El poder en el poder

La presencia de Artur Mas en la coronación del rey de España deja un mal sabor de boca. El pretexto del «respeto institucional» era previsible si se mira hacia el sanedrín de la «tercera vía», pero, si se tiene presente la multitud que quiere la consulta del 9-N, más bien se podría hablar de una «falta de respeto». A los ojos de los miles y miles de personas que hace ocho años que desafían el poder español, la figura del presidente saludando al rey de España queda empequeñecida, aunque Mas haya querido marcar distancias con actitud severa y cautela verbal («Wait and see»). Y esta rebaja simbólica de la máxima autoridad catalana frente a la exhibición de España tiene que ver con el hecho de que estaba desprovisto de su poder real, el que le otorga la conexión con la multitud en la calle, de la que Mas se proclama representante, pero a la que no le ha preguntado si era conveniente que hiciera acto de presencia en el palacio real de Madrid. Se dirá que el presidente tiene la potestad de decidir dónde debe ir y dónde no; también se puede aducir que no hay mecanismos suficientemente rápidos y efectivos para conocer la opinión de la gente en cada paso del proceso en que estamos embarcados, pero la cuestión relevante es que, cuando Artur Mas hace política institucional dentro del Estado español, su figura se debilita hasta la indefinición, lo que, en el momento actual, equivale a poder y no poder. Esto puede parecer una banalidad, pero no se pueden despreciar sus efectos políticos: en el hecho de decidir por su cuenta la asistencia a un acto de altísimo valor representativo de las relaciones de poder entre el Estado y la Cataluña que se quiere soberana, Mas ha tomado una decisión que desequilibra la relación entre instituciones y la calle. Inversamente: el silencio de la multitud independentista, confundida por las voces que aconsejaban hacer como si lo que ocurre en España no nos afectara, ha otorgado al presidente una capacidad de maniobra excesiva, que ha desembocado en una soledad impresionante dentro del envoltorio con que los aparatos del Estado y los medios de comunicación pretenden meter y confundir en un ‘totum revolutum’ la realidad catalana. En este sentido, los dirigentes del movimiento popular hacia la independencia no se han dado cuenta de que el poder que detentan, en nombre de la gente movilizada en las últimas Jornadas, debe ser puesto en valor continuamente, siempre que lo solicite la situación, con el fin de mantener el equilibrio entre los poderes institucionales y la calle. Y, en este caso, su tarea era advertir al presidente Mas de que no convenía asistir al besamanos del Palacio de Oriente.

Resumo: la maquinaria institucional, fáctica y mediática del Estado, con la renovación del parqué borbónico, ha iniciado en serio la lucha franca contra el proceso hacia la independencia. Es legítimo preguntarse, pues, qué maniobra empujaba a Mas a hacer de figura de presidente autonómico, cuando la parte políticamente más dinámica de su pueblo ya hace cuatro años que se ha situado al margen de la trama institucional española. Si nos dicen que esa decisión respondía al deseo de ofrecer una imagen de seriedad institucional a la opinión pública internacional, contestaremos que el precio puede parecer excesivo, salvo que esconda expectativas no confesadas en relación con las «ofertas» que aún se podrían esperar de España. En cuanto a los dirigentes de la multitud soberanista, haría falta que tuvieran presente que las mejores estrategias pueden terminar en batallas sobre un tablero virtual cuando nos desentendemos de los movimientos tácticos del enemigo.

EL PUNT – AVUI