¿Qué papel tuvo el president Jordi Pujol en el despertar independentista que vivió Cataluña desde 2003, el último año de su larga presidencia? Sabemos que el president Pujol nunca escondió que no era independentista, visto su sentido pragmático de la política. O al menos, nunca se propuso conseguirla. En 1979, Pujol aceptó como la mayoría del país –un 88% en favor del Estatut–, el marco autonómico que la transición del franquismo a una democracia incipiente y vigilada ofrecía como vía posible para la reconstrucción nacional que hacía años que tenía en la cabeza.
Comprometido con el nuevo régimen “por vínculos de decencia a falta de los del cariño” –por decirlo como el príncipe Fabrizio en ‘El Gatopardo’– Pujol se mantuvo fiel con la conciencia clara de cuáles eran sus limitaciones y trampas. Recuerdo bien un día que, ante los elogios que le dedicaba un diario español, me reconocía privadamente que en el fondo sólo le felicitaban las debilidades. Para el president, pasar del autonomismo al independentismo suponía “saltar una pared” que él ya no se sentía legitimado para hacer. Y todo el mundo puede recordar sus reticencias con la propuesta de reforma del Estatut porque estaba convencido de que si se abría «la caja de los truenos», la fuerza de negociación sería menor que la de 1978, e incluso saldríamos perdiendo. Y así fue.
Sin embargo, vuelvo a la pregunta. Con su ingente labor política dentro del marco autonómico, ¿el president Jordi Pujol tuvo algún papel en el despertar independentista? Y mi respuesta es –pese a ser un crítico sistemático del mismo– que absolutamente sí: puso las condiciones de posibilidad. Sin el trabajo de reconstrucción nacional de veintitrés años de presidencia, con todas las limitaciones, curvas y contradicciones que se quieran, no habría sido posible el salto del muro –si se quiere, el intento de salto– que se hizo el primero de octubre de 2017.
Obviamente, la eclosión de la aspiración a la independencia de los catalanes –de muchos catalanes– tuvo muchas causas. Entre las que más, las provocaciones de los años de mayoría absoluta de Aznar hasta 2004; el fracaso de la reforma del Estatut entre 2004 y 2006 y los intentos de humillación de los catalanes que incitó; el envalentenamiento con las consultas iniciadas en Arenys de Muny en 2009 y, como colofón, la sentencia del Tribunal Constitucional en 2010 que recortaba un estatuto refrendado democráticamente.
Ahora bien, todo esto pudo ocurrir porque el proceso de reconstrucción nacional había sido más efectivo de lo que se podía pensar. Y para mostrarlo me limitaré a dos datos muy esclarecedores. En primer lugar, el año antes de recuperar la Generalitat de Cataluña, en 1979, las encuestas decían que un 38% de los catalanes se sentían o más españoles que catalanes (6,7) o sólo españoles (31,3). Y con un 35% de indiferentes, sólo un 26,6% decían sentirse o más catalanes que españoles (11,7) o sólo catalanes (14,9) (Fuente: Data Project). ¿Y cuál era la situación en 2003, después de veintitrés años de Pujol? Se habían reducido a la mitad, un 16,5%, los llamados sólo españoles (9,8) y más españoles que catalanes (6,7). En cambio, si bien habían crecido los indiferentes hasta un 43,2%, llegaban al 38, 6% quienes se sentían más catalanes que españoles (24,7) o sólo catalanes (13,9) (Fuente: CIS). El segundo dato es sobre la aspiración a la independencia. Los datos comparables que tengo son de 1991, un 35% a favor, y un 50% en contra, y de 2003, un 43% a favor y un 43% en contra (en ambos casos, la fuente es el ICPS).
Estos datos nos dicen algo: la reconstrucción nacional de Cataluña, desde 1980, fue un hecho. Las nuevas instituciones catalanas –también los ayuntamientos– fueron desdibujando el exclusivo marco de referencia español y poco a poco lo sustituyeron por otro alternativo gracias a la escuela, la sanidad, la televisión o la policía catalanas. Hasta que la autonomía ya no dio para más.
Para hacer un balance completo, habrá que ver a dónde lleva el neoautonomismo actual. Si nacionalmente sumará o si finalmente llevará al govern a un PSC más unionista que nunca. En definitiva, si hará crecer o desmontará lo que el president Jordi Pujol construyó.
LRP.CAT