El síndrome del puente sobre el río Kwai

La famosa película de David Lean de 1957, protagonizada por Alec Guinnes, es una parábola sobre conflictos estratégicos y el rol de la voluntad humana y su destino. El coronel británico Nicholson, prisionero de guerra con su batallón en un campo de prisioneros de los japoneses en Birmania en la zona de la línea férrea que estos están construyendo para unir Rangún con Saigón, deberá construir un puente de madera vital para el ferrocarril. El coronel japonés, Saito, quiere hacer trabajar a todos los prisioneros, incluso los oficiales, cosa contraria a la Convención de Ginebra, que Japón no había firmado. Nicholson se niega y él y todos sus oficiales son arrestados en condiciones durísimas mientras los soldados trabajan en la vía bajo dirección de oficiales japoneses.

Como los británicos boicotean los trabajos y el puente no avanza, Saito se ve obligado a aceptar que los oficiales no trabajen y dirijan la construcción del puente. Entonces, los ingleses recuperan sus energías y consiguen que el puente esté listo dentro del plazo fijado.

Por otra parte, un comando anglo-americano está intentando dinamitar el puente antes de que el cruce el primer tren. Nicolson descubre el sabotaje y lo comunica a los japoneses para impedir que los aliados dinamiten el puente que se ha convertido en su orgullo como muestra visible de la superioridad moral de los británicos. Se produce una lucha entre el comando atacante y los japoneses defendiendo el puente, con Nicholson a su lado, hasta que se da cuenta que, defendiendo su puente, está luchando contra su país y, finalmente contribuye a la destrucción de su obra.

La moraleja de la historia es sencilla y tiene dos aspectos. El primero y más específico: si hay un conflicto estratégico entre tu parte concreta, tu medio, incluso tu obra en un esfuerzo colectivo (un puente, por ejemplo, o un partido o una organización social) y el fin estratégico que quieres lograr (la victoria en la guerra, por ejemplo, o la independencia de tu país) no tiene sentido alguno sacrificar el objetivo final por el medio que intenta hacerlo posible.

En el campo 16, lo esencial para los británicos no era construir el puente mejor y más fuerte de Asia, sino ganar la guerra. En Cataluña, hoy, lo esencial no es que tu partido (ERC, por ejemplo) sea el mejor, sea hegemónico, sea el que tiene un pasado, un presente y un futuro ‘superdelicado’, como tampoco lo es que tu organización (ANC, por ejemplo) sea la más visible, la más coherente, la que más moviliza y hace por la independencia. Todo ello, si tiene alguna justificación, es del pasado y pertenece a la inercia de la supervivencia colonial. Pero, hoy por hoy, tenemos sólo de cuatro meses para hacer realidad el objetivo estratégico y las cosas han cambiado radicalmente.

Lo esencial hoy en Cataluña no es seguir con el Proceso hacia la independencia, no es continuar con un gobierno efectivo de carácter autonomista, sino hacer efectiva la independencia. El patriotismo catalán entonces es el patriotismo de la patria, de la nación catalana y no el patriotismo de partido o de organización.

El segundo aspecto, más genérico y conocido pero no menos importante, obvio en la película y para cualquier entendimiento humano por primitivo que sea desde el principio de los tiempos, es que si quieres alcanzar un objetivo estratégico y lo haces con fuerzas divididas ante un enemigo unido no conseguirás nada. Y, si insistes, no sólo no lograrás nada sino que te podrán decir que trabajas para el enemigo desde el momento en que contradices una verdad que está en la base de la experiencia de la humanidad y es que la unidad hace la fuerza y la desunión, la derrota.

Cuando niegas esta conclusión tradicional y tratas de mostrar que, como que eres más sabio o listo que la humanidad entera, podrás lograr la tuya mediante cálculos electorales y manejos de escrutinio, lo que estás haciendo es juego sucio contra tu causa de la independencia.

Es decir, estás haciendo el juego a los japoneses o a los españoles.

EL MÓN