El «problema» del peñón

Sebastià Alzamora

El «problema» del peñón

Hay cosas que no cambian nunca, y que dure. El ministro de Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, ha hecho una visita «histórica» al peñón de Gibraltar, donde se ha reunido con su homólogo británico, David Miliband, y el ministro principal de Gibraltar, Peter Caruana. Se trataba de una reunión para tratar temas de cooperación, y parece que todo va funcionar de maravilla, como acostumbra a suceder entre personas civilizadas. Pero, al finalizar el encuentro, Moratinos no supo estar y se lo echó encima: la reclamación española de la soberanía de Gibraltar, dijo, es «permanente e irrenunciable», y que tratarán este tema «en su momento, cuando creamos que las condiciones sean más apropiadas y cuando sea más beneficioso para avanzar seriamente en el cierre del problema». Por su parte, a la inefable María Dolores de Cospedal le ha faltado tiempo para acusar a Moratinos y al gobierno socialista de haber cometido «un terrible error» al establecer un precedente que, horror, equivale a un reconocimiento de la soberanía nacional de Gibraltar.

Se trata de otra de esas anécdotas a las que nos tiene acostumbrados el peculiar mundo de la democracia española, más adecuada para una historieta de Mortadelo y Filemón que para un Estado que se supone que tiene una política exterior madura y estructurada, pero no deja de ser reveladora de un principio profundamente incrustado en la mentalidad política española, que es el de dominación. Puede parecer grotesco que Moratinos hable de «avanzar seriamente en la resolución del problema», cuando el «problema» en cuestión sólo existe en España, porque parece probado que, tanto por parte de Gibraltar cómo del Reino Unido, el «problema» está superado, como mínimo, desde 1783, con la firma del Tratado de Versalles (y seguramente desde la misma toma de Gibraltar, el año 1704, con aquel almirante Marlborough al frente, que los españoles todavía denominan Mambrú).

Pero la mentalidad de dominación funciona así: hace 300 años perdieron un peñón entonces considerado estratégico para la navegación, y 300 años después continúan con el cuerno metido en este «problema», a pesar de que las posibilidades de resolverlo de forma satisfactoria para España sean nulas. Viendo esto, ¿a alguien todavía le quedan ganas de creer que España aceptaría con resignación cristiana la escisión de un territorio (Cataluña, por ejemplo) que hace justamente 300 años que asimiló por completo? Cuando hablamos de las aspiraciones de Cataluña a llegar a ser un país libre y soberano, conviene no perder nunca de vista con quien nos la jugamos: la mentalidad de dominación es de una pertinacia a prueba del paso de los siglos, y los inventos bonitos (la España plural, el ensamblaje, el federalismo asimétrico, y un largo etcétera) sencillamente acaban estrellándose sin remedio.

En fin, con esta divagación gibraltareña un servidor se despide y desea a los amables lectores que acaben de pasar un buen verano. En compañía de la lectura recomendada de hoy, que es la de cualquier novela de Baltasar Porcel. Es una excelente manera de aprovechar el verano para recordar que somos de estirpe mediterránea, y, por lo tanto, solar. Con peñones o sin.

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Vicenç Villatoro

Gibraltar

Ahora que la visita del ministro Moratinos lo ha vuelto a poner de actualidad, me vuelve a fascinar la fijación del nacionalismo español con Gibraltar. De siempre, pero sobre todo durante el franquismo, cuando se convocaban manifestaciones al grito de «Gibraltar español». Por ejemplo, es muy curioso que el nacionalismo español haya dedicado tantas energías a reivindicar Gibraltar, británico desde el 1704, y nunca haya dedicado un segundo a reivindicar las tierras del Rosselló, francesas desde 1659 pero de facto desde algo más tarde. La fuerza simbólica de la cuestión de Gibraltar para el nacionalismo español nos da mucha información sobre las características de este nacionalismo.

Inglaterra

Desde medios del XIX, el nacionalismo español se define por su oposición al mundo anglosajón con respecto a la visión del mundo y al sistema de valores. La pèrfida Albión y después los Estados Unidos -y no la Francia jacobina- son vistos como los representantes de una nueva moral mercantil, burguesa, económica, moderna, confrontada en el mundo heroico y místico, guerrero y barroco, que representa España. Por esto el nacionalismo español es tradicionalmente tan antiamericano. Por esto este nacionalismo español se define también esencialmente contra el catalanismo -más que contra el vasquismo-, que es visto también como una encarnación de aquellos valores mercantiles, económicos y comerciales (anglosajones) que están en sus antípodas.

Geografía

Por otro lado, el nacionalismo español, cuando define el espacio físico de la nación, no mira la geografía humana, sino la física. Buena parte de las naciones europeas, cuando delimitan su espacio, evocan la historia, la lengua, la cultura y las costumbres. Geografía humana. El nacionalismo español se imagina a través de un mapa físico, perfectamente dibujado en todas las escuelas: el de la península Ibérica. España sería un imperativo categórico de la geografía física, un espacio natural completo. Esto explica la relación entre paternalista y perpleja respecto a Portugal. Y explica una idea que se transparenta en el grito de «Gibraltar español»: hay una tierra que es española por imposición de la geografía, digan lo que digan, piensen lo que piensen y hablen lo que hablen las personas que lo habitan.

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