Elecciones catalanas 2012

 


Salvador Cardús i Ros

 

¿Repetiríamos el mismo voto?

La Vanguardia

 

Qué habríamos votado los catalanes el lunes 26 si, vistos los resultados del domingo 25, hubiéramos tenido una segunda oportunidad? La pregunta tiene sentido si tenemos en cuenta que, en una sociedad democráticamente madura, cada vez hay menos voto de adhesión incondicional a los partidos. Y cuando, como pasa en Catalunya, hay expectativas de cambios tan fundamentales como es conseguir un Estado propio. Según algunas primeras aproximaciones, se calcula que en estas elecciones los partidos sólo han fidelizado cerca de un 60% del voto anterior –un 67% el PP, un 50% ICV, PSC o C’s–, cosa que confirmaría tanto la volatilidad del voto como una toma de decisión muy calculada, y que era lo que medían las encuestas sobre voto no decidido.

 

Efectivamente, cada vez hay más voto que se decide, por cada oferta electoral, a partir tanto de la valoración del comportamiento pasado, de las promesas de futuro, de la confianza en los líderes como, sobre todo, de las expectativas sobre la cartografía general previsible del nuevo Parlamento. Así, las encuestas preelectorales tienen un papel político de primer orden en la orientación de la decisión final, porque permiten ubicar el propio voto en un escenario global. Una gran parte de los votos se decide no por una adhesión unilateral, sino por el efecto que tendrán en un contexto multilateral: relativizar una mayoría absoluta; moderar una política de austeridad; garantizar la fiscalización de unos para que no se desvíen los posibles ganadores de los objetivos prometidos… De hecho, estos ejercicios de cálculo doble y triple son facilitados por las mismas campañas electorales y los electores los acaban de completar con la información –buena o mala– de la que disponen.

 

Mi pregunta inicial está plenamente justificada, pues, por el hecho de que esta vez el ciudadano ha ido a votar con un mapa de orientación equivocado. Si los electores hubieran tenido más pistas sobre la drástica disminución de diputados de CiU, o sobre el incremento de C’s y ERC, o la desaparición de SI, ¿habrían tomado las mismas decisiones? Tengo la convicción de que el lunes 26, a la vista del mapa real del 25, muchos votantes habrían votado de otra manera para reconstruir nuevos equilibrios. Y creo que una buena parte de la decepción entre el independentismo se debe precisamente al hecho de que, aunque no tendría que estar descontento por las proporciones finales entre soberanismo y unionismo, en cambio no ha conseguido el mapa deseado.

 

¿Y qué es lo que el soberanismo no esperaba? Pues, según mi intuición, con lo que no contaba era con el debilitamiento del apoyo al president Artur Mas. Los votantes, a causa de la desorientación provocada por las falsas expectativas, no han podido equilibrar el deseo de frenar una mayoría absoluta de CiU, de la cual desconfiaban –una larga historia de ambigüedades, las declaraciones que llevaban a confusión de Duran respecto de la independencia o su dureza contra ERC, las falsas acusaciones de El Mundo…–, con la consolidación del liderazgo de Artur Mas, que se daba por descontado. Para poder evaluar bien todas estas circunstancias, se deberían aplicar sistemas electorales alternativos al uninominal, como el llamado “voto de aprobación” –en el que se pueden votar todas las opciones preferidas–, propuesto hace más de cien años por el sueco Lars Edvard Phragmén, y que no tengo ningún tipo de duda que habría dado lugar a un resultado muy diferente, y en cualquier caso más fiel a las preferencias del elector.

 

Vistos los resultados, también es hora de preguntarse cómo queda el liderazgo de Artur Mas, tanto con respecto a la gobernabilidad del país como con respecto a la conducción de Catalunya hacia un Estado propio. Pues bien: mi opinión es que el liderazgo de Mas no tan sólo no se debilitará, sino que, de las actuales circunstancias, ciertamente menos cómodas, va a salir reforzado. Lo digo, sobre todo, porque ahora ya no será sólo el líder de un partido, sino que tendrá que asumir un liderazgo más transversal, estrechamente conectado con el Parlament. En este sentido, la idea de nombrar a un conseller en cap dedicado al gobierno del día a día, y que el president tuviera un papel determinante en la representación de la voluntad mayoritaria de los votantes que hemos pedido un referéndum, todavía tendría más razón de ser. Con respecto al propio president, no tengo ningún tipo de duda de su capacidad para enfrentarse a las nuevas dificultades y de transformarlas en grandes oportunidades para el país. Se ha destacado repetidamente que los siete años en la oposición, a pesar de las dos victorias electorales, lo habían transformado hasta acabar de acicalar un carácter lo bastante fuerte pero poco hecho a la erosión pública. La situación actual, en ningún caso es peor que la experiencia acumulada en aquel tiempo de espera. Pero hay otro elemento conformador de la actual visión y carácter político de Artur Mas que considero determinante y que no conozco si se ha destacado lo suficiente. Me refiero a la dura experiencia personal derivada de aquella larga noche del 21 de enero del 2006 en la que tuvo que sacar de un callejón sin salida parlamentario un Estatut atascado en Madrid, pactando con Zapatero –con un Maragall ausente– una solución de compromiso. El coste del pacto para Mas en Catalunya fue enorme, pero el incumplimiento posterior de los compromisos adquiridos por parte del Gobierno y el Estado fue humillante. Es una mera intuición, pero creo que no se explicaría la actual relación radicalmente desconfiada de Artur Mas con los gobernantes españoles sin la marca desgarradora de un engaño al cual, estoy seguro, el president nunca dará ni siquiera una segunda oportunidad.

 

Y vuelvo a la pregunta inicial: ¿qué votarían ahora los catalanes, a la vista de los resultados del domingo? La respuesta ya no cambia nada, pero puede ayudar al president Artur Mas a tomar las mejores decisiones.

 

Salvador.cardus@uab.cat

 

 

 

Ferran Sáez Mateu

Ahora que ya sabemos cuántos somos

ARA

 

En el artículo que publiqué en estas mismas páginas apenas al día siguiente de la Diada se contraponía la vaguedad de una imagen con la precisión de una radiografía. El 11 de septiembre la imagen de la calle era, sin duda, espectacular, abrumadora. La radiografía precisa, en cambio, requería un recuento minucioso: unas elecciones. Ahora ya sabemos quiénes somos, y cuántos somos, y qué queremos ser, y qué no, en ese momento sólo teníamos una impresión difusa, de todo. Cada uno se hacía una composición de lugar más o menos autocomplaciente, cada uno intentaba observar los hechos desde sus propias expectativas. Ahora las cosas han cambiado.

 

Empezamos por las buenas noticias: sólo se pueden tomar decisiones inteligentes y operativas partiendo de premisas verosímiles. No es descartable que entre el 11 de septiembre y el domingo pasado este país haya vivido rodeado por algo parecido a un enorme espejismo. Lo más importante de estas elecciones ha sido aclarar unas cuantas cosas que dábamos alegremente por descontadas: ¿quiénes somos, cuántos somos, qué somos? Somos más o menos los mismos que el 10 de septiembre. La cosa, como dice la voz popular, ni crece ni asume. Ha habido un intercambio de siglas de partido que cada uno puede interpretar como buenamente quiera, pero eso es todo. Parece un buen momento para repensar determinadas cosas, pero no neuróticamente, sino con la intención de seguir adelante. No hay otra opción: este camino, que se prevé mucho más duro que antes, ya no tiene retorno. Conservamos los toros, conservamos los cencerros… pero no hemos recogido nada por el camino. De hecho, incluso hemos perdido algo. En este sentido, cuando veo extrañas listas en que los diputados de CiU son situados cerca de los de la CUP, por ejemplo, me da la impresión de que alguien tiene ganas de contar chistes que no hacen gracia.

 

CiU y ERC suman 71 diputados, lo que permite hacer un gobierno con mayoría. La participación en este gobierno, en cualquier caso, implicará una erosión inmensa. La crisis es la que es, y se tendrán que tomar decisiones tanto o más impopulares que las que se han tomado hasta ahora. Quiero decir, lisa y llanamente, que esto de los recortes ya no será entonces sólo patrimonio de CiU. Oriol Junqueras es una persona sensata y un líder creíble, y sabe perfectamente que, en estas circunstancias, gobernar significa incinerarse políticamente día a día. Además, el programa electoral de ERC y la lista de cosas que habría que hacer ahora son como la noche y el día (por no hablar del de ICV). Artur Mas también es un líder sensato y creíble, y sabe que un gobierno con el PSC sería percibido como un recurso precario (por no hablar de un pacto con el PP). El resto de combinaciones no tienen sentido. Esta es la situación.

 

No tengo ni una sola duda, ni una ni media, de que si PSC, ERC e ICV sumaran reeditarían el tripartito, entonando la conocida copla de «izquierda plural» o cosas por el estilo. Ahora esto no es posible, como también resulta impensable un pacto CiU-PP, sea en nombre de lo que sea. Descartadas esas viejas inercias, ¿qué se puede hacer? En mi opinión, y en primerísimo lugar, no abandonar el objetivo de una consulta sobre el Estado propio: los programas de los partidos deben respetarse escrupulosamente. En segundo lugar, asumir que la consulta resulta, en estas circunstancias, infinitamente más complicada que antes, porque pide el compromiso y la implicación efectiva en la obra de gobierno de una segunda formación. Esto es lo que expresaron con claridad los ciudadanos de este país el pasado domingo, y también habría que respetarlo escrupulosamente: ahora no vale desentenderse de lo que pedimos hace sólo unos días. Sería una frivolidad. En tercer lugar, y puestos a seguir respetando cosas de manera escrupulosa, convendría que todos fuéramos conscientes de que el primer paso de un objetivo que hace pocos días estaba próximo ahora queda muy, muy lejos. Por honestidad intelectual, y también por lucidez política, convendría que todos tuviéramos claro que, en el ejercicio de nuestra libertad, hemos tomado una decisión concreta, y no otra, y que este hecho tiene unas determinadas consecuencias, y no otras.

 

Ahora ya sabemos cuántos somos, y quiénes somos, y qué queremos, y qué no queremos. También deberíamos ser conscientes, sin embargo, que las posibilidades de que todo esto vaya adelante ahora son muy pequeñas porque el mundo real funciona con mayorías claras y liderazgos fuertes. ¿Cómo se explicará, de aquí cien años, este curioso otoño de 2012? Esto no debería hacer perder el sueño porque seguro no lo veremos, pero estoy convencido de que vale la pena perder un par de minutos tratando de imaginarlo.

 

 

Ramón Zallo

Catalunya encara el derecho de decisión

Noticias de Gipuzkoa

 

LOS resultados de las elecciones catalanas han deparado muchas sorpresas. La primera de ellas es el fracaso del sistema de encuestas. Ninguna ha acertado.

 

La segunda es el mapa resultante con el muy fuerte descenso de CIU que, buscando el sorpasso de sí mismo y de su impopular y desmedida política de recortes, gana las elecciones pero pierde 12 escaños y la apuesta. Se retrotrae al mismo lugar en el que estaba en 2003 y 2006 en escaños, un lugar más natural que el sobredimensionado espacio que ocupó por la anterior crisis de ERC. Se produce un fuerte ascenso de aquellos a los que Artur Mas pretendió tomar prestado el programa. Ha resultado un trasvase de votos de CiU a una más creíble ERC (más que dobla).

 

El PSC pasa a tercera fuerza, con un fuerte descenso (-8 escaños ahora y -17 en 6 años), pérdida de identidad y contribuyendo al ascenso de la ICV de Joan Herrera (+3 escaños). Asimismo, emerge un voto popular directo del sistema asambleario independentista (CAP) que hinca sus bases en los indignados y en la izquierda independentista. También se ha producido el fracaso del SI (de López Tena sin Laporta) y de los xenófobos de PxC que se quedan de nuevo fuera del Parlament.

 

La tercera es que se esperaba una movilización del voto catalanista, como continuidad del ciclo de movilización que tuvo su punto álgido en el 11-S; pero no se esperaba una movilización general de la población (participación del 70%), lo que incluye el despertar del hasta ahora dormido voto españolista explícito. Ciutadans -C’s- se triplica con un programa obsesivamente españolista; y el PP mejora en un escaño, a pesar de los recortes de Rajoy. España lo primero.

 

Aparecen así algunos nuevos rasgos.

 

*La polarización plural. El mapa catalán respondía hasta ahora a un modelo de bipartidismo con CiU y PSC como ejes, y otras fuerzas a considerable distancia pero que permitían mayorías suficientes para formar gobiernos de coalición, como se pudo comprobar con los dos últimos tripartitos de izquierda. Ahora se ha polarizado hacia programas más nítidos y radicales.

 

En esta ocasión, los partidos clásicos de poder (CiU, PSC y PP) pierden en conjunto 19 escaños, lo que indica la emergencia de otras fuerzas con suficiente tirón como para considerarse un voto útil. ERC, ICV y C’s son sus beneficiarios respectivos. De todos modos, CiU sigue a considerable distancia del resto, y le toca la responsabilidad de gobernar aunque disminuida en su peso político. En un segundo plano, y en un paquete, se sitúan ERC como 2ª fuerza, seguida de cerca por PSC y PP, y más lejos, por fuerzas que ya no son menores como ICV (13) y C’s (9).

 

El decisionismo de izquierda (ERC, ICV y CAP) es el más beneficiado, incrementando 13 escaños en conjunto (descontados ahí los 4 que tuvo SI), así como el independentismo de izquierda (ERC y CUP) que gana 10 (descontados ahí los de SI en 2010). Habría recogido la radicalización que el recurso del PP y la decisión del TC en 2010 introdujo en la política catalana.

 

No se entiende muy bien la alegría de la prensa de la Villa y Corte, porque estos datos ratifican el ciclo soberanista abierto

*Soberanismo en marcha. Las corrientes partidarias del decisionismo suman nada menos que 87 escaños (casi dos tercios, como en Euskadi), los antidecisionistas, 28 (20%) y, en medio, PSC sumando 20, con sus dudas y como partidario del derecho a consulta legal y del federalismo. Como recordaba Carod Rovira, los escaños de CiU en 2010 eran nacionalistas pero con un programa no soberanista; ahora sí son computables en ese bloque. Será difícil o muy caro que se echen para atrás -más allá de gestionarlo de otra manera-; y si renunciaran al mismo, el descalabro sería formidable la próxima vez, por engaño en un pueblo maduro. Sigue ahí el compromiso de consulta para esta legislatura.

 

No se entiende muy bien la alegría de la prensa de la Villa y Corte -más allá de la factura visceral cobrada a un Artur Mas vilipendiado como traidor a España-, porque estos datos ratifican el ciclo soberanista abierto.

 

Además, quienes conciben Catalunya como nación -y ahí se incluye el PSC- suman nada menos que 107 escaños frente a 29 de los irreductibles PP y C’s. Es una suma que a muchos nacionalistas catalanes les chirría, pero en Euskadi estaríamos encantados de poder hacerla para nosotros.

 

*Ralentí en el proceso soberanista. Aparecía la expectativa de un turbo-cambio y en una legislatura. Las elecciones se convocaron para catapultar electoralmente el soberanismo tras la gran movilización del 11-S dando un vuelco al mapa parlamentario, legitimar la consulta y reforzar el liderazgo de CiU. Eran plebiscitarias.

 

Pero no han sido palanca para el salto cualitativo esperado. En el primer aspecto simplemente se repiten votos con un escaño más (de 86 a 87), y en el segundo, el liderazgo se debilita, de paso que le pone a Mas ante la presión de sus corrientes internas más moderadas. Los resultados simplemente ratifican, pero no dan alas para acelerar el proceso sin matizarlo convincentemente. Ha sido la política de recortes previa, y no el proyecto de consulta, lo que ha limitado la credibilidad de Mas en su apuesta soberanista.

 

Por eso no coincido con el siempre lúcido Enric Juliana que dice que las elecciones las ha ganado el status quo español, cuando lo que sí ha hecho es simplemente amortiguar el golpe. El problema sigue en términos parecidos a los de antes del 25-N, con un proceso de radicalización social en curso que podría generar otro 11-S en caso de pudrimiento de la situación. No olvidemos que Mas no estuvo detrás del 11-S.

 

Con todo Catalunya ha redescubierto su pluralidad -algo oculta tras el 11-S-, lo que invita a ampliar bases sociales y a incorporar más mimbres políticos al proceso decisionista. Tampoco olvidemos que hay otras sumas a hacer: los partidarios de Estado propio (CIU, ERC, CUP) son 74 sobre 135, un 52,5% frente a un 47,5% (el resto), lo que es una mayoría exigua que habrá de matizar su proyecto sobre la forma Estado para que ICV pueda verlo apropiado, e incluso el PSC, quizás en claves de confederación o consociación entre estados libres asociados para una larga etapa.

 

*Aire a Rajoy. Lo anterior le permite respirar un poco a Rajoy, que ha de elegir entre no mover ficha -su tendencia natural- o renegociar con CiU para llevarle a una senda de acuerdos con algunas concesiones en lo fiscal y en lo presupuestario, que le permitan a Mas políticas propias mientras se relaja la presión sobre Madrid. Igualmente está en la mesa la hipótesis ya sea de abrir el melón constitucional -dudoso- , ya sea de alguna vía para soslayarlo en la línea federal. Claro que en España no hay sentido de Estado, solo de España.

 

*El voto de izquierda se amplía. De suponer el voto social de izquierdas (PSC, ERC, ICV, SI) 52 escaños ha crecido hasta 57 (ERC, PSC, ICV, CUP), aunque más relevante es lo que han bajado las opciones conservadores (CiU y PP), de 80 a 69. El lerrouxista C’s ha pasado de 3 a 9, y en su programa tiene unas pocas reivindicaciones sobre servicios sociales que recuerdan algo a la socialdemocracia y al origen político de algunos de sus fundadores. Todo ello abre la expectativa de una hegemonía de izquierda en el bloque decisionista a medio plazo. Igualmente asistimos a un sorpasso de las nuevas izquierdas sobre una izquierda tradicional que solo piensa en gestionar el status quo. Vivimos otra época.

 

En lo inmediato, siendo fácil para Mas el trámite de investidura, es más complicada la formación de Gobierno. ERC deberá elegir entre ser parte del Gobierno, socio parlamentario preferente u oposición. Posiblemente ERC no quiera entrar en las dos primeras opciones, por la política social de CiU que le achicharraría entre su electorado. Lo normal es que ERC elija ser oposición en lo social y socio en lo nacional. Quizás CiU opte -como el PNV en Euskadi- por gobernar en solitario, apoyándose para el proceso de consulta a la ciudadanía en los decisionistas, y para los urgentes presupuestos para 2013 en el PP o en el PSC. El tiempo lo dirá.

 

Sala i Martin

Elecciones catalanas 2012: ¿y ahora qué?

http://salaimartin.com/randomthoughts/item/477

 

Somos muchos los que pensábamos que los partidos soberanistas tenían que ir juntos a las elecciones del 25 de noviembre. Si lo hubieran hecho, hoy toda la prensa, la nacional, la española y la internacional, habría destacado su triunfo sin paliativos:

 

1.- Los partidos que en su programa electoral decían claramente que estaban a favor del derecho a decidir y que han entrado en el Parlament (CiU + ERC + ICV + CUP) han sumado 2.094.415 votos. Los que decían que NO (PSC + PP + C’s) han tenido 1.269.455 votos. Es decir, el 57,73% de los votantes han votado a favor de partidos que quieren el derecho a decidir y sólo el 35,00% han votado a favor de los que no. Los partidos que están a favor del referéndum han obtenido el 64,44% de los escaños (87), y los que están en contra, sólo el 35,56% (48). Victoria aplastante, tanto en votos como en escaños, del SÍ A LA AUTODETERMINACIÓN.

2.- Los partidos que están explícitamente a favor de la independencia (CIU + ERC + CUP) han obtenido 1.735.558 votos, y los que están en contra (PSC + PP + C’s) sólo han tenido 1.269.455. De todos los que se han pronunciado claramente, los del SI han tenido el 57,75% de los votos y el 60,66% de los escaños. Los del NO han tenido el 42,24% de los votos y el 39,34% de los escaños. Es decir, victoria aplastante, en votos y en escaños, de los partidos del SÍ A LA INDEPENDENCIA.

 

Por tanto, el resultado objetivo de las elecciones es que el pueblo de Cataluña ha votado mayoritariamente (MUY mayoritariamente) a favor de partidos abiertamente a favor de la autodeterminación y que son abiertamente independentistas.

 

Comparando con los resultados del 2010, vemos que:

 

1.- Si consideráramos que CiU estaba a favor de la autodeterminación y de la independencia en 2010, aunque no esto no figurase en su programa electoral, las proporciones son más o menos las mismas que en 2012.

2.- Si consideráramos que CiU no estaba ni a favor de la autodeterminación ni a favor de la independencia porque no lo había dicho explícitamente, entonces los partidos favorables a la autodeterminación (ERC + ICV + SI) han pasado de 24 escaños a 87 escaños. Han pasado, de tener el 17,79% de los escaños y el 17,66% de los votos, a tener el 64,44% de los escaños y el 57,73% de los votos. Lógicamente, el gran aumento se debe a que CiU ha pasado de ser un partido que no había hecho explícita su posición hacia la autodeterminación y la independencia y ahora sí que la ha hecho. Parece que en este proceso CIU haya perdido votos, pero el independentismo los ha ganado o, como mínimo, los ha clarificado.

 

Todos estos resultados demuestran un éxito abrumador de los partidos del derecho a decidir y del movimiento independentista, y también que, pese a la virulenta campaña del miedo y de la mentira, el porcentaje de votos y de escaños favorable a la independencia y la autodeterminación no ha bajado, y que, si tenemos en cuenta que CiU antes no lo decía y ahora sí, incluso ha subido dramáticamente. Esta conclusión es tan evidente que así es exactamente como lo ha visto la mayor parte de la prensa internacional: desde del New York Times, pasando por la BBC, el Financial Times, o The Economist.

 

Si, como decía, los partidos soberanistas hubieran ido juntos a las elecciones, así es también como lo habrían visto los periódicos españoles. ¿Por qué todos los diarios españoles han dicho que el soberanismo ha salido derrotado? ¿Y por qué los partidos unionistas han celebrado los resultados como si estos fueran una gran victoria para ellos? Pues porque los soberanistas iban separados y el partido que se había autoproclamado líder del proceso ha tenido un retroceso importante, ya que ha perdido 12 escaños y unos 90.000 votos respecto a las últimas elecciones. La conclusión partidista que han sacado los periódicos y los partidos españoles es que «los votantes han castigado Artur Mas y CiU y su ‘deriva independentista'». Y es cierto que los votantes han votado Mas y CiU. Pero no es cierto que hayan castigado su ‘deriva independentista’, porque resulta que de los 12 escaños que ha perdido, ¡11 han ido a parar a ERC! Es decir, que según los españoles, ¡los catalanes castigan la deriva independentista de Mas y lo hacen dando 277.000 votos y 11 escaños adicionales a un partido que aún es más independentista! ¡A veces los españoles son muy graciosos!

 

Yo no sé si CiU ha perdido votos por culpa de la campaña infame de algunos medios de la ultraderecha española (por cierto, alguien debería ir a la cárcel por los informes de policía inexistentes), por los recortes, por el caso Palau o porque hizo una campaña nefasta. No lo sé. Pero lo que está claro es que, si perdió votos por el tema soberanista, no los perdió porque fuera demasiado soberanista, ¡sino porque lo era demasiado poco! Después de todo, la gente ha preferido apostar por un partido con una tradición independentista mucho más antigua, como ERC.

 

Dicho esto, lo que sí está claro es que CIU (y no el independentismo, insisto) ha perdido muchos escaños. Y que CIU haya perdido escaños en el Parlamento es un problema, porque el referéndum no se celebrará mañana. De hecho, celebrar un referéndum será complicado (porque los españoles lo intentarán impedir con la Constitución y con todos los medios a su alcance) y, mientras dura el proceso, no sólo importa el apoyo total que tienen los partidos soberanistas, sino que también es importante el apoyo que tiene el gobierno de la Generalitat. Lo digo porque mientras no llega el referéndum, el país se ha de gobernar, se aprobarán presupuestos y deben pagarse los salarios a los funcionarios y se deben pagar las facturas a los proveedores. Y todo ello deberá hacerse en un entorno financiero enormemente hostil. Hostil, por una parte, por culpa de la crisis: recordad que la Generalitat no puede pedir prestado, porque tiene el acceso a los mercados de crédito cerrado por culpa del nefasto sistema de financiación que tiene la España de las autonomías. Por otra parte, hostil por culpa de que el gobierno español ya hace tiempo que está haciendo todo lo posible para estrangular Cataluña. Y vista la falta de ética desplegada durante la campaña, es de suponer que el intento de estrangular Cataluña se acentúe en el futuro.

 

Esto quiere decir que si Esquerra y CiU no suman sus 71 diputados para formar un gobierno fuerte de mayoría absoluta que se proteja contra la tormenta que vendrá de fuera y se mantenga fuerte hasta que haya un referéndum, ya nos podemos despedir del derecho a decidir.

 

Formar un gobierno de coalición será complicado, porque los dos partidos tendrán reticencias. CIU recibirá presiones de los grupos empresariales y medios de comunicación que quieren acabar con el «giro soberanista» de Mas y quieren que el partido vuelva a ser servil, vuelva a buscar lazos con España, vuelva a tener la ambigüedad de las últimas décadas. Vuelva, en definitiva, a hacer el papel de la «puta y la Ramoneta» (o como dice un colega mío, «la puta y la duraneta») para ganarse los favores de una España condescendiente. CIU recibirá presiones para que pacte una mejora de financiación con el PP, o un gobierno de coalición con el PSC (ya hay quien habla de sociovergencia), o simplemente un chantaje de apoyo financiero de Madrid a cambio de asesinar el derecho a decidir. Y habrá miembros de dentro de la coalición que presionarán a Mas para que lo acepte. Pero CIU no puede (o no debería) aceptar ninguna de estas ofertas. Sería una traición sin precedentes que le haría perder todo el apoyo que ha recibido ahora: ¡un millón cien mil personas han votado porque quieren tener derecho a decidir! Como dije en mi último post, yo no pude votar, pero habría votado CIU única y exclusivamente porque creía que era la mejor manera de ir hacia el referéndum. ¡Y si CIU aceptara las 30 monedas que le ofrecerá España, que todo el mundo sepa que lo primero que, no sólo se enfadaría, sino que tendría una actitud militante en contra de CiU sería yo!

 

Por otra parte ERC tendrá reticencias a entrar en el gobierno. Saben que viene una asfixia económica y que los próximos presupuestos de la Generalitat serán los más austeros de la historia: no habrá posibilidad de que los mercados (ni los europeos, ni los españoles) lancen un cable de ayuda a un gobierno que tenga como objetivo diseñar la separación… y eso se lo harán pagar. Y quien esté en el gobierno se desgastará políticamente, sobre todo si se trata de un partido que se ha declarado abiertamente en contra de los recortes. Por lo tanto, si ERC entra en el gobierno, sus bases se quejarán, porque no querrán ser cómplices de los recortes. Y, por tanto, tendrán la tentación de coger la postura fácil de decir «apoyaremos CIU para todo lo que sea necesario en el tema del referéndum pero el presupuesto es otra cosa» para quedarse fuera del gobierno.

 

Pero la realidad es que se debe hacer gobierno y deben aprobarse presupuestos al mismo tiempo que se avanza por el camino del referéndum. Y el único partido que puede hacer fuerte el Gobierno sin debilitar la causa del referéndum es ERC. Si Esquerra no entra en el gobierno, CiU no tendrá más remedio que pactar con PSC o PP (o convocar nuevas elecciones). Y el proceso de independencia habrá muerto. Los españoles habrán ganado la partida, sin necesidad de empezar a jugar, porque los catalanes nos hemos destruido a nosotros mismos.

 

¡Sí! Si los partidos soberanistas hubieran ido juntos a las elecciones, hoy el independentismo estaría celebrando la gran victoria que los periódicos extranjeros han descrito en sus portadas. Los soberanistas cometieron el error de ir separados y lo que sin duda es una gran victoria ha convertido en un más que posible descarrilamiento definitivo del proceso de transición nacional. El error que, entre todos, cometieron antes de las elecciones ya no se puede evitar. Pero tanto ERC como CiU todavía tienen la posibilidad de subsanar ese error formando un gobierno de mayoría absoluta soberanista.

 

Los resultados electorales muestran que la ciudadanía ha dicho, con mucha claridad: queremos votar y queremos votar «Sí». Que la voluntad del pueblo no quede, de nuevo, enterrada bajo la cortedad de miras de los partidos políticos.

 

 

 

 

Joan Ramon Resina

Resultados razonables

ARA

 

Electrizadas por la apuesta al todo o nada (o mayoría excepcional o resignación) por un lado, y por otro por el intervencionismo histérico que los manifiestos «conciliadores» de la izquierda española hasta la suciedad de las alcantarillas del PP, pasando por el guiñol de Tejero y la partida de la porra que el ministro del Interior envió a las urnas, al final las elecciones acabaron en anticlímax y con resultados razonables. Si alguna sorpresa hubo es que el PP consiguiera trasladar al gobierno catalán toda la responsabilidad de los recortes, haciendo olvidar a cientos de miles de electores que es este partido quien, desde el Estado y con mayoría absoluta, decide tanto los impuestos que gravan la economía catalana como las partidas presupuestarias, escandalosamente desproporcionadas al esfuerzo fiscal. Que encima haya salido indemne de la campaña más inmoral desde el restablecimiento de la democracia, permite evaluar el grado de cinismo o, en el mejor de los casos, de ignorancia que sufre su segmento del electorado. Con la hipótesis del cinismo no hay nada que hacer salvo deslindar el territorio moral y trazar una línea roja infranqueable: la que CiU ha traspasado durante la legislatura pasada eligiendo al PP como socio preferente. En la segunda hipótesis, hay que hacer un esfuerzo superlativo para educar la parte educable de este electorado, ayudándole a desvanecer el miedo a las tinieblas exteriores con que la propaganda ha embotado los brotes de conciencia de muchas personas, haciéndoles olvidar que el infierno no está fuera sino que es la España del PP.

 

Es cierto, todos esperábamos una victoria al alza de CiU, pero era una expectativa inducida por sondeos que una vez más se han demostrado errados. Los argumentos de algunos amigos para convencerme del liderazgo definitivo de Mas se basaban más en la fe que en la constatación, y al final éste ha sido el punto débil de la candidatura: la imagen de profeta bajando al pueblo con la hoja de ruta después del Once de Septiembre exigía creer en una transfiguración. En este milagro han insistido periodistas e intelectuales que todavía no hace un año burlaban el independentismo exprés, remitiendo a las calendas griegas un proceso por el cual no daban ni cinco céntimos. Pero he aquí que, formados a toque de silbato, no sólo se han sumado a la evidencia de un proceso que humanamente no tiene espera, sino que han hecho lo imposible para convencer al electorado que en adelante la independencia era cosa exclusiva de CiU.

 

Esto no era serio y no ha cuajado, y está bien que no haya cuajado. En las pretensiones de liderazgo absoluto podía objetarse que el currículo independentista del presidente no presentaba suficientes méritos para dejar el proceso exclusivamente en sus manos. ¿Y en nombre de qué se nos pedía hacer esto? En nombre de un partido que nunca ha sido programáticamente independentista. Y en nombre de un hito impronunciable al que CiU aludía con eufemismos desde hacía sólo unos meses. ¿Pero quien es CiU al final? En la pasada legislatura CiU ha sido dos cabezas con un solo par de piernas. Y un partido teratológico que debate consigo mismo si avanza hacia un estado independiente o retrocede hacia una unión más o menos reformada con España no concita visiones de tierra prometida, se diga Ítaca o Massachusetts. Como si Moisés bajara del Sinaí con un sacerdote de Anubis. Tenía razón Pere Navarro cuando contraponía a la contradicción del PSC la de CiU. Esta contradicción, que se ha manifestado desastrosamente en plena campaña, necesariamente tenía que hundir una apuesta basada en su superación calculadamente retórica.

 

Tampoco es ninguna sorpresa el repunte de ERC hasta los niveles anteriores a una estrategia dañada por la ambición de gobernar a cualquier precio. La sinceridad, sustancia intelectual y moderación expresiva de Junqueras han desvanecido la desconfianza generada por otros líderes que habían creado la impresión de que, más que servir al país, se servían ellos del país. Resuelto este capítulo con elegancia, es natural que ERC reanude el crecimiento que el tripartito cortó de raíz.

 

Las cosas están, formalmente, donde habían sido otras veces: CiU victoriosa pero obligada a pactar. Sólo que esta vez lo hará encorsetada por unas expectativas que Mas no se puede permitir defraudar con el pretexto de unos resultados decepcionantes. Paradójicamente, es en estas duras condiciones, más que en la comodidad de una mayoría absoluta, cuando podrá demostrar su madera de líder. Necesitará luchar primero con el propio partido, y si hay que reformar la federación, a fin de perseguir el objetivo comprometido en campaña. Y luego desplegar sus dotes diplomáticos para plasmar en acción la transversalidad independentista que supone desembarcar en un proyecto en marcha, y que se ha demostrado que CiU no se podía adjudicar, aunque sí puede, y seguramente no tiene otra salida digna que compartirlo.