Elecciones de bistec y de ir a misa

Hay dos tipos de elecciones: las de bistec y las de ir a misa. En las primeras, el ciudadano consulta su voto con la nevera. Se rasca el bolsillo. Se mira al espejo del empleo que tiene o no tiene. Recuerda las últimas vacaciones, si fueron en la playa, en un sitio guay o no; si duraron un mes entero o quizá solo quince escasos días. Y termina decantándose por el partido político que le servirá el mejor y más jugoso bistec en el plato de su vida cotidiana. Cuando se acerca a la cabina de voto, lo hace con la circunspección egoísta de quien se sirve de un cajero automático.

En las elecciones de ir a misa, todo es distinto. A lo largo de la campaña, el votante se subleva. Siente que, en el próximo sufragio, está en riesgo su concepción del mundo. Su país se le puede torcer y transformarse en algo que él detesta. Se le olvida el contenido de su nevera y lo que puede o no puede cargar en el carrito del supermercado. Lo del empleo cuenta siempre, por supuesto, pero ahora se trata de algo relativo. Lo fundamental es que su patria no se le convierta en un lugar inhóspito. Por ello, no vota con la cartera, sino con su corazón ideológico. Son las elecciones de ir a misa. En este caso, la cabina algo tiene de confesionario, donde el elector declara, no sus pecados, sino sus más hondas convicciones.

En la península Ibérica, la derecha es la gran especialista en las elecciones de bistec. Desde el desarrollismo del último franquismo, los políticos conservadores españoles han sabido montar, por lo general, un ajetreado chiringuito de dinamismo económico en el país. En Portugal, Cavaco Silva, que es un tipo áspero, mandón, sin el delicado barniz de una amplia cultura, obtuvo dos mayorías absolutas como líder del PSD, de centro-derecha, y las logró a base de servir tiernos solomillos con una buena guarnición a la población lusa. En este sentido, en el actual marco español de dificultades diversas, con la economía renqueante por la reciente pandemia y por la guerra en Ucrania, al Partido Popular le bastaría con presentar un menú seductor de promesas económicas para lograr que la ciudadanía se siente a su mesa.

Pero, en el panorama occidental, algo ha cambiado: muchos de los últimos actos electorales pertenecen a la categoría de ir a misa. Y, aunque hay excepciones, en estos casos suele ganar la izquierda. Resulta curioso constatarlo: las misas políticas suelen ser más progresistas que conservadoras. Fueron a misa los votantes de Biden, en Estados Unidos, y fueron a misa los de Lula, en Brasil. No obstante, la izquierda también puede llegar al poder sirviendo bistecs: así ocurrió, por ejemplo, en la primera victoria de Bill Clinton, aquella en que sus asesores tenían un cartel en el despacho que ponía: “¡La economía, tonto!”.

Sin embargo, en el mundo actual, en que el autoritarismo chino se expande como una lenta marea negra de falta de libertad, algo que se ha reflejado en la vida laboral de las personas, cada vez más precaria incluso en Occidente, dos fenómenos simétricos se han originado: el poderío de una derecha radical radioactiva y la movilización de la izquierda, en forma de maremágnum progresista. Lo que significa que el pasaporte para el poder basado en promesas de bistec, la tradicional cédula con que el PP volvería a la Moncloa, puede no ser suficiente, sobre todo si la gente se da cuenta de que ese documento viene sellado por la extrema derecha. Ese es el drama del PP y lo que está transformando a Feijóo en un confuso banco de niebla.

En las últimas elecciones portuguesas, en enero del 2022, hace poco más de un año, bastó una tenue posibilidad de que la derecha radical lusa llegase al gobierno para que los ciudadanos le brindasen al Partido Socialista una mayoría absoluta quizá inmerecida. El ciudadano medio portugués fue a misa. Claro que, en Portugal, la matriz del presente régimen de libertades es de izquierdas, hija de una revolución, y en España de derechas, fruto de una transición.

Pero creo que, si ocurre una amplia movilización del progresismo, motivada por la percepción de que se podría retroceder claramente en el sistema democrático español, o de que este seguirá desangrándose en sus actuales conflictos sin una solución a la vista, el centroderecha seguramente se quedará con las ganas. Resumiendo, si los populares quieren volver a la Moncloa, deben dejar muy claro quién está en la cocina, preparando el solomillo que prometen.

LA VANGUARDIA