El problema no es Cataluña, es España

Este agosto ha saltado la polémica sobre el intento de un oscuro Foro de profesoras de sabotear la carrera profesional de algunos académicos catalanes. Con una estrategia híbrida que recuerda la inquisición y el KGB, ese espacio conformado por ideólogos del nacionalismo español, con un amplio apoyo económico (que no sale en su página web, aunque sin el que difícilmente podrían desarrollar su actividad), este espacio desarrolla una especie de tarea de “policía patriótica” que trata de influenciar en la comunidad universitaria para evitar debates sobre Cataluña y reprimir a los investigadores independentistas.

No hace falta tener demasiada imaginación para entender sus métodos: una guerra sucia que intimida las redacciones de algunas revistas de prestigio, inventarse cosas sobre académicos catalanes, probablemente condicionar algunas universidades con presiones diplomáticas o económicas, y todo lo que trata de evitar un debate completamente legítimo sobre el derecho de autodeterminación y el carácter represivo del Estado español. Lo hemos visto a menudo. España es capaz de gastar carretillas de recursos para blanquear sus abundantes vergüenzas. A modo de ejemplo, es bien sabido que la diplomacia española amenazó con retirar los fondos de una cátedra en Georgetown hasta que logró echar a la reputada economista Clara Ponsatí, se han producido multitud de presiones diplomáticas para evitar actos y debates sobre la cuestión catalana a un montón de universidades, y nunca faltan empleados de las embajadas para montar algún “numerito” lamentable cada vez que algún defensor de la autodeterminación coge un micrófono en cualquier facultad. En este sentido, a pesar de que estos métodos poco sutiles puedan funcionar “de esa manera”, –el prestigio español sigue hundiéndose– no es demasiado diferente a lo que hacen otras “democracias ejemplares” como la de Turquía o las autocracias del Golfo. Servidor de ustedes ha podido comprobarlo más de una vez en reuniones internacionales y ha captado la antipatía de la soberbia, casi colonial, con la que se mueven por Latinoamérica.

Todo esto no es ni la punta del iceberg de los esfuerzos que hace España para sacar adelante una guerra psicológica, ideológica, discursiva, en contra de nuestro país, complementaria a la guerra sucia contra nuestro país y nuestros intereses económicos. El filósofo Edgar Straele es uno de los “cazadores de mitos” más activos frente al intento, entre ridículo y desesperado, del mundo académico y editorial español de resucitar la apolillada historiografía nacionalista española. Personajes como Elvira Roca Barea, Pío Moa, Arturo Pérez-Reverte parecen todos dispuestos a realizar una especie de sesión de espiritismo para invocar el espíritu del rancio y desacreditado discurso esencialista español, creado a mediados del siglo XIX y aprovechado por el franquismo, con conceptos como “Reconquista”, el sentido teleológico de la unidad, el esencialismo castellanocéntrico o el revisionismo más descarado sobre el papel español sobre el colonialismo, la esclavitud, la represión interior, el franquismo o la Transición. Ahora que con el asesinato de su hija, se ha hablado sobradamente de la influencia de Aleksandr Duguin como uno de los inspiradores del ultranacionalismo ruso, hay que decir que estos “influencers” de Putin coinciden sospechosamente con la cosmovisión y proyectos totalitarios de estos nacionalistas «no nacionalistas» españoles.

Y éstos son precisamente los mismos que han sacado adelante toda una campaña bien organizada, con gran apoyo de los medios y de la clase política, contra el nacionalismo catalán que es presentado como «supremacista, lazi» (sic!) desde la derecha, mientras que a la vez “burgués” desde una izquierda adicta a la obediencia. Una campaña por tierra, mar y aire que convence a unos españoles deseosos de ser convencidos y que llega a confundir a muchos catalanes, por la insistencia del mensaje, por una estúpida tendencia a la credulidad, y también por una cierta dejadez negligente entre los ideólogos catalanistas y el secuestro de unos medios de comunicación públicos y privados, sometidos a una especie de 155 permanente que trata de silenciar el independentismo o de presentar como peligrosos a los independentistas no resignados.

Y sin embargo, es increíblemente fácil rebatir todas estas mentiras repetidas mil y una veces a la manera goebelsiana. Cataluña no es ningún país excepcional. No es ningún pueblo escogido ni maldito. Es una vieja nación de Europa con sus virtudes, sus múltiples defectos, sus miserias históricas y una heroica voluntad de resistencia. Ahora bien, es un país normalito sin otro trauma que ser ignorado los días pares y vituperado los impares y estar ligado –semicolonialmente– a una de las naciones más oscuras de Europa. Un país pequeño, de vocación europea, con una cosmovisión liberal y libertaria, con uno de los mayores índices de espíritu democrático, integración de la diferencia, permeable a la novedad y respetuoso con la diversidad. Cataluña, a diferencia de lo que presenta la propaganda elaborada en los laboratorios de ideas madrileños, es un país radicalmente antifascista, no por mérito propio ni por ningún tipo de superioridad moral, sino porque el fascismo es profundamente anti-nosotros.

No hay, por tanto, demasiado problema con Cataluña, un país que “necesita mejorar”, sino una España que funciona, en la práctica, como un Lord Voldemort (1) europeo. Y esa metáfora harrypotteriana no es gratuita, es, de acuerdo con una leyenda negra no tan leyenda y sí oscura, fundamentada en los turbios crímenes del pasado con efectos perdurables en el presente. Si Voldemort fundamenta su poder en el asesinato y una guerra de exterminio contra todo oponente, España se basa en una larga colección de crímenes, y muy especialmente en el holocausto del siglo pasado. Y no, no es exagerado. El “holocausto español” es el término que utiliza el reputado historiador e hispanista Paul Preston, quien en el extenso libro homónimo de cerca de mil páginas hace un repaso bastante exhaustivo de cómo la violencia de un grupo de militares africanistas y de grupos acomodados de fascistas perpetró un genocidio a gran escala contra la población civil. Un genocidio que se inicia antes de que empiece oficialmente la propia guerra civil, y que continuará mucho después de que acabe. Un genocidio que cuenta con cerca de ciento cuarenta mil desaparecidos, más de ciento cincuenta mil muertos por la represión política, el exilio de más de medio millón de lo que serían las élites intelectuales, políticas, sindicales, administrativas, el encarcelamiento de más de medio millón de oponentes políticos y la modelación de España como gran prisión a cielo abierto.Un genocidio que incluso llegó a impresionar al propio Himmler, que de visita a la España franquista, le parecía absurdamente cruel.

Cuando hablamos de holocausto español no estamos haciendo exageración alguna. Según el historiador Ismael Saz, la vengativa represión española fue más dura y estadísticamente superior a la suma de la aplicada por la Alemania nazi y la Italia fascista contra su propia población. Los medios, la cultura, el mundo académico obvia, además, que durante la guerra civil se cometieron crímenes de guerra terribles, como las represalias indiscriminadas contra pueblos enteros, los castigos colectivos, el uso de rehenes, asesinato generalizado de familiares, fusilamientos masivos contra población civil (como los 4.000 asesinatos en la plaza de toros de Badajoz) y las violaciones sistemáticas como arma de guerra por las tropas coloniales, falangistas y carlistas con la intención de generar terror. Y a esto, añadiendo los bombardeos contra población civil, destrucciones sistemáticas de poblaciones, torturas, vejaciones, humillaciones y todo el repertorio inimaginable de la casa de los horrores. Se añade, además, un robo a gran escala, de las propiedades de los republicanos, que nunca han sido restituidas, y que representan buena parte del poder económico de los actuales propietarios del país.

Es cierto que en la zona republicana se cometieron crímenes, asesinatos y actos execrables. La diferencia es que la mayor parte fueron cometidos en el momento en que la legalidad colapsó y personas y grupos revolucionarios aplicaron políticas de venganza muy ligadas a la represión que la propia república cometió contra los sectores más vulnerables. Y que a los pocos meses la maquinaria administrativa republicana detuvo estas acciones, las dotó de cierta legalidad, persiguió a buena parte de los criminales, y la propia República hizo un gran esfuerzo por identificar a los muertos (y que posteriormente el régimen franquista completó con exhaustividad la tarea), lo que contrasta con la deliberada ocultación de los fallecidos franquistas, hasta el punto de que hoy se estima entre 114.000 y 140.000 los desaparecidos, un crimen de guerra perdurable, y que representa el segundo país del mundo, tras la Camboya de Pol Pot, con el mayor número de desaparecidos.

La Transición no cambió absolutamente nada. De hecho, podemos hacer la broma macabra que el “régimen del 78 es el régimen del 39 multiplicado por dos. Ningún criminal de guerra fue juzgado. Los descendientes de las víctimas han tenido que recurrir a la justicia internacional para tratar de perseguir a personajes como Martín Villa, para juzgarle por buena parte de los crímenes impunes de la Transición. Nada se ha investigado. Las leyes de memoria histórica, incluida la última, no contemplan ninguna comisión de la verdad, ninguna aclaración de los crímenes, ningún ejercicio de memoria que permita una catarsis necesaria para honrar el sufrimiento de las víctimas y que señale con nombres y apellidos a los miles de monstruos que construyeron la España vigente. Emilio Silva, presidente de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica tiene claro que las elites políticas actuales, que incluyen también al PSOE, siguen siendo los descendientes de los franquistas que se apropiaron de la totalidad del Estado y el poder real, y por tanto, los últimos interesados ​en que se conozca la verdad. De hecho, el éxito del franquismo es tan brutal que se considera normal que haya partidos abiertamente fascistas que reivindiquen la violencia apocalíptica sobre la que se sustenta la propia idea de España. No exagero: los símbolos que representan a esta Turquía occidental: himno, bandera y monarquía, son exactamente los mismos que bombardeaban inocentes y consideraban a jornaleros y clases trabajadoras como subhumanos –’untermensch’, según el original nazi– que había que exterminar. Y basta con recurrir a las fuentes originales –como los discursos de Queipo de Llano, enterrado ignominiosamente en la catedral de Sevilla– como pruebas documentales.

Cataluña no es ningún problema. Es un país europeo normal, que estuvo junto al ideario ilustrado de valores democráticos y que es ferozmente antifascista. La mala suerte es que quedó del lado del único régimen nazi que no fue derrotado en la segunda guerra mundial, y que no ha realizado proceso alguno de desnazificación. Servidor de ustedes, que no tiene una gran cosmovisión nacionalista y cree firmemente en la necesidad de crear una identidad europea cosmopolita e ilustrada, siempre ha defendido que el independentismo es precisamente la respuesta democrática para romper con un régimen fascista. Que el independentismo, un independentismo perseguido y reprimido, no deja de responder a la naturaleza harrypotteriana de acabar con Lord Voldemort. Y, por ahora, teniendo en cuenta que incluso buena parte de los descendientes de los perseguidos en todo el Estado llegaron a Cataluña donde encontraron un ambiente antifranquista, vía contaminación de los medios, compran el relato de los “foro de profesores” -o ‘forocoches’ (2), da igual-, considera que la independencia representa, fundamentalmente, una causa moral. La manera más efectiva de luchar contra el mal absoluto que representa el fascismo bajo sus múltiples formas. Y eso no deberíamos olvidarlo cara a este once de septiembre y este primero de octubre. Y deberíamos recordarlo a unos partidos que parecen haber olvidado de cuál es el motivo por el que fueron votados, y que ignoran peligrosamente que en frente no tienen una democracia plena, sino a Voldemort.

(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Ralph_Fiennes

(2) https://es.wikipedia.org/wiki/ForoCoches

EL MÓN