En el autobús de la revolución

Lo han llamado con eufemismo “el autobús de la revolución” porque su trayecto va desde los barrios chiis de Beirut – dahie-, feudo del Hezbollah, hasta el centro de la capital, la plaza de los Mártires donde desde hace unos veinte días se manifiesta una muchedumbre de libaneses con lemas como en Egipto y en otros países de las llamadas ´´primaveras árabes´´, el pueblo quiere la caída del régimen, y se ilusionan con la revolución. Sayed Nasrallah, secretario general del Partido de Allah, el partido más autoritario y poderoso del Líbano, no ha visto con buenos ojos este movimiento de impugnación del estado confesional que incluso algún que otro columnista de Beirut ha comparado tímidamente con la revolución de mayo de Paris de 1968. Una revolución en que yo entonces, siendo joven, creí. En este desvencijado minibús, de una red de transporte privada van y vienen pasajeros de uno a otro lado de la ciudad. Por solo una libra libanesa – la mitad de un euro- atraviesa Beirut desde los barrios de la capital habitados por musulmanes sunies y cristianos, a la extensa zona donde en medio siglo ha emergido con gran pujanza demográfica la comunidad chií antaño marginada, invisible. El minibús se abre camino ágilmente por el turbulento tráfico urbano que estos días a raíz de los frecuentes cortes de calles por los manifestantes han entorpecido a menudo, la vida de algunos barrios, manteniendo su desafío al poder. Yo no creo en esta revolución – me dice una muchacha chi sentada a mi lado , con un discreto velo- son un grupo de anarquistas . La verdadera revolución fue la revolución francesa que tuvo una gran fuerza social. Tengo miedo que pueda provocarse una nueva guerra civil¨. Estos minibuses de color blanco, muy populares en Beirut sin transportes públicos s pertenece a la familia chií Zeaiter, partidaria del Movimiento Amal, opuesto también a esta ´´revolución de octubre¨ como la llaman sus fervorosos partidarios. En cada parada suben y bajan transeúntes libaneses, pero también refugiados sirios, mujeres de Etiopia y Sri Lanka de este numeroso grupo de trabajadores domésticos asiáticos. Un muchacho de Hadath, antaño barrio primordialmente cristiano, convertido en uno de los sectores urbanos chiis de mayor auge me cuenta que al principio de las manifestaciones acudió con sus amigos a la plaza de los Mártires para expresar su frustración ´´contra las elites corrompidas de un sistema político agotado. Pero que después no volvimos más porque empezaron a insultarnos por no rebelarnos contra el Hezbolla´´. Cuando llegué a esta ciudad en el otoño de 1970 solo había el sector occidental – garbie- de población suni y cristiana, y la oriental charie, de gran mayoría cristiana, griego ortodoxa y maronita, y en la plaza de los Mártires latía el corazón de la ciudad más tarde convertida en frente de batalla durante tres lustros – 1975- 1990- de su guerra civil. El minibús se adentra por rotondas y avenidas, por barriadas de casas construidas de aluvión, para albergar inmigrantes chiis procedentes del sur. Alrededor de un ochocientas mil personas viven en este tercer Beirut que han conmovido hasta sus cimientos la vida e historia de esta capital árabe, mediterránea occidentalizada. En estas calles no hay ningún eco de la revolución, ni de sus proclamas, ilusiones, ni de sus estivos encuentros juveniles. En el ´´ dahie´´ nadie pasa de la euforia a la depresión, de la depresión a la excitación, ni de la excitación a la rabia, de la rabia a la esperanza y de nuevo a la euforia como es frecuente que ocurra entre estos manifestantes de un movimiento que definen rotundamente como ´´laico y transversal´´. Es la cultura de la vida frente a la cultura de la muerte – dicen- encarnada en el Hezbollah. Y su vocación por la guerra y su adoración de los mártires. Al descender del minibús en la esquina de la Plaza de los mártires presencié una gran manifestación estudiantil con nutrida presencia femenina, portando velas encendidas, entonando canciones patrióticas, el Bella ciao italiana en árabe, prorrumpiendo con gritos de ´´Saura, Saura´´, Revolución Revolución, al son también de una cacerolada, y golpeando con estruendo las placas metálicas que cubren las paredes del cerrado gran teatro de Beirut . Encaramados en altos estrados músicos y cantantes ondeando banderas libanesas, animaban este gran espectáculo vespertino. En las tiendas de lonas armadas a su alrededor se debatían las reivindicaciones populares mientras que los dirigentes políticos enzarzados todavía en complejas negociaciones, no han anunciado ningún cambio de gobierno, ni mucho menos quien podría presidirlo en caso de que no fuese el propio Saad el Hariri otra vez con un equipo de ministros tecnopolíticos. Un abismo separa a estos manifestantes de los intactos centros del poder entre los que el partido del Hezbollah sigue ejerciendo su gran influencia. La revolución, la intifada, el ´´movimiento´´ no puede imponerse sin los musulmanes chiis . Ellos que constituyeron hace medio siglo el ´´partido de los desheredados´´ y que son la comunidad menos favorecida del Líbano, no comparten sus ilusiones revolucionarias que consideran alentadas por Occidente, y consecuencia de los conflictos regionales. Fui testigo en Teherán en 1979 del triunfo de la revolución islámica jomeinista. Tres décadas después ya era una revolución envejecida.

La Vanguardia