El famoso mito clásico del rapto de Europa relata como esta joven de Tiro, en la antigua Fenicia, fue raptada por Zeus (o por los minoicos, según Herodoto) y llevada a Creta donde tendría tres hijos con el dios griego: Sarpedó, Minos y Radamés, los cuales tuvieron premonitorios conflictos entre sí. A través de los siglos, el continente europeo ha tenido una vida compleja. Asolada por constantes guerras, por la construcción y caída de imperios, hegemonías cambiantes, etc, también ha sido el contexto donde se han desarrollado en buena parte la ciencia, el humanismo, las libertades políticas y los sistemas democráticos. Finalmente, algunos de sus estados han establecido una «Unión» en la segunda mitad del siglo XX, cuyos principales éxitos han sido el mantenimiento de la paz en un continente que olía a hierro, sangre y pólvora, y un destacado, pero incompleto, grado de integración económica.
Hace años, sin embargo, que como proyecto político, la UE está «secuestrada» por los principales estados que la conforman. Se trata de un rapto interno. Hoy nos encontramos con unos estados europeos sin líderes europeístas, unos estados que no creen en el proyecto. Unos estados sin estadistas. Tanto las acciones como los mensajes están basados más en lógicas locales y a corto plazo que en lógicas de conjunto y a medio plazo. El resultado final es doble: un empequeñecimiento progresivo de Europa a escala global, y una mera gestión de la inmediatez a escala local.
En el ámbito económico la realidad apunta a que la unión monetaria no se realizó correctamente. No se establecieron bases sólidas para la estabilidad y la continuidad del proyecto. El euro está regulado por el BCE, pero la UE no dispone de instituciones políticas que hagan el papel de los Estados respecto a sus antiguas monedas. Hoy, en lógica europea tanto la integración fiscal como la integración bancaria son flagrantes agujeros económicos.
Pero el principal déficit europeo no es económico, sino político. La UE no constituye un actor relevante a nivel mundial. Y este carácter secundario se mantendrá mientras los estados que así lo decidan no encaren una integración política (que nunca incluirá a los 28 actuales). Pese a lo que se decía en tiempos más optimistas, la ampliación de la UE ha ido en contra de su profundización.
El tema de fondo no se reduce a diferencias entre derechas e izquierdas. En el periodo de expansión de los estados de bienestar (1945-1975), tanto los gobiernos socialdemócratas como los democristianos aplicaron orientaciones semejantes en política económica. La perspectiva dominante se situaba en el keynesianismo del estímulo de la demanda interna como factor de crecimiento de la economía, junto con políticas redistributivas y unos derechos sociales nunca alcanzados en períodos anteriores. Así, en esa etapa el objetivo de desarrollo económico y el objetivo de lucha contra la pobreza y las desigualdades parecían no sólo compatibles, sino complementarios. La socialdemocracia fue la perspectiva ganadora durante aquellas tres décadas.
A partir de los años ochenta el panorama cambia radicalmente. Las recetas del período anterior no sirven. La productividad y la competitividad se convierten en las palabras clave, junto con la desregulación implementada en los años noventa. La perspectiva ganadora de esta segunda etapa ha sido la liberal-conservadora. Pero tal como ocurría en el período anterior, las políticas de los gobiernos de centroizquierda y de centroderecha han seguido siendo similares, pese al cambio profundo de orientación política experimentado. Las críticas, minoritarias en el periodo anterior, contra la burocratización, las ineficiencias y los problemas asociados al intervencionismo estatal pasan a primer plano, mientras una socialdemocracia desconcertada ocupa posiciones defensivas, conservadoras, sin poder ofrecer una orientación global diferente.
Esta situación tiene repercusiones a escala europea, especialmente tras el fracaso del Tratado Constitucional de 2004 y de la crisis financiera que estalla cuatro años más tarde. Son demasiadas cosas para digerir por los planteamientos tradicionales (aumento espectacular del paro en el sur de Europa, la deuda pública y privada, la caída de la inversión y del crédito, la erosión de los servicios públicos, los graves efectos sociales en buena parte de la población -desahucios, etc.-. Pero el problema de falta de proyecto político y de liderazgo viene de antes y afecta tanto a las derechas como las izquierdas europeas.
Hoy la UE está políticamente secuestrada y no hay rescate a la vista. Se está ampliando, pero a la vez se está haciendo pequeña. Su arquitectura institucional está mal diseñada, sus normas son una selva jurídica prácticamente incomprensible para los ciudadanos (y para buena parte de los dirigentes políticos). La UE es una estructura barroca que incentiva la desconfianza o el desinterés. Demasiada gente no entiende nada. Y estamos más cerca de una Europa alemana que de una Alemania europea.
Es necesaria una refundación a partir de la clarificación y simplificación institucional y normativa, que convierta a la UE en el actor político preponderante de los ciudadanos europeos. Esto hoy suena a utopía. Pero en dos décadas (o menos), por separado quizá ningún Estado europeo (o sólo Alemania) esté en el grupo del G-8. O bien algunos estados toman la decisión de ir hacia una integración política sin esperar al resto, o la UE profundizará su automarginación a escala global. Se están perdiendo unos años de manera irresponsable. Esperar es hacerlo tarde.
La Vanguardia