En Mallorca llaman ‘foc colgat’ (1) a la situación que vivimos

El otro día compartí en Solsona un acto público con Josep Costa. Y en un momento, refiriéndome a la situación que palpo en todo el país, usé la metáfora de un volcán cada vez más inquieto. Pero él, y superando su identidad ibicenca, aportó una deliciosa expresión mallorquina para explicar lo mismo. Llaman «fuego enterrado», a esto que vivimos.

Hablábamos ambos del volumen de la protesta desatada por esa enfermera catalanófoba, pero no sólo de eso. Porque es verdad que la semana pasada quedé asombrado, agradablemente asombrado, por el grado de indignación manifestado a raíz de esta nueva muestra de ignorancia supremacista. La reacción en las redes fue simplemente espectacular y arrastró incluso a algunos medios de los que no suelen hacer caso sino de las cosas de palacio y de lo que dicen en las sedes de los partidos. Y, si sirve de indicador, me parece muy interesante que la iniciativa del grupo de médicos que el viernes anunció que unos novecientos habían empezado a organizarse para defender el catalán en la sanidad, según me cuentan ha aumentado hasta más del doble –en un solo fin de semana– el número de voluntarios, que pasan ya de largo de dos mil.

Veremos cómo sigue la cosa. El govern de Catalunya –que por lo que me ha parecido ver se ha cambiado la definición de Twitter y ahora ya sólo es “Govern de la Generalitat”, por lo que ha arrinconado a “Catalunya” y no hace más precisión sobre cuál de ambas es– más bien ha tratado de rebajar el tono. Pero el Hospital Vall d’Hebron debe tomar una decisión, como explicaba perfectamente una enfermera catalana que trabaja en Dinamarca, aunque sólo sea por las incorrecciones de higiene y tratamiento de datos privados. Y España está a punto de saltar si la decisión es retirarla del trabajo, que es la única decisión razonable.

Pero, ocurra lo que ocurra, el episodio me ha afianzado en la constatación de que el número de personas que están hartas de aguantar la situación política que vivimos va subiendo de una manera considerable, lo que me parece un síntoma excelente. Hemos pasado demasiados años enganchados a los políticos y, ahora que lo suyo es un desastre sin paliativos, veo que hay mucha gente que ha desconectado de la política con minúsculas pero que se ha reconectado con fuerza a la política con mayúsculas. Lo que es especialmente interesante si constatamos, porque esto ha ocurrido muchas veces, que por más que los políticos quieran verter agua al vino, con frecuencia son los casos como éste, simples, sencillos, rutinarios, y por eso mismo fáciles de entender, los que acaban haciendo saltar chispas decisivas en los procesos históricos.

Pongo algunos ejemplos. En Lituania un partido de baloncesto del Zalgiris de Kaunas acabó desencadenando lo que podríamos llamar la primera gran movilización del independentismo lituano, en 1976, porque se recordó a un joven de dieciocho años, Romas Kalanta, que años antes se había suicidado denunciando la ocupación soviética. Calentados por la actuación del árbitro, miles de jóvenes empezaron a gritar “laisve!” –una palabra que tanto significa ‘libertad’ como ‘independencia’– y el nombre del chico, hasta detener el partido, en un acto que acabó con una insólita manifestación por el centro de la ciudad. El desalojo de un pequeño grupo de estudiantes de la Universidad de Nanterre que protestaban contra la guerra de Vietnam se convirtió, sin que las autoridades pudieran impedirlo, en las jornadas revolucionarias de Mayo del 68 en París, y fueron mucho más allá de lo previsto por los organizadores del acto. Y está el famoso picnic del 19 de agosto de 1989, que consiguió abrir durante tres horas la frontera entre Sankt Margarethen, en Austria, y Sopronkőhida, en Hungría, y que dio paso a la caída del telón de acero. Varias docenas de ciudadanos alemanes del este y húngaros que se habían reunido para merendar, de repente abrieron las fronteras y se pusieron a correr campo a través, yendo y viniendo de una Europa a otra, frente a la atónita mirada de todo el mundo. Menos de tres meses después caía el muro de Berlín.

De hecho, pienso que no hace falta ir tan lejos. Aquí tenemos el precedente de ese director de La Vanguardia que se llamaba Galinsoga y el resurgimiento político que originaron sus insultos al catalán. O las provocaciones de Bauzá que catapultaron la marea verde en las Islas, en defensa de la lengua y de la escuela. ¿Y qué me dice de aquella iniciativa que tuvieron una gente de Arenys de Munt de hacer un referéndum sobre la independencia?

Las tensiones subyacentes, como ocurre con los volcanes –y de ahí la metáfora–, siempre encuentran la manera de salir a la superficie y estallar. Si los políticos están atentos están lo bastante vivos y saben canalizarlas, el estallido puede ser ordenado y puede tomar una forma moderada. Pero si no saben encauzarlo estalla igualmente. Porque la política con mayúsculas, la que cambia las vidas de verdad, la hace la gente y cuando los conflictos no se resuelven, vuelven y vuelven y vuelven hasta que aparece una solución. Así que estamos aquí, con el ‘foc colgat’, que dicen en Mallorca. Soplando y soplando para hacerlo volver a crecer.

(1) Brasa oculta por la ceniza, aparentemente apagada, pero que puede revivir en cualquier momento.

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