Los catalanes conocemos poco, o casi nada, los conceptos sobre los que se sostiene la idea de España. No nos preocupamos de saber cuáles han sido y cómo piensan sus «padres intelectuales». Pueden estar muertos físicamente, pero sus preceptos siguen marcando espiritualmente las líneas maestras de los grandes partidos políticos españoles, desde Vox hasta Podemos.
Así, por ejemplo, Ramiro de Maeztu publicaba a principios de los años treinta del siglo pasado su “Defensa de la Hispanidad” donde podemos leer: “El ideal hispánico está en pie. Lejos de ser agua pasada, no se superará mientras quede en el mundo un solo hombre que se sienta imperfecto”. En resumen: la perfección sólo se puede alcanzar a través de la hispanidad. Quien no sea «rojigualdo», es algo inferior y a medio hacer.
Podríamos pensar que estas cosas sólo tenían predicamento entre la gente carca, católica y de derechas. Pero el libro en cuestión fue elogiado por personajes tan distintos como Azorín, Ortega y Gasset, Gabriela Mistral, Eugeni d’Ors, Pérez de Ayala o Antonio Machado. El famoso poeta andaluz, enaltecido por las izquierdas españolas y por sus criadas catalanas, le envió una nota de agradecimiento al autor que empezaba así: “Querido Maeztu: Con toda el alma le agradezco el envío de su hermoso libro ‘Defensa de la Hispanidad’, que he leído y releo con gran deleite». Ya ven, España es su ideal supremo e innegociable.
Mientras tanto, nosotros actuamos como unos pardillos y les rendimos honores. Aún recuerdo cuando en el verano del 2020 los presidentes Torra y Puigdemont fueron a poner flores en la tumba de Machado en Cotlliure. Incluso, lo más «radicales» creen que tenemos «amigos» en el otro bando. ¡Pobrecitos! No hace ni una semana un buen amigo gallego me decía: “…pero Santiago, ¿tu gente no se da cuenta de que más del setenta por ciento de españoles os odia?”. Tiene más sentido político este hombre que todos los diputados independentistas del Parlament juntos.
Nos incomoda tener que encararnos a estas cosas. Hablamos de conflicto político por no hablar de conflicto nacional, pero para ellos es un conflicto étnico. Se sienten superiores simplemente por tener la cuarta lengua más hablada del mundo y no soportan que un territorio colonizado aún hable un idioma diferente. El racismo no viene determinado exclusivamente por el color de la piel. En el caso de los españoles respecto a los catalanes, es una cuestión de oído y no de vista. El supremacismo, nos guste o no, está impregnado en el meollo de su sociedad. La mayoría de sus integrantes vota opciones políticas que sienten la lengua, cultura y valores hispánicos como algo superior frente a catalanes, vascos o gallegos. ¿Lo dudan tras escuchar las declaraciones de sus máximos dirigentes?
Desprecian todo lo que no comulgue con la forma que tienen de ver el mundo. Pero aquí tenemos unos dirigentes políticos que se empeñan en esconder la realidad. Por supuesto, esto significaría tener que describir y afrontar la raíz del problema. Sólo conciben el racismo cuando las víctimas son de Gibraltar hacia abajo. Entonces se movilizan y claman contra la injusticia. Todo ello es la incongruencia del esclavo al que le aterra reconocer que, para muchos españoles, es lo mismo llamarse Jordi que Mohamed.
EL MÓN