En la muerte de Jocelyne Saab

Beirut es una ciudad podrida de literatura, es una obsesión artística. Durante la guerra de las mil caras fue descrita como capital del surrealismo. ¿No escribió André Breton que el perfecto acto surrealista era salir a la calle y disparar sobre no importa quien? Conocí a Jocelyne al poco de empezar mi pequeña aventura en Beirut. Me la presentó otra artista, la poetisa y pintora Ethel Adnan, que me había entrevistado después de pronunciar una conferencia sobre Josep Carner, “poeta y cónsul en Beirut”. Antes de ser realizadora cinematográfica, fue periodista, fotógrafa, siendo una de las primeras que difundió imágenes de la matanza de Sabra y Chatila aquel otoño de 1982. Jocelyne pertenecía a una acomodada familia cristiana, y militó como otros intelectuales a favor de lo que entonces se llamaba la Revolución Palestina, cuando el fedayín encarnaba la esperanza del nuevo hombre árabe en un mundo donde no se había exacerbado el integrismo islámico y en el que aún no se habían estrangulado las tendencias laicas.

Jocelyn era de una generación influida por las doctrinas radicales izquierdistas, por el espíritu de la Revolución de Mayo de 1968 de Paris. Convirtió Beirut en protagonista de sus cintas Beirut mi ciudad, Líbano en la tormenta o Una vida suspendida. Los niños de la guerra en Carta de Beirut, dedicada a descifrar el laberinto de identidades de esta última ciudad portuaria cosmopolita del Oriente. Resistió al bombardeo y la invasión israelí del oeste de la capital de 1982, como un puñado de corresponsales extranjeros que nunca abandonamos los barrios musulmanes, y acompañó a Yasser Arafat en el navío que le condujo al exilio tras la derrota.

La guerra libanesa ha sido tratada por otros destacados cineastas como Marun Baghdadi que murió en accidente de ascensor y por numerosos novelitas como Elias Khoury, traducido a muchas lenguas. Después de décadas de hegemonía del cine egipcio, miembros del séptimo arte sirios y libaneses consiguieron importantes éxitos y un reconocimiento internacional. Georges Nasser, recientemente fallecido, fue el primer cineasta libanés que presentó su filme en el festival de Cannes donde también ha sido seleccionado ahora Cafarnaun, de Nadim Labaki, autora de la muy popular cinta Caramel. En Cafarnaun narra el ambiente de miseria y crueldad de algunos barrios periféricos de Beirut, donde se hacinan no solo refugiados, sino explotados emigrantes de países asiáticos.

Volví a encontrarme con Jocelyne gracias a mi amigo Javier Ruiz, entonces director del Instituto Cervantes del Cairo, donde la cineasta había residido. Su filme Dunia sobre el tabú de la escisión de mujeres egipcias, le valió la amenaza de muerte de los integristas islámicos y la censura del gobierno egipcio.

A menudo con precarios medios Jocelyne rodó alrededor de cuarenta películas, organizó festivales del cine de resistencia y animó proyectos fabulosos. Cuando hace unos años Trípoli en la frontera de Siria, segunda ciudad del país, padecía brutales atentados yihadistas, y la ciudad estaba desahuciada por medio mundo, se empeño en inaugurar el festival en una mortecina sala de cine tripolitana. La creatividad de Jocelyne Saab buscaba siempre una imagen nueva e inédita. Navegó contracorriente y nunca persiguió la popularidad.

LA VANGUARDIA