El‘id’, la ‘entidad’

Parece que esta materia no se acaba nunca y siempre por las mismas razones. Cómo si lo que decimos identidad, o identidades, fueran conceptos perversos, peligrosos, quien sabe si asesinos, tal como afirma un libro muy conocido de Amin Maaluf, y que Dios nos ampare. Mal si para combatir los excesos, la intolerancia, la brutalidad o la opresión, reventamos también ideas necesarias, que están en los fundamentos mismos de la condición humana, que es una condición social. Los humanos, por el hecho de serlo, formamos grupos, vivimos en grupo, pertenecemos a grupos, de los cuales siempre hay alguno más decisivo y definidor que los otros. Esta delimitación de la pertenencia es una de las pocas necesidades universales de todas las culturas y sociedades humanas: los individuos necesitan ser algo, formar parte de algún ámbito que les define como miembros de un grupo, e incluso, salvada alguna muy rara excepción, como miembros de un grupo territorial. Hablar de identidad, por lo tanto, no es una moda, ni un subproducto de los nacionalismos y regionalismos más o menos étnicos, tanto si estos fenómenos se valoran positivamente como si no. Es hablar del hecho de ser humanos.

A menudo parece, pero, como si el mismo concepto de identidad fuera, para algunos sectores de opinión supuestamente universalistas, una idea peligrosa: cómo si cualquier identidad colectiva o de grupo (territorial, cultural, étnica, histórica, nacional… cualquier que no corresponda a la definida por el siempre liberal, moderno y progresista espacio de un Estado constituido) fuera un invento artificioso y maligno destinado sobre todo al cierre y al enfrentamiento, e incluso a negar la humanidad básica de los individuos. Pensar esto es tanto como ignorar que la raíz básica de la identidad está en la necesidad universal de pertenencia: es ignorar que todo el mundo, en todas partes, necesita alguna mediación entre su propia singularidad y la universalidad de la especie. Dicho y hecho, ¿quién puede no ser nada?, ¿quién puede ser únicamente él mismo, un individuo y basta? El solipsismo cultural y social es una imposibilidad humana (si se mira bien, es inhumano, porque nuestra especie no es solitaria como los osos sino comunitaria como el conjunto de los primates), y en la práctica no pasa de constituir una fantasía del intelectual desencarnado que en su soberbia se piensa como autosuficiente en la propia individualidad… que por eso mismo él piensa superior y privilegiada, tanto si es explícitamente consciente cómo si no.

Dicho esto, es una obviedad manifiesta afirmar que, como no podemos no ser nada, tenemos que ser algo: algún ‘id’ que nos afirma y distingue. Una obviedad que, aun así, hay que recordar y dejar muy clara: si aceptamos las realidades obvias como lo que son –realidades, no obstáculos para teorías interesadas–, seguramente viviríamos más tranquilos y nos respetaríamos más los unos a los otros. Hablar, pues, de los contenidos y espacios de la id-entidad, es hablar de la entidad de este ‘id’ necesario: ¿qué es, como se define y se delimita, hasta donde llega y en qué consiste, esta cosa –este ‘id’– que somos? La identidad, por lo tanto (a pesar de quienes quieren desacreditarla y atribuirle todos los males de la pobre realidad, como si fuera una ideología o un partido político enemigo), no es cuestión de metafísicos, místicos o maniáticos: es el efecto de la simple necesidad de ser algo en común con otros. El resultado de no ser osos, sino personas. Y en cualquier caso, no es difícil constatar que aquellos que, con teorías tan desinteresadas y cosmopolitas, combaten aparentemente el concepto mismo de identidad, casi sin excepción lo que están buscando –con mayor o menor capacidad de disimulo– es combatir la identidad de algunos otros… que es tanto como reforzar la propia. Sin reconocerlo expresamente, que es la manera más eficaz de conseguirlo.

Preguntarse por la entidad de la ‘id’ parece un planteamiento puramente especulativo, y aun así no lo es, sino que tiene una realidad permanente, vital, y a menudo decisiva para la vida civil y política, para la cultura y para la misma posición y responsabilidad del individuo dentro de la propia sociedad. Volviendo al caso que conozco mejor y que me toca de más cerca: ¿es o no es importante saber cuál es la entidad, la definición, el valor y el contenido, de nuestro ser valencianos o del de ser catalanes? ¿Son o no son decisivas las posiciones que se mantienen –en nuestro caso, a veces conflictivas– sobre este ‘id’ particular? ¿Influyen o no estas posiciones en las actitudes personales y colectivas sobre la vida pública, institucional, cultural o política? Puedo asegurar, por ejemplo y con toda certeza, que en el País Valenciano un determinado concepto de país (los términos mismos de su definición, y el contenido o entidad de esta definición) implica también unas ciertas actitudes cívicas e incluso éticas, una cierta racionalidad y una cierta responsabilidad. En el País Valenciano, como en Cataluña, hablar de identidad, y concebirla o valorarla de una determinada manera, es hablar de un proyecto colectivo, y de una forma de entender la propia participación en este proyecto.

En todo el mundo, en todo caso, los individuos no podrían ser nada por encima de la propia singularidad, si no les enseñan de alguna manera lo qué son. Y enseñar aquí quiere decir transmitir la definición y denominación del grupo, el espacio y las características que lo definen, y simultáneamente o sucesivamente asignar la pertenencia correspondiente y producir la adhesión de los individuos. Otro hecho y condición universal de los humanos, que somos una especie verbal, manipulativa y simbólica. Porque la percepción de esta pertenencia, como la de sus límites significativos, no es un proceso espontáneo y dirigido desde dentro (desde una imposible intimidad autónoma de la conciencia), sino un proceso pautado y regulado, y dirigido desde fuera: por los padres o parientes, por los vecinos o conciudadanos, y en último término por quien tiene poder para ordenar esta dirección. Un poder cultural, o social o político, que a menudo, en cuanto al uso y los efectos, son todos, los tres, una misma cosa, manifestación trinitaria de una única sustancia, una misma línea y expresión de poder. Ya sé que todo esto es teoría, es antropología elemental. Pero también sé que, sin entenderlo, se dicen barbaridades muy grandes. Porque somos identitarios por el hecho de ser humanos, y en todo caso la cuestión sería saber cuál es la entidad básica que cuenta: una tribu, un partido político, un municipio, una religión, una secta, un Estado o una nación. Y después, actuar en consecuencia.

Publicado por Avui-k argitaratua