El proyecto

Quiero un estado catalán. Como mucha gente. Queremos un estado catalán. No es el primer verso de un poema de Navidad ni el arranque de un cuento de Año Nuevo. No es tampoco sólo un deseo. Es un firme propósito, una apuesta política. Es la exigencia de un instrumento fundamental para servir eficazmente la causa de la emancipación de las clases populares catalanas. Y, efectivamente, como tanta gente reclama, es necesario formular un proyecto. De Estado y de sociedad. Urgentemente. Hay que saber qué tipo de Estado queremos construir. Y, a diferencia de lo que todavía sufrimos y de la mayoría de los que conocemos, hay que plantear cómo evitaremos que nuestro Estado se convierta «el más frío de los monstruos fríos» del diagnóstico nietzscheano.

 

Venimos de la consigna y la profecía. La evocación lírica de la libertad nos ha ayudado a combatir la desesperanza y a mantener las ilusiones, pero no contenía el método de su consecución. Ahora, sin abandonar la palabra emblemática de tantas ambiciones, necesitamos ver si podemos compartir un proyecto. La realidad es el punto de partida ineludible de cualquier análisis o transformación. Pero no es cierto, como pretenden los que no quieren que cambie nada, que todo es como es porque no puede ser de otra manera. Convencer a la mayoría de los efectos catastróficos de la dependencia del Estado español no ha resultado sencillo. Pero todavía hay una parte importante de la sociedad catalana, incluida la presidenta del Parlamento, que desatiende los argumentos en contra de la situación actual o bien no encuentra que sean suficientes. Para interesarlos en el proceso de independencia y de construcción del Estado tendremos que precisar las propuestas y exponer las ventajas de todo orden que se derivarían del mismo.

 

La primera cuestión a considerar en relación con los proyectos de transición al Estado es que no hay sólo uno. No pensamos todos en el mismo país. El acuerdo de estabilidad parlamentaria recoge unos puntos de encuentro entre las actuales formaciones punteras, CiU y ERC. Pero sus coincidencias están todavía muy lejos de constituir un proyecto compartido. Y, si tenemos en cuenta sus diferencias en el modelo económico y las políticas sociales, no parece fácil llegar al referéndum con un proyecto homogéneo. El panorama es más complicado aún si consideramos las inhibiciones del PSC y el abanico de dudas de ICV a la hora de comprometerse en escenarios de cambio en un solo país, aunque sea el suyo. Y eso que estamos en medio de una crisis de sistema. Esta crisis es un factor condicionante principal porque elimina la opción de una transición larga. Debemos exigir que el camino sea corto.

 

También es relevante la falta de una experiencia que se pueda imitar. En muchos aspectos, el proceso de construcción del Estado en Cataluña deberá ser original. Algunas cosas que queremos hacer no han sido ensayadas en unos términos equiparables. ¿Cuántos precedentes podemos encontrar de estados construidos a partir de la voluntad popular expresada democráticamente? Los expertos en ciencia política que nos orienten deberán entender que el Estado homologable que queremos de cara al exterior no podrá ser un instrumento de dominación en el interior. Su modelo de participación, sus principios inspiradores, su compromiso con las libertades y la justicia social, sus límites a las desigualdades, su respeto por la diversidad deben merecer el gran esfuerzo social que habrá sido necesario para construir del mismo.

 

La voluntad del Estado español de perseverar en la tradición autoritaria es otro factor de singularidad en el proyecto de emancipación de Cataluña. Históricamente, habíamos preferido interpretar las propias derrotas y claudicaciones como pruebas de nuestra inclinación al pacto. Ahora, hartos de expolio y de sufrir abusos, hemos tomado una decisión institucional firme que es una apelación democrática. Todo el españolismo, de allí y de aquí, se ha movilizado en contra, para delimitar su campo con el apoyo del Estado y su parafernalia. Defienden un pasado victorioso y de dominación de siglos. El soberanismo se moviliza por el futuro y la victoria en el referéndum. Dos campos, dos posiciones: sí o no. La indecisión profesional se columpia. En dos años todo el mundo tendrá que saber dónde está.

 

La formulación de un proyecto básico, aglutinador, de futuro es la tarea más urgente del soberanismo. El Consejo para la Transición Nacional deberá contar con muchos apoyos y complicidades. Pensar un nuevo país constituye una gran oportunidad que va más allá de resolver jurídicamente la legitimidad de un referéndum. Para ganarlo se deberán adelantar las principales líneas de transformación económica, social y política que la independencia garantizará. Será la agenda 2013.


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