La realidad -particularmente la política- es multicolor, tiene tornasolados, pero predominan los grises y beiges y está llena de rincones de color turbio. Y, sin embargo, hay análisis que se empeñan en querer reducir a blancos y negros. Hablan de ella como si todo fueran dilemas a cara o cruz, con protagonistas y antagonistas, con leales y traidores. Ejemplos hay a montones: que si hemos tenido demasiada prisa o se han dejado pasar los momentos clave; que si la unilateralidad no lleva a ninguna parte o que no se puede abandonar la confrontación, que si se ha de ampliar la base o se debe mantener la coherencia…
El nuevo y falaz dilema sobre el que se construye el actual debate político es el de la contraposición entre símbolo y realidad. Un relato que fuerza la disyuntiva entre la acción simbólica supuestamente inútil y un pragmatismo supuestamente eficaz. Entre gobierno legítimo y gobierno eficaz. Entre los gestos y la efectividad. Entre la «retórica» y la «práctica», como decía Pere Aragonés el domingo en ARA (1). Entre el independentismo «mágico» y el «práctico», dicotomía bien desmontada por Andreu Barnils Vilaweb (2). Todo ello, en lugar de añadir elementos para una mejor comprensión de la complejidad, sólo sirve para simplificarla decantando, claro, el juicio hacia la propia causa.
Hace años dediqué bastante tiempo al estudio del papel social del simbolismo. Y puedo afirmar sin reservas que es de una simplicidad obtusa identificarlo con la inutilidad. Cualquier aprendiz de científico social o de filósofo debería saberlo. El simbolismo es el dispositivo de aprendizaje que organiza la información cultural y social que tenemos disponible (Dan Sperber). El símbolo, con el recurso a la analogía, vincula la acción concreta con el orden general, dice René Alleau. Y es que, según Paul Ricoeur, toda acción humana es mediatizada, articulada e interpretada por algún sistema de símbolos. Dicho de otro modo: toda acción social tiene una estructura simbólica que es la que refuerza su legitimidad, como sostiene François-André Isambert. En definitiva, dice Christian Delacampagne, es el símbolo el que organiza la experiencia y le otorga sentido.
Traigámoslo ahora a nuestro terreno. Querer diferenciar el símbolo de la acción es malicioso. No es análisis, es manipulación. Todo símbolo es eficaz, y toda práctica es simbólica. Cualquier estrategia de desobediencia civil, pero también de sumisión al orden, se fundamenta en su fuerza simbólica. Tanto apela al símbolo un asiento de autobús, como el racismo. Tanto se apoyan en él las concentraciones del Once de Septiembre como deben recurrir al mismo también los defensores de las lógicas simbólicas del diálogo y el pacto.
Tomemos el caso concreto de la pancarta que el presidente Quim Torra colgó en la fachada del Palau de la Generalitat y que le ha supuesto la inhabilitación como diputado. ¿Fue un gesto inútil e irresponsable? Para entender la dimensión simbólica y eficaz de aquella pancarta no puede desligarse del marco de represión política en la que se inscribe y de la voluntad de desafiarlo desde la más alta institución. Y la mejor demostración de que la represión y el desafío eran reales ha sido, precisamente, la inhabilitación. Pero, ¿tenía fuerza simbólica? Para los que comparten la misma visión de la realidad política del president, ciertamente. Pero también para los que se sintieron provocados, ya que, si no, habrían prescindido de responder. La pancarta ponía en evidencia la confrontación entre la violencia -policial, judicial, mediática…- del Estado y el poder del símbolo, que da sentido y legitima una determinada política. Discutible, pero eficaz.
Huelga decir que se puede no compartir y cuestionar una determinada acción política y su orden simbólico. Pero entonces el problema ya no es el recurso al símbolo contrapuesto a una acción pragmática, sino el desacuerdo con esta estrategia política. Esto no va de simbólicos contra pragmáticos, sino de qué símbolos para qué prácticas.
(1) https://www.ara.cat/politica/Pere-Aragones-No-responsabilitzar-repressio-companys-trinxera-proces-entrevista_0_2391960881.html
(2) Ver artículo de Andreu Barnils en Vilaweb
ARA