora, vigilando mucho porque es una operación de riesgo, que podría matar al espíritu. Escribir es la estilización de una posición frente al mundo, y quería que lo que escribí estuviera bien armado para encarar la época de borrado del pasado que viene ahora.
-La tesis del libro es que en Cataluña todo está al revés, que no tenemos una relación natural con nuestra tradición y hay que ir a contrapelo de los discursos oficiales para entender las cosas. ¿De dónde sale esta intuición?
-Mi madre, que cuando hice el libro de Companys, me decía que me desheredaría, no del todo en broma; también me decía que Pla era un podrido y que no lo leían en su casa. Pero la gracia es que tampoco lo leían los abuelos franquistas. La intuición me viene básicamente de la empatía. De ver cómo se comporta la gente frente al poder. Yo ya veía que no íbamos a ninguna parte. Existe una ley que hace que un catalán sea como una mofeta y un castellano como un tigre. Como si un catalán entendiera que, en un nivel incluso zoológico, es inferior a un español, a un inglés o a un francés. Pero a mí me educaron en una escuela catalana, en catalán, y me dijeron que podía ser lo que quisiera. La única manera que tengo de poder estar satisfecho conmigo mismo es no repetir los errores de mis predecesores, que vivieron en un entorno en el que, si se pasaban de la raya, los ‘hostiaban’. Tienes que hacer todo lo posible para no castrarte: el mal puede venir de fuera, pero no debe venir de dentro.
-En un artículo reciente hablabas de la importancia del dolor de Pujol, que permitía conectar el pensamiento con la imaginación y hacer política, y lo comparabas con el dolor de tus amigos (Salvador Sostres, Jordi Graupera, Bernat Dedéu), que decías que era “ más superficial”. En cambio tú nunca hablas de tu dolor, siempre te escribes a ti mismo como un personaje titánico.
-Yo me vivo así porque a mí me han amado mucho. No pienses: el amor es como una cruz y mucha gente se acaba buscando problemas menores para no afrontar los mayores, porque el amor te pone mucha responsabilidad, que no sabes si podrás devolver todo el amor que has recibido, sea a aquellos que te lo han dado o al mundo. Claro que tengo dolor, pero tampoco te lo diré, no te contaré mis puntos débiles [ríe]. Yo siento algo relacionado con crecer. De natural, me siento pequeño y vulnerable, y tengo mucho miedo. Pero, al mismo tiempo, creo que no tengo derecho a tenerlo, que no me va a servir de nada. Como aquellas películas de asesinos que dicen «por mucho que grites, no servirá para nada». Ahora hablabas de mis amigos, como Graupera o Dedéu. Yo podría ser comprensivo. Dentro de mis límites, entiendo por qué hacen lo que hacen. Pero no creo que les ayudara para nada. Creo que la solución es el titanismo, en Cataluña y en todas partes. A mí siempre se me dice que soy un radical o un loco, pero yo he salido bien habiendo hecho cosas relativamente difíciles, o sea que, tan poco pragmático no debo ser. También es posible que sea falta de talento literario, que sólo sé escribir simplificando el personaje, y que aún tengo que aprender mucho.
-Escribes que “Pla es en Cataluña lo que Shakespeare ha sido en Inglaterra; Dante en Italia; Goethe en Alemania; Montaigne en Francia”, al tiempo que “El mérito de Pla es mantener levantada la bandera cuando todo se va al traste, a pesar de la represión y del alud castellanizador. Por eso decía, al empezar el dietario, que es nuestro Pujol de la literatura”. ¿Cómo se puede ser el Shakespeare y el Pujol de la literatura catalana al mismo tiempo?
-Pla i Pujol son de las pocas cosas a las que te puedes acoger y no se hunden. Para mí Pla tiene algo que le salvará siempre: que me enseñó a escribir. Pla me permitió conectar con el poder y la literatura, entender cómo funcionaba el poder, por qué mis padres se escondían, cómo sortear el poder. Pla y Pujol representan un nacionalismo de mínimos. Es un nacionalismo muy individualista. Yo soy esto y, para que a mí y a mi país nos vaya bien, siento que hay unas cosas que debo hacer. Antes me preguntabas sobre mi dolor. Yo tengo la percepción de que, tan pronto como te sueltes un poco, todo empezará a caer como un alud muy bestia y no habrá quien lo pare. Y, de hecho, esto lo he vivido en estos últimos años. Con el Proceso he visto cómo tomaban el pelo a mis padres. He visto cómo muchos esfuerzos que se habían hecho caían porque carecían de cultura suficiente como para solidificarlos, y la memoria se iba. Pla y Pujol tienen esto muy presente: detrás de cada gesto hay mucha autoconciencia y una noción muy profunda de lo que es ser catalán. Shakespeare enseña a los ingleses la condición trágica de la vida y les ayuda a soportarla, les enseña la moral de conquista, que es la propia de su tiempo y circunstancias. Pla y Pujol enseñan una moral de resistencia. Enseñan la tragedia de la resistencia que, en mi caso, me permite decir que tal vez todos penséis que soy un hijo de puta porque no trato bien a mis amigos, pero yo sé por qué lo hago. Todo el mundo pensará que Pla es un aldeano, pero él deja unos libros. Todo el mundo pensará que Pujol es un español o un corrupto, pero si miras la política, lo único que se salva en el Estado español es Pujol, es el único estadista.
-¿Y qué te atrae de ese resistencialismo de mínimos habiendo otros candidatos más obviamente luminosos como Xammar, Rodoreda, Sales, etc.?
-Muchos de los que dices me parecen demasiado limpios, porque viven lejos del poder. Hay dos figuras que me gusta comparar: Calders y Pla. Calders escribe lo más lejos posible del poder. Su apuesta es hacer algo que será universal, o no será. Le quita el elemento local explícito y lo deja flotando en medio del cosmos. Claro que, cuando rascas, encontrarás su catalanidad. En el caso del Pla es distinto. Los españoles han tenido que deformar mucho la figura para poder leerlo. Rodoreda también tiene esa discusión con Sales. Rodoreda también se esfuerza por quitar los elementos pintorescos y locales para darle un aire más universal, la misma jugada de Calders. Lo que yo elevo de Pla es que, al final, cuando han pasado cincuenta años, yo no puedo acogerme ni a Rodoreda, ni a Calders, ni a Espinàs. Para mí Pla es la figura que mejor liga el suelo con la idea. Yo no pretendo decir que uno es mejor o más catalán que otro. Todo son estrategias. La que a mí me sirvió para entender cómo funcionan las cosas en Cataluña es la de Pla.
-Se supone que tú y los tuyos teníais que llevar esa estrategia resistencialista más allá y convertirla en moral de victoria.
-Cuando hago este libro, tengo la intuición de que la única manera de avanzar es apropiarme de la figura de Pla. Si no les quito Pla a los españoles, no podré avanzar. Me pongo en el centro a través de Pla para poder contar mis cosas. Vosotros a él se lo llamáis ‘pagés’ (‘aldeano’), a mí me llamáis loco, y cuando escriba esto, toda la gente que sabe que Pla no es un aldeano, sabrá que yo no soy un loco. Pla es mi caballo de Troya para presentarme en sociedad, cuando vivía en un momento como ahora, de mucha marginación. Y tú me preguntas por qué parecía que en ese momento se podía hacer la independencia o una serie de cosas abiertamente, y ahora ya no se puede. Cierto, pero yo creo que hemos avanzado. Culturalmente hemos ganado. Culturalmente, los españoles están liquidados en Cataluña. Es irónico, porque la capacidad de propaganda que tiene ahora el régimen de Vichy en términos patrióticos era impensable en la época de Pujol. Pujol debía enfrentarse a ‘La Vanguardia’, ‘El País’ y ‘El Mundo’. El único diario que tenía a favor era el Avui. Pujol mandó veintitrés años con la prensa en contra y los de ahora están gobernando con la prensa a favor, saliendo peor en todos los aspectos, empezando por el prestigio. Y si, después de muchos años sin pensar en ello, ahora empiezo a hablar de Pujol, es porque creo que, si les quito a Pujol a los españoles, pasará lo mismo que con Pla. La única manera de avanzar en política es que Graupera (y cuando digo Graupera, quiero decir todos los Grauperas del país) entienda que Pujol nos puso un marco para que hiciéramos cosas, pero no para que quedáramos mejor que él. Pujol puso un marco en el que nosotros podíamos sentirnos libres, y la mayoría de la gente lo ha aprovechado para mirarse al espejo. De ahí el Proceso, de ahí vienen los artículos de política de Sostres, que eran vender a la gente la comida de perro, desfrenar a la gente por el puro gusto de desfrenarla, sin ninguna idea política detrás. No hablo de los artículos de la vida moral, que eran otra cosa, sino de los artículos de política, que son procesistas desde el primer día. Esto es lo que debe romperse. Pujol puso el marco, pero nunca se sentía guapo ni satisfecho de sí mismo. La gente no ha querido poner en riesgo los privilegios que había ganado en la época de Pujol y creía que le darían la independencia por derecho. Creo que, recuperando a Pujol, se puede recuperar esa actitud y actualizarla. Adrià Pujol, bromeando, me llamaba “el avatar de Pla”. Si lo miras, mi posición frente a las cosas es totalmente diferente: Pla pensaría que estoy sonado. Pero yo creo que la evolución de sus formas está más en mí que en la mayoría de escritores del país. Y lo mismo con Pujol: creo que nadie lo ha interpretado ni continuado bien. Pla y Pujol estaban dispuestos a que les mataran. Xammar, en cambio, no. Jordi Graupera no está dispuesto a que lo maten. Y cuando hablo de Jordi, es para poner al mejor de todos, porque los demás son mucho peores. Jordi es lo mejor que ha pasado en la política catalana en los últimos quince años.
-Cuando hablas de estar dispuesto a morir o no, ¿qué quieres decir exactamente?
-Es que, de entrada, yo tampoco estoy dispuesto a morir. O sí, podemos hablar de ello. Lo que quiero decir con esto de morir es que yo no estoy dispuesto a no hacer las cosas que a mí me apetece hacer por miedo a que un día me puedan pegar un tiro en la cabeza. Es muy distinto. Aquí la gente no hace las cosas por miedo al qué dirán, por miedo a no encontrar trabajo, porque no se sienten capaces de crear un trabajo ellos mismos. El problema de hoy en Cataluña tiene que ver con la pequeñez de la gente que piensa que, si no tiene un trabajo de funcionario, no saldrá adelante, que si le insultan en Twitter, no podrá salir a la calle, que si una chica les dice que no, es el fin del mundo.
-Muchos dicen que el problema de su propuesta es que se inventa una Cataluña que no existe, que quiere forzar un imaginario en el país en vez de jugar más estratégicamente con lo que hay.
-La gente que piensa esto me dan mucha pena. La gente lo reduce todo a ganar o perder de una manera muy patética, un materialismo de muy pocos vuelos. Hay cantidad de catalanes que han salido adelante. Cataluña es sus personas, no las cosas abstractas, y este país ha dado gente de mucho valor. Por eso cuando dicen “derrotas”, no sé a qué se refieren. ¿Alguien se ha parado a comparar lo que ha pasado en Cataluña en el siglo XX con lo que ocurrió en Francia, en Alemania, en Polonia, en Croacia? ¿Los muertos, las violaciones, los robos que ha habido en la Europa del siglo XX con los de Cataluña? ¿El precio de nuestro conflicto con España con el precio del choque entre Francia y Alemania, o entre Alemania y Rusia? ¿Alguien entiende cómo funciona el mundo? Estamos en un lugar privilegiado con mucho margen de maniobra. ¿La derrota de Pla es que no lo han traducido al inglés y no es mundialmente famoso, o que iba de putas en vez de poder follar gratis como Umbral? En Cataluña existe la manía de creer que el jardín del vecino es más bonito que el tuyo. La única tragedia de la vida es que no tengas margen, que no puedas hacer nada con lo que tienes. Los orígenes te dan una mochila, llena de brillantes y de mierda, y lo que hagas con esto es algo tuyo.
-Ahora debería acusarte de soberbia.
-El carácter catalán no existe. La gente actúa en función de una situación objetiva determinada. Si vas cada día a hacer tu trabajo y los políticos te dicen unas cosas y no te dan la posibilidad de defenderte, ¿qué quieres hacer? Te doblegas a esto porque no tienes tiempo en pensar tantas cosas. Pero decir que el carácter catalán es apocado es propaganda. Es cierto que llega un momento en el que se produce una identificación entre la propaganda y lo que la gente piensa que es. De hecho, los libros que yo hago están pensados precisamente por cortarla. La propaganda y el discurso están diseñados para hacerte sentir que no puedes salir adelante. Si tú ves que los de arriba se doblegan, te acabas doblegando por pura imitación. La política es un escenario enorme que no puedes quitarte de encima. ¿Por qué corto después de Primarias? Porque sabía que intentarían utilizar a mis amigos para pararme y pararlos a ellos. A uno le das un trabajo, el otro subcontrata al otro, y el otro a mí, y, si no aceptas, eres un mal amigo. Yo he decidido gritar desde afuera. No escucharlos, no leerlos, no votarlos, hasta que salga otro discurso, que quizá haga que la química cambie.
-Hablemos de eso. Tú te has pasado media vida dentro de los circuitos de poder, intentando cambiarlos, pero desde dentro. ¿Por qué otros no pueden triunfar donde has fracasado y todo es Vichy?
-El libro del Pla es esto. El libro intenta cambiar la conversación sobre Pla, aprovechando que Pla gusta a los convergentes. Pero el ciclo acaba con el Proceso, un desastre que yo no pensaba que iba a ser tan grande. Yo pensaba que, o habría un proceso hacia la independencia que no contemplaba, que me sorprendería gratamente y estaría encantado, o, si no, que se abriría un agujero para poder hablar seriamente de estas cosas. Y no pasó ni lo uno ni lo otro. Puigdemont apretó todos los botones. No se convocaron elecciones ni se declaró la independencia. Y yo decidí que, aquí dentro, no saldría adelante. Hay un momento en el que veo que no sacaré nada del toma y daca, y decido apartarme. ¿Hay gente que cree que puede hacerlo? Que lo hagan. Yo hago mi papel. Del Quijote me gusta la idea de que cada uno tiene que hacer su papel en la vida, y el mundo hará e promedio. Desde mi parte, lo que se ve es que el ‘corta (el bacalao) niña’ ya no lleva a ninguna parte. Y el problema que tienen Jordi Graupera y Bernat Dedéu es que están educados para ser como yo. Creo que este mundo está agotado y debemos construirlo desde fuera.
-Casablanca, tu plataforma de artículos y podcasts financiada a través de Patreon, ¿es una forma de renovar para el siglo XXI?
-El marco de actuación de Pla era la Guerra Fría y la Península. Pla tiene un libro que se llama ‘Dirección Lisboa’. Mi marco de actuación es Europa. El marco de actuación de los catalanes es hoy Europa y Occidente. Los catalanes somos muy buenos navegando por las arterias de los imperios, sobre todo de los decadentes. Navegamos muy bien el imperio hispánico en su decadencia. Con Aznar termina esta posibilidad porque él impone una visión pequinesa de España, de Estado nación, que ya no es un imperio. La idea original de Casablanca era incorporar a escritores de otros países europeos que pudieran escribir con su idioma y la traducción al catalán. No está descartado, pero de momento hago algo mucho más modesto: escribir en un espacio fortificado, es decir, que forme relaciones intelectuales propias del siglo XXI, que a mí me parezca que me habiliten para dialogar con el mundo en igualdad de condiciones. Yendo al extranjero he visto que no tengo nada que envidiar a alguien de Londres o de París, que tengo todas las herramientas para poder salir adelante. En un momento pensé en escribir en inglés, pero acabé descartándolo. O sea que ahora me parece bien escribir para la tribu, que es algo muy ‘planiaao’ (de Josep Pla). ¿Nunca haré algo que sea muy traducido? Mala suerte. Pero que lo que hago no sea muy traducido no significa que no sea igual de bueno que otros, o que no pueda aspirar a serlo. Ser catalán hoy en Europa te da todo. No necesitamos las instituciones autonómicas. Si España aboliera la autonomía hoy, yo no notaría la diferencia. Y con esto no estoy diciendo que lo quiera, porque no quiero confundir mi papel con el de todos ni el pollo de mi mesa con el de la mesa de todos. Mi idea es vivir en Cataluña como si viviera en Europa y hablar del mundo desde Cataluña.
-A veces analizas esto en clave geopolítica, como si Cataluña tuviera algo específico que puede salvar a Occidente de su decadencia.
-En ‘Londres-París-Barcelona’ intento explicar las cosas que podríamos recuperar de la época medieval para dar un empuje al futuro, para regenerar el proyecto ilustrado y la idea de progreso occidental. Es la idea de la Europa suiza. Que seremos una red de ciudades comerciales al estilo suizo, o una unión de estados nación con capitales autoritarias. Yo hacía un mapa a imitación de uno de Vicens Vives, para establecer dos ejes europeos. La Europa autoritaria: Madrid, París, Berlín, Moscú; o la Europa comercial: Barcelona, Turín, Viena, Amsterdam, Londres, Lisboa y Barcelona de nuevo, cerrando el círculo. Yo creo que el tema de Occidente es la libertad individual, y que éste es el tema de los catalanes por excelencia, porque nuestras instituciones fueron castradas en un momento muy determinado y las hemos podido idealizar. Como la época medieval no ponía la misma presión sobre los individuos que los estados nación de hoy, el tema de la libertad individual integrada en una libertad colectiva amplia y sentimental, es el gran tema de Cataluña. Creo que es un tema a explotar en términos personales, para realizar una filosofía de vida que te haga estar contento, y también en términos políticos. Hay una red de autores que me gustaría poner en relación. Pasolini con Dalí, con Primo Levi, con Albert Camus. Hay un mundo latino con capital en Barcelona, que tiene en Barcelona la última ciudad con fuerza y prometedora de este área, que es necesario potenciar. Por eso es muy preocupante que Barcelona, que era la última ciudad medieval del Mediterráneo con fuerza, se esté apagando. La culpa es de las élites, que carecen de imaginación e ideas. Me sabe mal no dar soluciones bonitas, pero por eso dije que con Barcelona se debe hacer como con Moscú cuando fue Napoleón: la quemaremos si hace falta. Yo tengo confianza en que volverá a resurgir de sus cenizas, pero antes dejaré que se hunda que dejar que nos roben otra vez. Porque si nos roban esta vez, será la última vez que nos roben. Cada época debe aprender de la anterior y nosotros no podemos permitir que nos hagan lo mismo que nos hicieron en otras ocasiones, ahora por vías no violentas. Ahora ya no tenemos la excusa de la violencia, y debemos desarrollar otras vías de combate. Por eso creo que con lo que hacen Jordi y Bernat no se va a ninguna parte. Si Pujol hubiera hecho esto, no sería Pujol.
-Define esto. ¿Te refieres a las diferencias entre quien os financia, a una diferencia sustancial en las ideas, o a que insultas en todas las direcciones mientras los demás mantienen las formas con según quién?
-Yo insulto porque el insulto es una forma de poder. La única manera que tengo de demostrar que no voy ‘a pasar por el aro’ en determinados momentos, es el insulto. Si Tatxo Benet le propone a Bernat Dedéu hacer algo que ya estábamos haciendo nosotros y llevarlo a su proyecto, yo puedo quejarme y hacer una tesis argumentada, pero hay un momento en que debes decir “hasta aquí”. Yo lo que digo es que, si analizas lo que han hecho y escrito Bernat o Jordi, no han hecho ni escrito lo mismo que yo. Creo que no quieren las molestias de aguantar. Es verdad que tienen situaciones familiares y personales muy diferentes a las mías, pero cada uno las ha elegido y yo también he pagado un precio. Bernat y Jordi le perdonaban la vida a Junqueras, a Mas, a Puigdemont e incluso a Pujol. Yo, a todos estos, le puedo insultar, pero insultar no es perdonar la vida. En cambio, si te agarras a lo que han hecho mis amigos, no han puesto tanto como han puesto a aquellos a los que perdonan la vida. Creo que Jordi tenía la inteligencia y la capacidad para poner mucho y sacar mejores resultados, que intelectualmente aventaja tanto a Puigdemont como a Junqueras. Pero Mas, Junqueras o Puigdemont habrán aguantado más presión que Jordi, si no cambia nada. Y, por tanto, siempre podrán despreciar con razón su discurso, porque estos años no han pasado en vano. En cuanto a Bernat, le puede pasar lo mismo que les ocurrió en Espinàs o en Monzó cuando se pusieron pragmáticos y entraron en la prensa del régimen del 78, sin ni siquiera haber tenido tiempo o fuerza de escribir un libro. Si tú no ves la diferencia entre lo que yo escribo y lo que escribe Bernat, no sabrás por qué te engañan. Es como cuando mi madre no veía la diferencia entre lo que escribía Pilar Rahola y lo que escribía yo, aunque en el fondo, sí la veía. Yo creo que otros pueden hacer cosas dentro de Vichy, pero si ellos se quedan dentro, quedarán más pequeños que Junqueras, Puigdemont o Pujol. Y a mí me sabe mal, porque no hay ninguna necesidad.
-Tú te has implicado con muchas ideas que ahora están quemadas. ¿Qué vas a hacer para resurgir de las cenizas?
-Yo me he metido en política porque era una forma de entender cómo funcionan las cosas y poder escribirlas, pero no porque quiera resolver los problemas del país. Mi tema es la memorialísitca. Mi idea es escribir una especie de memorias largas, una biografía de Pujol, una biografía de Prim, arreglar los libros que he hecho, y que Casablanca sea un espacio donde pueda hacer esto, y que ese gesto que yo he hecho apartándome, dé frutos literarios.
-¿Todo esto tiene que ver con una filosofía del periodismo?
-Forma parte del estilo. Hasta el siglo XX, la libertad individual era la base del periodismo. La base de la objetividad era el punto de vista. Lo que veo desde mi punto de vista con el mayor detalle posible, es la realidad. Esto comienza a peligrar. Nos encontramos en un punto en el que la vanidad ya no pasará por tener un criterio sobre las cosas, sino por ser capaz de expresar el criterio de quien te paga. El periodismo se está medievalizando. Está convirtiendo a todos en sacerdotes. El poder está transformando la vanidad de los artistas que antes pasaba por su ego, y ahora está empezando a hacerlo pasar por el dinero y el reconocimiento social. De modo que lo que antes eran intelectuales, ahora se convierten en sacerdotes, lo que antes eran escritores, se convierten en contadores de cuentos. A veces me pregunto si yo no estoy defendiendo algo que está en crisis muy grave y vete a saber cuánto tardará en emerger. Cuando Erasmo de Rotterdam hace ‘El elogio de la locura’, el libro es muy brillante, pero habla de un mundo que desaparecerá durante dos siglos, y el que triunfa es Martín Lutero. Si viene una época de oscuridad como la que creo que va a venir, el periodismo cambiaría y se convertiría en propaganda. Esto siempre se ha dicho, ha ocurrido con cada ola tecnificadora. Lo que ocurre es que hay un día en que el lobo viene de verdad. En definitiva, tengo la sensación de vivir en una falla temporal muy importante, y por eso quería llevaros a esta casa, que ha soportado muchas fallas temporales. Se trata de elegir a las personas con las que te relacionas, no hacer caso de lo que dice la gente, sobre todo no hacer caso de lo que dice el poder, e intentar hacer algo que dure.
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