Hasta llegado el siglo XX las personas no incluían en su agenda anual el viaje de vacaciones. Hoy, más de 500 millones de personas cambian de país para dar respuesta a esta necesidad reciente que consiste en vivir o ver otros lugares unos días al año. Hace 100 años, el desplazamiento máximo a lo largo de toda la vida de nuestra población alcanzaba de media sólo los
Es la globalización en la que se rinde culto a la dimensión, a la economía de escala productiva, al fomento de la necesidad de transportar personas, mercancías e información, a las grandes concentraciones de riesgo y poder financieros, a la macrourbe, a la cultura universal de hábitos de vida y de consumo para sostener una economía sobrepasada en capacidad y además pésima en sostenibilidad y acceso a la riqueza que genera. Lo global progresa homogeneizando la diversidad y con ello, perdiendo la riqueza de disponer de recursos diversos que permitan crear lo nuevo. El fomento de lo global refuerza el sentido de pertenencia e identidad de lo propio, de lo individual. La alternativa es: lo mío o lo de todos. Valoramos lo mío frente a lo de todos, lo público, que pertenece a muchos desconocidos entre sí, cuyo titular no soy yo, sino un ente abstracto, administrado por nadie conocido en persona. Con pocas opciones de sentir e influir en lo público abandonamos el interés por aquello que no sea lo rigurosamente particular. Son terceros impersonales los que nos conducen a través de la política, el mercado, los movimientos religiosos y los principios universales del bien público, la libertad, la democracia y la ética, generando una desafección de las personas respecto de los problemas sociales. La sostenibilidad, la eco-economía, la calidad de vida, la diversidad, la solidaridad y otras capacidades de las que adolecen los sistemas vigentes dependen de volver a reconsiderar el valor de lo próximo, la forma en la que nos organizamos socialmente y cómo repensamos la gestión de los bienes particulares y colectivos. Lo próximo y la gestión muy local a través de pequeñas comunidades producen efectos positivos en todo lo vinculado con la persona y los medios naturales. La educación, la salud, la asistencia personal, la relación con el entorno natural, la agricultura local, la cultura y las tradiciones deben ser diseñadas desde la proximidad y no desde la distancia, o desde lo global.
Volvemos a creer -porque lo necesitamos urgentemente- que lo pequeño es bello, porque a la escala de cada persona la gran dimensión y lo global aporta sólo dos cosas: cobertura emocional por pertenencia a una marca social y disponibilidad de recursos estándar más económicos. Estas ventajas son ciertas si en la balanza de medida no se incluyen otros impactos como los medioambientales, la pérdida de diversidad, el fomento de la desvinculación social y la despersonalización. Lo global como lógica universal dominante en la economía de hoy entrará en confrontación con el valor de lo próximo, de lo local, que constituye hoy en día un rescoldo de una economía pasada. Sin duda, y a largo plazo, la economía sostenible va transitar por evolucionar hacia estos caminos y no por los de recuperar el consumo masivo y diversificar los sectores. Lo próximo -ni individual ni global- como concepto de organización económica y social, nos aportará otras modalidades de bienes comunales que han regulado de forma muy satisfactoria bienes sostenidos durante mucho tiempo. En nuestra tradición y en la de muchos pueblos existen los montes comunales, el auzolan, las comunidades de regantes y, sin ir muy lejos, las sociedades gastronómicas. Lamentablemente muchos de estos modos tradicionales de gestión a través de una comunidad de medios de explotación y cuidado colectivo, van reduciéndose cada día ante la dualidad de lo público-privado, como único modelo de gestión de los recursos. Lo próximo y cercano, en estos momentos de crisis, nos aporta la posibilidad de compartir recursos excedentes en manos privadas, que tendremos que compartir en una economía mejor gestionada. Tenemos superávit en lo que poseemos a título privado y no usamos, y déficit en lo que usamos mucho y podemos compartir a pequeña escala. Este camino de la proximidad nos llevará a una microeconomía dentro de la economía oficial -que perderá sin duda dimensión- a costa de una mayor calidad de vida de los ciudadanos y un mejor uso de los recursos colectivos. La tensión entre la economía de proximidad -y sus ventajas- frente a la economía de distancia, provocará oportunidades para el cambio de modelo económico que necesitamos en el medio y largo plazo.