Esta semana una lágrima me ha resbalado por la mejilla al leer la muerte de David Graeber (1), en Venecia, muerte anunciada por su esposa Nika Dubrovsky en Twitter, y que tres días después todavía tiene una autopsia que debe hacerse pública.
La muerte de Graeber (1961-2020) es una muerte llorada por los miles de lectores de sus maravillosos libros, que desnudan una de las grandes mentiras de Occidente (la del origen del dinero) y ayudan a entender las dinámicas absurdas del capitalismo y su burocracia; llorado por miles de activistas, que han gritado un eslogan que él ayudó a hacer popular (Graeber es uno de los inventores del conocido ‘Somos el 99%’); y llorado también por miles de personas que tuvimos la inmensa suerte de conocerlo, aunque fuera, como es el caso, en un solo, maravilloso e inolvidable día del 2012 en el bar Dante del West Village, Nueva York, donde el antropólogo anarquista me recibió con miles de libros dentro de su disco duro y me descolocó con una frase en catalán («setze jutges mengen fetge d’un penjat” -«dieciséis jueces comen hígado de un ahorcado»-), que su padre, obrero del metal, brigadista internacional, había aprendido en Barcelona durante la guerra de los Tres Años, en la que había luchado junto a sus queridos anarquistas.
Graeber es, para muchos, el hombre que ha sido capaz de cambiar la forma en que entendemos el dinero y cómo se origina. La pregunta sobre cómo se inventa el dinero, y por qué, se había respondido durante siglos con el mito forjado por Adam Smith, padre fundador de la economía; un mito que aún hoy mucha gente hace circular: el dinero se inventa para superar el intercambio. Antes las sociedades funcionaban con el intercambio («te cambio un arco por diez flechas», «te cambio la barca por el carro»), pero era tan poco práctico ir todo el día con objetos arriba y abajo que la razón impuso el dinero en efectivo. El mito de Smith duró casi trescientos años, hasta que fue enterrado por Graeber con su obra capital, ‘The Debt, the first 5.000 years’, un libro para enmarcar (en el que menciona al diplomático Mitchell-Innes como gran precursor del descubrimiento del engaño).
El mito de las sociedades basadas en el intercambio se ha enseñado en escuelas y universidades durante generaciones y todavía lo llevamos dentro. Por eso recuerdo la impresión que me hizo, en 2012, ver que la Wikipedia, el Financial Times y profesores universitarios compraban la teoría del origen del dinero de Graeber y cambiaban la entrada, la explicación, y el calcetín se daba la vuelta. Caía el mito y ya se aceptaba que antes del dinero funcionábamos con la deuda, nada de intercambio, fenómeno marginal. Primero se inventa la deuda. Y luego, las monedas. Y no al revés. Así, en la antigua Mesopotamia, si ‘comprábamos’ una azada, la dejábamos a deber. Una casa, también. Nadie circulaba con dinero en metálico. Se apuntaban las deudas. Y te lo pagaré. Eso sí, una vez al año, pagábamos las deudas, y lo hacíamos con lo que teníamos: si éramos agricultores, pagábamos la azada con cereales cosechados, si éramos carpinteros, con madera. Todo se podía usar como moneda. No íbamos cargados de objetos. No hacíamos intercambios. Lo que hacíamos era tomar deudas, que se apuntaban y que una vez al año se devolvían.
¿Por qué se inventa el dinero en efectivo? Se inventan para pagar a los soldados que van a la guerra, que quieren cobrar inmediatamente. Nada de te lo pagaré. Y menos aún pagar con la cosecha de cereales. Hacen falta monedas. El dinero no es el invento de un jefe tendero, que quiere superar el intercambio, sino de un jefe guerrero, que tiene la necesidad de pagar, inventar e imponer monedas, que el soldado tenía que poder utilizar en los países que ocupaba. No es un paso adelante racional. Es un salto mortal adelante.
Ver el dinero como un invento de guerreros, no de tenderos. Esto también es David Graeber.
Graeber explica que la humanidad ha vivido ciclos de deuda y ciclos de dinero en efectivo durante miles de años. Alternándose, ahora uno, luego otro. Actualmente, por ejemplo, parece que volvemos a la desaparición del dinero en efectivo, y poco a poco todo lo pagamos con tarjetas de crédito y de débito. Apuntamos deudas todo el día, como los mesopotámicos. Los romanos, en cambio, y todo el siglo XX, vivieron épocas de dinero en efectivo.
Presenciar en directo cómo la teoría de este profesor judío, hijo de brigadista, antisionista, dirigente del ‘Occupy Wall Street’, grandísimo admirador del pueblo kurdo, exiliado en la ‘London School of Economics’ tras no ser retenido como profesor en Yale, imponía su punto de vista en la Wikipedia, el Financial Times, Wall Street Journal, The New York Times, sobre la centenaria teoría sobre el origen del dinero de Adam Smith, me produjo una impresión muy profunda, y la serie ‘Los hijos del capitalismo’ (2), que escribí en los años que estuve en Nueva York, tiene en Graeber una gran fuente de inspiración, y encontrármelo en el West Village, uno de mis grandes días. Lo lloro, pues, vestido de los recuerdos de un día en su ciudad natal.
Su crítica del comunismo (buscando complicidades) y la descarnada y lúcida crítica del capitalismo (perfilando un rey que va desnudo) se encuentra en una obra que no he leído entera, y que incluye ‘Fragment of an Anarchist Anthropolgy’, ‘The Democracy Project: A History, a Crisis, a Movement’; ‘The Utopia of Rules: On Technology, Stupidity, and the Secret Joys of Bureaucracy’, y que tiene un libro póstumo que ya tengo pendiente de leer: ‘Uprising: An Illustrated Guide to Popular Rebellion’. Seguro que muchos lectores han entrado en Graeber a través de ‘The Bullshit Jobs’ (‘Trabajos de Mierda’, traducido al catalán), otro de sus éxitos de venta, gracias a su brillante explicación de las muchas tareas absurdas que el capitalismo procura, trabajos que no tienen ningún sentido ni en sí, ni para el planeta, pero que la burocracia capitalista mantiene, aunque los trabajadores mismos saben que son totalmente prescindibles y sin sentido, mientras que trabajos esenciales, como los de enfermería, son minusvalorados, explicación que Covid-19 respalda más que nunca. El juego de espejos entre las burocracias del capitalismo y el comunismo (intente deshacerse de un contrato de compañía de móvil y viva la burocracia como si estuviese en la URSS de los 70) lo ha llevado hasta su vida privada, casado como estaba con una mujer hija del sistema comunista de la URSS, él que era un hijo del capitalismo de EEUU.
Hoy somos muchos los que nos encontramos en deuda con David Graeber, uno de cerebros más lúcidos, autor de una prosa de las más brillantes y elegantes que haya leído nunca.
(1) https://novaramedia.com/2020/09/05/an-everyday-anarchist-david-graeber-1961-2020/
(2) https://andreubarnils.wordpress.com/2013/02/11/fills-del-capitalisme/
VILAWEB