Elogio del lector independentista a propósito de las mentiras que no se traga

En este mundo y en este siglo en que nos ha tocado vivir, cada día descubrimos toneladas y más toneladas de información nueva. El profesor Sebastià Serrano decía hace tiempo, más o menos, que hoy, en un día, recibimos y procesamos tantos bits, tantas piezas de información, como un humano procesaba en la edad media en toda la vida.

Por ello, en este contexto, identificar la verdad, la verdad con mayúsculas, es tan difícil. Y por eso los científicos utilizan a menudo el concepto de ‘verdad funcional’.

Su trabajo -y creo que el trabajo de los periodistas es la misma- consiste en tratar de obtener una verdad pragmática, es decir, una verdad que ayude a explicar el mundo y que sirva de guía para saber cómo actuar hoy mismo. Teniendo siempre en mente la reserva que esta verdad que hoy nos vale para ir tirando podría cambiar mañana si cambiasen las evidencias. La definición científica, tan famosa, dice: ‘La verdad es una declaración de probabilidad proporcional a la evidencia’ . Una declaración que es, por tanto, más que razonable pero que admitimos que podría cambiar con el tiempo si cambiaran las evidencias. Desde el terreno periodístico, Carl Bernstein lo concretó cuando dijo que ‘nuestro trabajo es ofrecer a los lectores la mejor versión que se pueda obtener de lo que es la verdad en cada momento’. Estoy de acuerdo.

Pero estoy de acuerdo, a condición de que se entienda otra parte sustancial del debate: que la verdad pueda cambiar si hay nuevas circunstancias no significa de ninguna manera que no haya unos hechos interpretables como la verdad ahora y aquí. Nos volveríamos locos si no fuera así. Por lo tanto, hay que tener muy presente que menospreciar deliberadamente estos hechos sólo puede responder a dos cosas. O bien que se establece una verdad nueva a partir de nuevas evidencias, que deben ser de una naturaleza muy extraordinaria, o bien que se miente. Y mentir siempre se miente a propósito, es decir con intención de engañar al otro para conseguir algo. Por eso es mucho más sencillo detectar y denunciar la mentira que ponernos de acuerdo en qué es exactamente la verdad.

En estas últimas horas hemos visto cómo un conjunto de afirmaciones que se hicieron sobre la posibilidad de ser eurodiputado sin jurar la constitución española han sido desacreditadas. Ya no hay duda: no hay que jurar la constitución española para ser parlamentario europeo, a pesar de lo que políticos y medios españoles y catalanes intentaron hacernos creer.

Es inevitable que nos preguntemos, por qué nos mentían estos políticos y medios.

Puedo aceptar que algunos ignoraban la realidad y simplemente se dejaban llevar por el entusiasmo nacionalista español. Es triste que se atrevieran a discutir en estas condiciones pero puede que fuera así. Ahora, alguien fue el origen del argumentario mentiroso que todos repetían como loros. Y sobre ese alguien pueden pasar dos cosas, muy interesantes. O bien que sea un monumental ignorante o bien que tenga una voluntad deliberada de mentir, sin importarle las consecuencias para su gente.

Si quien comenzó la campaña de mentiras es un monumental ignorante, vamos de maravilla. Es mucho más fácil luchar contra ignorantes que contra sabios. Cuesta creer que ignoren incluso el mecanismo más básico del funcionamiento de la Unión Europea, pero estoy dispuesto a creer que pueda ser. En definitiva, muchos aún se ven hoy como Quijotes y todos sabemos cómo las gastaba el personaje de Cervantes.

La singularidad de la Unión Europea es que es la primera unión que no se basa en los matrimonios pactados entre monarcas o en las guerras, sino en la armonización de las leyes. Los estados que la forman armonizan de tal manera las legislaciones propias que acaban siendo inevitablemente un solo espacio jurídico y a la larga político. El invento es excepcional, pero, precisamente porque esto es el corazón mismo de la Unión, es también inflexible. España no podía intentar romperlo unilateralmente sin que las consecuencias de esta ruptura fuesen tan desastrosas para el conjunto que llegarán a ser inasumibles. Cuando el abogado general dijo que un electo, después de haber sido votado, no podía ser un ‘aspirante a diputado’ se refería explícitamente a ello. Si la barbaridad que proponía España hubiera tenido éxito, mañana Polonia podría exigir a sus electos que o van a misa o pierden la condición de diputados; o Grecia podría decidir que si no saben nadar no pueden ser diputados.

Todo era simplemente tan absurdo que todavía hoy me hago cruces que gente con un nivel cultural elevado y un conocimiento suficiente del funcionamiento de Bruselas creyéramos que aquello era cierto. ¿Por qué?

Bueno, sólo puede haber una razón: porque sus prejuicios les impedían ver claro. Sus prejuicios políticos, nacionalistas, personales o lo que fuera. Sólo de acuerdo con ello me puedo explicar determinados titulares o afirmaciones que era evidente que acabarían destrozados en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea.

Soy demasiado benevolente con ellos? Quizás sí. Porque no es sólo cosa de visión. También es cierto que la maniobra pretendía alterar el campo de juego político desde fuera. Reducir a la gente. Hacerla cansarse. Que desconfiar a de los dirigentes políticos que les habían dicho que pasaría algo. Esto es verdad. Querían sacar provecho de la circunstancia para eliminar el problema. Si no hubiera independentistas, millones de independentistas, Junqueras, Puigdemont, Comín y Ponsatí ya no serían un gran problema para el Estado y para la trama espesa de poder, con el Ibex y los grandes medios entre otros componentes clave , que lo sustentan.

Y aquí es donde tengo que hacer el elogio del lector independentista. Porque es este lector, básicamente, el que ha hecho que esto no pasara, que los cuatro, con Diana Riba, nos representan en Bruselas en el Parlamento, a pesar de la feroz campaña de mentiras y desinformación que España ha desplegado, con la intención de intimidarnos, de intimidarnos a cada uno de vosotros. No se han creído lo que ellos presentaban como verdad indiscutible y han confiado, por la razón que sea, que la verdad, al menos la verdad funcional del momento, estaba en este lado del combate político. Quizás porque esto cada vez es más claro?

Últimamente, sobre todo a raíz las noches de Urquinaona, ha resaltado mucho que la gente había perdido el miedo de la policía y de la represión y que esto es un cambio sustancial en nuestro país, que lo es. Pero también lo es que la gente ha dejado de creer en medios o en políticos que hace años tenían toda la credibilidad social y que hoy son mirados con una desconfianza enorme. Que, lógicamente, crece cada vez que cometen errores tan monumentales como los que han cometido en el caso que nos ocupa.

Por todo ello creo que debería darse, si forman parte de esta categoría de lectores, que ustedes son la roca sobre la que se puede edificar cualquier proyecto nuevo. Porque no están dispuestos a transigir con la información que quieren hacerles consumir y para que no les obliguen a aceptarla acríticamente. Mariano Rajoy dice que estaba convencido de que la población catalana castigaría a los políticos independentistas ‘por haberla engañado’. Como si la población catalana no fuera suficientemente crítica para saber interpretar sola qué había pasado. Y como si la población catalana tuviera que doblegarse dócilmente bajo la enorme maquinaria política y mediática que desarrolla el Estado español en nuestro país.

Estos días, pues, pueden llenarse de orgullo. Pueden lucir que no se dejan engañar porque tenían un mejor conocimiento de la realidad que quienes se creyeron acríticamente que los candidatos de Juntos por Cataluña y de ERC no serían nunca eurodiputados. La prueba ya está fuera de toda discusión: son eurodiputados. Fin del debate, fin de las mentiras y fin de la manipulación.

Enorgullézcanse de ello en, pues, y refuercen así la conciencia de que el independentismo, en esta batalla tan desigual, tiene a su lado algo importantísimo: el vicio de trabajar con la verdad por argumento. De trabajar estudiando a fondo esta ‘verdad funcional’ de la que España, obsesionada como ya les conté en apuntalar la mentira para no tener que gestionar la realidad ‘, huye como de la peste. Una actitud, esta de huir, que, si no cambia rápidamente acabará llevándola a la derrota final.

Vilaweb