La libertad es el derecho a actuar de acuerdo con el deseo y la voluntad de uno y sin ser frenado por la fuerza y la coacción de los demás. De igual modo, la libertad es la oportunidad que los seres humanos tenemos para hacernos dueños de nuestro propio destino. Por ello, si perdemos la libertad, también perdemos nuestra capacidad de crear nuestro propio futuro.
A su vez, y desde la prospectiva estratégica diré que el postulado de la libertad coincide con la idea de que el futuro no nos viene hecho y que tampoco está predeterminado por nada, ni por nadie. Por el contrario, el porvenir se encuentra abierto a un amplio abanico de numerosos futuros posibles y que son, precisamente, los que nos aguardan en función de lo que ahora y, en los años siguientes, hagamos. A todo este abanico de escenarios posibles es a los que identificamos como ‘futuribles’ o futuros posibles.
Pero proclamar que el futuro no está predeterminado no es algo gratuito. Ello exige un fuerte compromiso para construir el futuro que deseamos. Significa también afirmar que el futuro es esencialmente desconocido y que, por lo tanto, no puede existir una futurología considerada como una ciencia que adivine el futuro. Por mucho que nuestros modernos modelos de predicción, en base a sofisticados sistemas expertos, pretendan sustituir a la bola de cristal, a las cartas del tarot y a los posos del café o del té, ello nunca nos permitirá predecir con exactitud qué es lo que sucederá en el futuro porque, en gran parte, éste depende de las acciones de los hombres. El futuro es una página en blanco que nos queda a los seres humanos por escribir y quién diga que el futuro, inevitablemente, será de una manera o de otra, mentirá.
Desgraciadamente, la cultura que heredamos nos dice todo lo contrario. Así, desde los mismos comienzos de la historia, nos hemos inventado la creencia de que los seres humanos éramos como juguetes, sujetos en su devenir al capricho de los dioses. El futuro de cada hombre ya se encontraba escrito de antemano en la noche de los tiempos. Al hombre sólo le correspondía adivinar su futuro. Ello explica las tremendas ansías y la inquietud que, a lo largo de la historia, han manifestado los hombres por conocer el futuro.
Ya en la antigüedad, los sacerdotes de los templos egipcios y los astrólogos de Babilonia, pasando por las pitonisas y oráculos griegos y las vírgenes vestales romanas jugaron un gran papel en el engañoso arte de la adivinación del destino. Lo mismo pasó en las otras edades de la historia y, sin duda, podríamos afirmar que, hoy en día, esta inquietud por conocer el destino no está, ni mucho menos, dormida. Por el contrario, se ha acrecentado en la medida que ha aumentado y acelerado la velocidad con la que se producen los cambios.
En este sentido, contemplamos cómo cada vez tenemos más miedo al futuro que se nos presenta. Intuimos que estamos a las puertas del final de una era y que nos esperan cambios radicales. Día que pasa, observamos como surgen más rupturas con lo que era el pasado. Estas rupturas se multiplican y sentimos cómo una extraña sensación de caos se impone en nuestras vidas. La persistencia de la actual crisis está acabando con la existencia de un orden que, hasta hace unos pocos años, considerábamos que estaba perfectamente reglamentado.
Éstas son unas de las razones de nuestra angustia y de nuestros temores actuales ante la crisis. Son temores que crecen en la medida en que se amplia el abanico de los futuros posibles —paradójicamente cada vez mejores y, a su vez, también peores— y que nos abruman cuando comprobamos que, en cualquier caso, las incertidumbres van creciendo siempre por lo que también resultan ser cada vez mayores los riesgos de equivocarnos.
Sin embargo, aún siendo ello cierto, no podemos caer en la fatalidad ni el pesimismo. La Prospectica Estratégica es también la Ciencia de la Esperanza. No deberíamos olvidar tampoco que los hombres somos unos seres limitados y que desde siempre, consciente o inconscientemente, los seres humanos hemos intentado encontrar la piedra filosofal que nos permitiera reducir este tipo de incertidumbres que tanto pesan sobre nuestro futuro. Por ello, a los seres humanos siempre nos ha preocupado la seguridad. Nunca nos ha gustado vivir en la incertidumbre.
El hecho de no poder controlar la incertidumbre nos produce vértigo y nos ocasiona, socialmente, un malestar profundo. Siempre hemos pretendido buscar conceptos a los cuales aferrar fuertemente nuestras convicciones y nuestras creencias. La historia de la humanidad también podríamos describirla como la búsqueda ancestral de aquellas constantes que podrían incidir, de una manera más decisiva, tanto en el ámbito de la economía con en los ámbitos de la naturaleza y de lo social. Ello mismo explica el gran apego demostrado por el hombre hacia el orden existente y la manera como ha contribuido a su perpetuación a lo largo del tiempo.
Obviamente, se trataría de un orden conocido, un orden respetado y en el que guardarían gran sentido e importancia las costumbres y los hábitos sociales. En general, los seres humanos siempre hemos tenido una gran propensión a buscar todo tipo de seguridad, hemos tendido a creer en la palabra de otros y nos hemos organizado mediante la elaboración de leyes y de contratos. Naturalmente, no siempre esto ha funcionado. Sobre todo, cuando hemos dejado que nuestra libertad se haya mermado tanto al caer nuestro futuro en manos de la oligarquía y de sus gobiernos títeres.
Todavía hoy, se siguen cometiendo abusos impulsados por la avaricia que nos harán pagar muy caro nuestros errores. Es ahora cuando comprobamos que, con el auge del neoliberalismo, lo que hicimos fue reducir y marginar el control y la regulación de los mercados que deberían haber ejercido los diferentes gobiernos. Sin embargo, a pesar de nuestro fracaso, seguimos empeñados en continuar haciendo más de lo mismo. Hacemos los más irresponsable e ilógico con tal de sacar de apuros a los rentistas del sistema.
En total complicidad con los rentistas del sistema, la mayoría de nuestros dirigentes políticos pretenden un futuro basado en un pasado que nunca volverá a repetirse. Actuan como si el futuro fuera único. Sin embargo, el futuro es múltiple e indeterminado por definición. Evoluciona siguiendo el hilo de los tiempos y dependerá su resultado de los que ahora hagamos para alcanzar un futuro u otro.
Lamentablemente, estamos perdiendo un tiempo precioso para construir ese futuro que nos aguarda y que estará basado en la economía sostenible. Mi pretensión —y la de otros pocos prospectivistas comprometidos— no es otra que la de ayudar a quemar etapas y recuperar estos tiempos perdidos, apoyando a aquellos líderes que luchan por un futuro sostenible y no temen a los rentistas del sistema. De igual modo, algunos prospectivistas libres nos esforzamos, cada vez más, en que lleguemos, lo más pronto posible, a ser conscientes de que el pasado que hemos conocido se acabó y que ahora nos queda la inmensa y noble tarea de efectuar la transición hacia una economía sostenible a nivel mundial para el bien de las generaciones futuras.