Después de un breve bache provocado por la desaceleración económica mundial, el negocio eléctrico en China ha vuelto a la normalidad. En otras palabras, está ya corriendo a toda máquina. El pasado 26 de abril, la empresa eléctrica Huaneng, la mayor del país, comenzó a construir un reactor nuclear en la isla de Hainan.
La semana anterior, esta misma empresa eléctrica, Huaneng, había anunciado que su producción de electricidad había aumentado en un 40% durante el primer trimestre del año 2010. Lo dijeron un día antes de que Datang International Power, la segunda empresa eléctrica china, hubiera declarado que su producción había aumentado en un 33%. Incrementos súbitos de estas magnitudes, inimaginables en la mayoría de los países, son comunes en China.
El auge de la construcción de centrales eléctricas en China, que no termina de acabar, ha representado el 80% de la nueva capacidad mundial de generación en los últimos años y seguirá siéndolo durante muchos años más. Tan sólo el incremento de la capacidad de este año será superior al total de la potencia instalada de Brasil, Italia y Reino Unido y se acercará a la de Alemania y Francia. En el año 2012, China debería producir más energía al año que Estados Unidos, el actual líder mundial en generación eléctrica.
Por otro lado, conviene señalar que, por detrás de esta impresionante transformación de la capacidad de generación eléctrica, las formas de intervención gubernamental son múltiples y variadas. Aunque ningún país tiene un mercado eléctrico que sea puramente privado para la generación de electricidad, en China la intervención pública es especialmente penetrante.
Las cinco empresas eléctricas mayores que están controladas por el Estado, y que incluyen a Huaneng y a Datang, poseen el 45% del mercado eléctrico de China y las pequeñas empresas eléctricas, que también están controladas por el Estado, su dominio asciende al 50% del mercado.
La mayoría las eléctricas perdió dinero en el año 2008. Estas mismas empresas presentaron unos balances económicos con resultados bastante bajos en 2009 y, gracias a la política gubernamental de mantener bajas las tarifas, será bastante improbable que las empresas eléctricas sean rentables en el futuro.
Por el contrario, y debido también a las directrices del gobierno, las empresas eléctricas están invirtiendo cantidades espectaculares de dinero financiado, en gran parte, por los préstamos baratos de los bancos controlados por el Estado.
Este hecho no sólo permite a las empresas eléctricas en China producir energía eléctrica de forma más barata que las otros países en vías de desarrollo, sino que también acaba con la incertidumbre y el retraso en la negociación de garantías con los equipos de desarrollo internacionales o con los organismos bilaterales de crédito a la exportación.
La enorme expansión de la capacidad de generación está sirviendo para cubrir otros objetivos no menos importante, siendo uno de ellos el hecho de estar reforzando el orgullo nacional, especialmente en las zonas rurales, donde hasta no hace mucho tiempo, después de la puesta del sol, tenían que vivir prácticamente en la oscuridad porque no había luz eléctrica.
Las autoridades chinas también son conscientes de que el hecho de que China cuente con energía abundante y barata ayudará a atraer a los inversores que desconfían de la industrialización que es variable y oscilante como ocurre en otros mercados emergentes.
El hecho de contar con un suministro de electricidad barato y confiable es una de las razones por las que China sigue siendo el destino preferido para las empresas de fabricación, a pesar de que sus salarios están por encima de los de otros países del sudeste asiático como Bangladesh, Indonesia, Filipinas y Vietnam.
Sin embargo, este éxito está teniendo un alto coste que puede convertirse en una bomba de relojería. La energía barata también ha impulsado la expansión de las industrias pesadas que consumen mucha energía, como es el caso de la producción de acero y de la fundición de aluminio. Estas empresas han convertido a China en un país más dependiente de la electricidad que cualquier otra gran economía.
En consecuencia, y paradójicamente, por su equivocado cortoplacismo y sus ansias ciegas y desmedidas de poder, la economía china se ha debilitado con respecto al futuro. Será una economía cada vez más expuesta a las variaciones en los precios del carbón, del petróleo y del gas natural, cuyos valores, en unos pocos años, van a conocer unos incrementos importantes. De este modo, China se está convirtiendo en un gigante con pies de barro.
Por si fuera poco, China se está convirtiendo, a nivel internacional, en el país que más contamina al planeta con sus emisiones de gases de efecto invernadero. Si no cambia de política energética ahora, su declive está más que cantado. Con la aceleración del Cambio Climático y sus dramáticos impactos, el establecimiento de una tasa a nivel mundial sobre emisiones de CO2 es algo que ya deberíamos descontar a medio plazo.
El futuro será sostenible y los países que lo olviden serán los grandes perdedores. China sí lo sabe, y hace tiempo que apostó por las renovables y el coche eléctrico, pero las urgencias y las ansías de poder pueden obligarle a hipotecarse en actividades de gran consumo energético. La única salida es apostar a tope por las renovables y por el ahorro y la eficiencia energética.