En el nonagésimo aniversario de Jürgen Habermas

Mañana, martes, Jürgen Habermas, uno de los filósofos vivos más influyentes, cumple noventa años. En Frankfurt, donde ejerció de profesor universitario durante más de dos décadas, se reúnen sus discípulos y compañeros de generación, como Charles Taylor y Richard Bernstein, entre muchos otros, para honrar a quien, desde el fin de la Segunda Guerra mundial, ha cultivado el legado de la Ilustración y ha mantenido la esperanza razonable en la emancipación colectiva.

La palabra clave en torno a la cual orbita su pensamiento es ‘comunicación’, es decir, el hecho de que no pensamos ni somos en soledad. Me lo ilustró en una conversación que tuvimos en Barcelona hace más de 10 años, a propósito de una conferencia en el CCCB (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona). Le pregunté qué argumento se le ocurría para contrarrestar el relativismo simple de nuestros tiempos. El ejemplo que puso era de gran simplicidad, tan obvio como lo son las palabras que nos dirigimos unos a otros cotidianamente: cuando una persona le promete a otra que hará algo, estas palabras los vinculan. Si incumple la promesa, tendrá que dar una justificación por su incumplimiento y es entonces cuando se manifiesta el carácter intersubjetivo, es decir, no sólo subjetivo, de las razones que nos damos unos a otros: la persona que incumple la promesa no puede decir cualquier cosa, sino que tiene que decir lo que se dice en estos casos, debe responder en unos términos que no pueden valer sólo para él o ella, sino que deben constituir una justificación que sirva también para los demás. Hablar es siempre una actividad colectiva que nos liga y que sólo tiene sentido en la medida en que todos los hablantes y oyentes nos entienden, nos corrigen o eventualmente aprenden de nosotros.

La razón es, pues, comunicativa, como ya decía en el título de su gran obra de 1981, ‘Teoría de la acción comunicativa’. Esto tiene implicaciones éticas, porque son los afectados por las acciones sobre las que se delibera los que deben poder dar su opinión, deben poder participar en la determinación de estas políticas y acciones. Si unos hablan y deciden en nombre de todos y si no hay buenas razones para presuponer que estos otros estarían de acuerdo con lo que se decide en su nombre, entonces no se cumple con el principio de reciprocidad y aparece la dominación de unas personas por otras personas.

Sin duda el hecho histórico determinante del pensamiento de Habermas es la toma de conciencia de la barbarie del Tercer Reich. Todos sus libros, tal vez todas sus ideas, deben entenderse sobre este trasfondo. De ahí su defensa del proyecto europeo, como salvaguarda frente al totalitarismo que surge del repliegue nacional y/o étnico. Una defensa que en los últimos años ha adquirido un tono pesaroso provocado por la relegación de la constelación posnacional europea en nombre de los intereses nacionales. Sin solidaridad no hay Europa.

Su interés en la religión desde inicios del siglo XXI se puede entender también en este sentido. Caído el Muro de Berlín, debilitado el potencial de la izquierda, Habermas cree que en las religiones articulan algunas razones propias de nuestro bagaje cultural y ético que pueden alimentar la deliberación pública y democrática sobre los retos legislativos del presente. Esta disponibilidad de aprender de las diversas tradiciones espirituales europeas no responde de ninguna manera a una súbita conversión religiosa. Más bien es fruto de una honestidad intelectual entendida en sentido amplio.

Habermas no es únicamente un filósofo apreciado en la academia, uno de los grandes renovadores del proyecto ilustrado, sino que ha sido y sigue siendo también una voz poderosa y necesaria del debate político alemán y europeo. Su voz pública, recogida periódicamente en pequeños volúmenes, resulta modélica para evitar la simplificación y la vulgarización de la comunicación política. Ciertamente, su prosa no es ligera ni de fácil comprensión, se diría que en ocasiones la tesis de sus escritos queda oculta bajo montañas de frases subordinadas. Sin embargo, este amontonamiento conceptual es fruto de una exigencia metodológica consciente. Si el lector presta atención al texto, descubre que la dificultad a la hora de leerlo procede del hecho de que sus frases avanzan como un ejército, cubriendo todos los flancos respecto de eventuales críticas, recordando en todo momento cuáles son los presupuestos de sus afirmaciones, cuáles son las consecuencias de su propuesta.

El esfuerzo de leer los libros y los artículos de Habermas tiene una recompensa: encontramos una defensa de los principios normativos ilustrados sobre los que crece lo mejor de nuestra tradición política, jurídica y moral, y un aparato conceptual con el que oponerse -nos a los populismos y las ideologías que quieren ocultar su afán de dominación incluso vistiéndolo con un lenguaje mentiroso. Es por este motivo que nos podemos felicitar que mañana cumpla 90 años y que lo haga con un libro de 1.700 páginas en el que repasa la historia del pensamiento filosófico y que saldrá a las librerías a finales de septiembre.

ARA