La grandeza que late dentro del nombre de Ludovico Ariosto (1474-1533) puede intuirse ante el magnífico retrato que le dedicó su amigo Tiziano y que hoy se puede contemplar como se contempla un milagro en la National Gallery de Londres. Es la imagen de un hidalgo, de un funcionario singular de alguna corte italiana en la época final de la edad media que se suele denominar Renacimiento. Vemos un hombre tímido y mesurado, que se había puesto de perfil y que, poco a poco, como a regañadientes, va accediendo a mirarnos, dejándonos ver abiertamente casi toda la cara que resplandece. Se está moviendo y nos damos cuenta que se mueve dentro de la pintura congelada. La mirada es negra y reluciente como una oliva, también es penetrante, fatigada, llena de experiencia y de cordura. La boca, en cambio, casi oculta por la barba, es inquieta, irregular, fantasiosa, como una mueca que sonreirá o llorará en cualquier momento, es una boca imprevisible. O tal vez lo que quiere es hablar, no sería la primera vez que nos encontramos con una personalidad atrapada en un cuadro y que nos quiere hablar sin fortuna. Continuemos mirándolo. Las cejas, finísimas, graciosas, aportan a la cara un complemento aristocrático, una delicada elegancia. Tiziano pinta a su amigo con lealtad, contándonos como nadie lo puede hacer mejor la rica y palpitante complejidad de un escritor formado en el más sólido de los humanismos, apasionado como un adolescente por la imitación literaria de Ovidio, pero que a la vez se entusiasma por los sueños fantásticos, los encantamientos del mago Merlín, por la furiosa desmesura de la imaginación que comienza a reclamar más protagonismo, justo antes del nacimiento de la nueva literatura de la imaginación, la que llegará hasta Edgard Allan Poe, E.T.A. Hoffmann, Robert Louis Stevenson, HP Lovecraft y Jorge Luis Borges.
Noble pero sin peculio, Ariosto se integró con énfasis en la corte de la familia Este, en Ferrara. Había nacido en Reggio del Emilia pero se identificó tanto y tanto con la ciudad que la había adoptado que, en una ocasión, afirmó que «habría matado a quien le hubiera impedido pasear cada día por la plaza mayor de Ferrara, entre el duomo y las estatuas de los dos marqueses, Nicolau y Borso». Tenía exigencias muy modestas: tener tiempo para escribir y para vivir dignamente en la ciudad que consideraba tan suya. Por eso, cuando, después de estar catorce años (1503-1517) al servicio del hermano del duque, el cardenal Ippolito, fue nombrado obispo de Buda, en la lejana Hungría, se negó a acompañarlo y perdió, de este modo, el cargo de secretario, tan bien remunerado y que tanto le había costado conseguir.
La biografía de Ariosto, el poeta italiano más grande después de Dante y de Petrarca, siempre se va tejiendo en constante oposición a personajes infames como el cardenal, primario, grosero e insensible al arte, o en contra de los obstáculos y los absurdos de una Italia que ya se ha convertido en el centro cultural de Europa pero que maltrata sin cesar los creadores plenamente independientes. Las ‘Sátiras’ de Ariosto muestran sus opiniones contra la codicia del dinero, la inmoralidad, el sexo desorbitado, contra las miserias que esconde el gran mundo de la política, del poder y del lujo. Ariosto representó numerosas veces los intereses del ducado de Ferrara como embajador y viajó por media Italia con una desazón, con una furia, que recuerda los viajes de Orlando, al tiempo que la desmesura política y militar de sus fantásticas historias.
Miguel de Cervantes soñó alguna vez en ser como Lope de Vega pero, sobre todo, en ser como Ariosto y escribir la formidable historia de un caballero loco. El resultado fue, como sabemos, el ‘Quijote’. Y tampoco es mentira que Ariosto, por su parte, soñó ser Joanot Martorell y, como en el ‘Tirant’, dibujar las pasiones del mundo, reivindicar el derecho a reír y a soñar, que a veces llenan el insoportable vacío del existencia, de la vulgaridad humana. Ariosto también hubiera querido ser Ovidio y poder narrar las sorprendentes, extraordinarias, metamorfosis que viven realquiladas dentro de las locuras de los soñadores. En cada momento de su vida fue siempre quien quiso ser. El caballero desmedido, el intelectual severo, el irónico escritor, el enorme creador de sueños. Por eso casi no se atreve a enseñar la cara en el retrato de Tiziano, inquieto, confundido, tímido.
RETRATO DE ARIOSTO POR TIZIANO:
https://artsandculture.google.com/asset/portrait-of-gerolamo-barbarigo/-AECJQExjyEXKg?hl=es&ms=%7B%22x%22%3A0.5%2C%22y%22%3A0.5%2C%22z%22%3A8.276543286231991%2C%22size%22%3A%7B%22width%22%3A2.657775660871636%2C%22height%22%3A1.2374999999999998%7D%7D
https://es.wikipedia.org/wiki/Retrato_de_Ariosto
Publicado el 4 de febrero de 2019
Núm. 1808
EL TEMPS