Ellos aún no lo saben, pero esto acabará con una nueva constitución española (y es mejor que nos preparemos)

La manifestación de respuesta a la sentencia contra el estatuto.

Si no me he descontado, debo haber escrito más de cinco mil artículos editoriales en VilaWeb. Normalmente, son artículos que siguen la más estricta actualidad, pero a veces me permite hacer que van mucho más allá de lo que se espera de un comentarista diario de la actualidad política. Y generalmente son estos editoriales los que, con el paso de los años, me hacen más contento si los resbalo. Por ejemplo, dije en 2006, después de la manifestación del 18-F, que comenzaba una revolución. Expliqué, a raíz de la sentencia contra el estatuto, en el 2010, que había comenzado un golpe de estado. Avisé en el 2013 que el PSC abandonaría el bloque democrático basculando hacia el fascismo para tratar de impedir la independencia de Catalunya. Afirmé en el 2016 que España entraba en una pendiente ferroviaria y que la crisis la acabaría arrastrando. Dije, en las tormentosas jornadas de octubre de 2017, que la proclamación de la independencia sería cosa de pocas horas, como acabó siendo. O escribí en el 2020 que Madrid estallaría en una guerra civil híbrida pero imparable, que es exactamente eso que ya tenemos hoy enfrente.

Esta lista no quiere ser en modo alguno una reivindicación de los aciertos, que esto sería ridículo. Pero sí una reflexión sobre los métodos de análisis de la realidad y las lecciones aprendidas. No tengo una bola de cristal, yo, sólo hago análisis. Y puede ocurrir, y ocurre, que los analistas tengamos opiniones poco acertadas sobre los detalles menores, pero en cambio acertamos la visión de largo plazo, que suele ser más sólida y más fácil de capturar. Esto quise contarlo un día hablando de Fernand Braudel y la “larga duración”.

Personalmente lo entendí bien con L’Empire éclaté, el extraordinario libro de la profesora Hélène Carrère de Encausse que en 1978, cuando nadie lo veía, nos avisó a todos de que la Unión Soviética estaba a punto de desaparecer. Mi estupor cuando leí ese libro fue total: la URSS parecía tan fuerte… Pero, visto desde hoy, el libro es aún más extraordinario que entonces. Porque, pese a que Carrère de Encausse se equivoca en todas las predicciones concretas sobre cómo debía caer la Unión Soviética, acierta en el punto más difícil y extraordinario, que es ver y explicarnos que inevitablemente esa superpotencia desaparecería.

Explique todo esto porque precisamente hoy me gustaría hacer una de estas reflexiones de largo alcance, que ahora mismo quizá os parezca muy extraña, pero que yo ya veo como un hecho muy factible, no la próxima semana, ni el próximo mes – no sé cuándo–, pero inevitable y no a largo plazo.

Hablo de la crisis constitucional enorme que se ha abierto en España y que es, doce años después, la aceleración definitiva del golpe de Estado comenzado en el 2010 con la sentencia del Constitucional español contra Catalunya. Y lo hago para decir que la crisis que vivimos se ha encaramado tan rápido que ya ha llegado a un punto que prácticamente aboca al estado español a un proceso constituyente como única solución posible al callejón sin salida; es decir, a redactar una nueva constitución que supere a la de 1978.

Me voy a contar. Este golpe de estado que dura ya doce años, al fin y al cabo, es el colapso alargado del atado y bien atado franquista. Ya sabéis que Franco, cuando se moría, afirmó que lo dejaba todo “atado y bien atado”, que no se alteraría el orden sustancial del estado nacido de su insurrección y del poder madrileño. Y fue así, a pesar de que en ese momento nosotros no supimos verlo. La sustancia del poder franquista continuó viva y bien viva, porque el PSOE y el PCE y Pujol y Convergència se prestaron a legitimar el maquillaje del régimen. La ruptura, la revolución, no aparecieron por ninguna parte y en todo caso Juan Carlos y los tanques, el 23-F, ya se encargaron de dejar claro que no podía aparecer.

Décadas después, sin embargo, la revolución apareció de repente en el paseo de Gràcia de Barcelona un día de julio de 2010, vestida de proceso de independencia de Cataluña. Y, como no podía ser de otra forma, apareció de la nada, surgiendo de manera espontánea de la gente, de la calle y sin responder a la voluntad de ninguna de las organizaciones políticas que se habían acomodado tan bien al posfranquismo. Lo que explicaba de una forma tan emocionante Josep Fontana.

Y para frenarla, el régimen profundo, aquél que no aparecía porque no hacía falta, tuvo que dar la cara. Y entonces llegaron las presiones y la atización del odio contra los catalanes. Y más tarde el intento de que los catalanes pro-régimen (¿os acordáis de un tipo que se llamaba Duran y Lleida?) la recondujeran. Y el pánico, tras el 9-N, que llevó a Mariano Rajoy a cometer el error fatal: cambiar las leyes para que los jueces ejecutaran el equivalente al 23-F de hoy. Una decisión que creó un problema más grave que el que quería resolver: poniendo a los jueces en la primera fila dejó paso a aquella parte del estado para la que la reforma dicha democrática nunca existió.

Porque el posfranquismo consistió en cambiar la fina capa de lo más alto, que son los políticos y la manera de hacer política, y ya. Y permaneció intacto, por debajo de esa capa, el autoritarismo, el menosprecio de las reglas de la democracia, la incapacidad de diálogo y el supremacismo que hoy funcionan al igual que funcionaban el año cincuenta o el sesenta. Franquismo rocoso.

El problema es que una vez este franquismo tiene carta blanca para actuar y ve que puede hacer lo que le dé la gana, ya no puedes volver a cerrarlo, como el genio de la lámpara. Y tiene agenda propia y ultra. Una agenda propia que, sobre todo en el Madrid más retrógrado, sigue viendo a los socialistas y todo aquello que no sea franquismo instrumental y de carnet en la boca como personajes de los que no puedes fiarte. Como unos usurpadores de un poder que sólo la derecha de toda la vida tiene el derecho de gestionar y disfrutar, porque desde la victoria de los nacionales que este poder es de gestión patrimonial suya.

De ahí al episodio que hemos visto estos días hay tan sólo un paso. Que en Madrid hay quien sueña ya con ver a Pedro Sánchez encerrado en prisión –la alusión de la tal Cuca Gamarra el otro día era evidente y la prensa golpista hablaba de Batet diciendo que era la nueva Carme Forcadell. Gracias a ello –no sé si ahora ya, pero a medio plazo seguro–, finalmente la fina capa que disimula lo que España es en realidad descubrirá que el monstruo también se puede girar contra ellos. Y comérselos.

Por ahora –por pura necesidad personal, no por ideología– intentan tumbarlo de manera inocente sin darse cuenta, por ahora, de que no pueden hacerlo. Ni podrán. No pudieron hacerlo con la reforma del código penal. No podrán hacerlo tampoco con una ley, por mucho que lo intenten. No habrá manera, pegan las vueltas que pegan. Porque todo está atado y bien atado y el poder en España, el único estado de Europa que todavía no se ha deshecho de las estructuras de la dictadura, no está en las instituciones democráticas.

De modo que un día llegarán a la conclusión de que tan sólo hay una salida y es eliminar la constitución posfranquista y escribir una de cabeza y de nuevo, con unas elecciones constituyentes –aquellas que no hubo en los años setenta. Una constitución, esa sí, democrática y sin límites. Los progres españoles ni lo saben, eso todavía, pero la vida es muy dura y acabarán sabiéndolo. O se lo explicarán en Bruselas, que allí sí ya lo saben. E incluso los socialistas tendrán que darse cuenta, cuando descubran, después de ver que Sánchez se encuentra maniatado, que es o eso o cien años de poder absoluto del PP y del sottogovernofranquista en España. Lo que, por conveniencia del propio negocio, va más allá de lo que pueden aceptar.

Pero hoy, en relación con todo esto, sobre todo me interesa avisar de que este horizonte los catalanes debemos tenerlo en cuenta y deberíamos empezar a prepararnos. Por un lado, porque fuera del Principado, en la Comunidad Valenciana y las Islas y también en la Franja, esta nueva constitución española representará una oportunidad quizá federalista que habrá que aprovechar. Y en el Principado, que ya está en otra fase, porque habrá que evitar a todas luces caer en la trampa de 1931 y de 1978. Caer en la trampa de ser comparsas para hacer una España maquillada, que cuando ya se haya recuperado y tenga la cara limpia nos volverá a vapulear, sea roja o azul, monárquica o republicana.

Creo que ya he contado alguna vez que un día un político letón me dijo que la gran oportunidad de la independencia había sido la muerte de Franco y que parecía mentira que no nos hubiéramos dado cuenta. Tenía razón. Quizás, sin embargo, habrá una oportunidad con la muerte del régimen. Si está ahí, consiste en no participar lo más mínimo en el proceso constituyente español. De ninguna forma. El tecnicismo, si llega la ocasión, no será difícil encontrarlo. Pero como, por definición, un proceso constituyente borra la constitución anterior y no puede poner límites a los diputados constituyentes, lo mínimo –y digo lo mínimo– es que los diputados catalanes se reúnan aparte, en Barcelona, ​​y comienzan un proceso constituyente catalán separado y basado en la aplicación del derecho de autodeterminación. Que es, y por eso el aviso, la contraria de ir diciendo que les apoyaremos gratis.

PS1. La constitución española no puede reformarse, eso lo sabemos todos. Pero puede sustituirse. Chile tenía una constitución calcada de la española y ya la han dejado atrás; es un ejemplo a estudiar.

PS2. En su “Bots i barrals”, Ot Bou escribe, más o menos, al respecto. Lea » La Antiespaña no tiene constitución »

PS3. Éste es el último editorial antes de Navidad, por lo que felices fiestas a todos, con un recuerdo especial por Pablo Hasel, Julian Assange y todos los prisioneros políticos o comunes que siempre pasan unos días difíciles, encerrados en estas fechas. Y también a todos los exiliados, del presidente Puigdemont y Valtònyc al último luchador por la libertad en cualquier rincón del mundo.

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