Japón por cultura, por tradición y por historia es un país discreto, meticuloso, con cuidado por los detalles. La dictadura militarista que condujo a la guerra fortaleció aún más este sentimiento porque hizo patente que el imperialismo agresivo llevó al desastre, al sufrimiento y al retroceso como Estado, como cultura y como pueblo. El recuerdo de Hiroshima y Nagasaki, un choque de dimensión sin precedentes, no se ha borrado.
Desde la guerra, la democracia ha sido un componente de la estabilidad a pesar del crecimiento económico hasta los años 80, que convirtió al país en una potencia económica y simultáneamente en un enano político. La voluntad de discreción es tanta que su Constitución prohíbe el despliegue del ejército fuera del territorio nacional y el país tiene un límite muy bajo de gasto militar y de dimensión de su ejército. Ahora crece una cierta conciencia crítica en el seno de la ciudadanía, que cree que Japón depende demasiado de China para su prosperidad y de EE.UU. para su seguridad.
La irrelevancia de Japón es una constante en la geopolítica mundial. La dimisión del primer ministro Shinzo Abe en septiembre, después de ocho años ininterrumpidos de gobierno, no despierta interés porque se da por supuesto que en el futuro todo será como ha sido en el pasado. No ha habido cambio de política en los últimos 70 años: siempre ha gobernado el Partido Liberal Democrático excepto en dos cortos periodos, en los años 90 y 2000.
La relación con China ha sido intensa, pero menos disruptiva que con EEUU. Japón exporta el 18% a China e importa el 24%. Con los EE.UU., el 7% y el 18%: el desequilibrio es el doble con EEUU que con China. La pérdida de empleo que este comercio ha comportado ha sido mínima en Japón, en parte por la protección laboral de los trabajadores y por una inteligente planificación que combina importaciones y producción propia en las cadenas de valor de los productos propios para el mercado interno y la exportación. La tasa de paro es del 2,5% y no ha pasado nunca del 5%, ni siquiera en la crisis de 2008. El envejecimiento de la población no hace prever que estas tasas puedan crecer en el futuro. De hecho, hay escasez de trabajadores jóvenes.
En Japón la diplomacia económica le ha permitido llenar el vacío dejado por los EEUU por su intempestiva salida del tratado del mercado transpacífico, que supone un valor seguro para las exportaciones japonesas.
Hay dos problemas de vecindad que Japón no ha sido capaz de resolver en los últimos años. Las indemnizaciones a los coreanos del sur, que fueron esclavizados durante la ocupación japonesa en los años 30 y 40, y la tensión con Corea del Norte, que continúa experimentando con misiles que sobrevuelan Japón y demuestran palmariamente la debilidad militar contra una agresión que es simbólica pero que podría transformarse en real. La oposición de la población japonesa al rearme convierte la respuesta a la amenaza en prácticamente inexistente. Esta es posiblemente la mejor respuesta.
El tratamiento de la pandemia y el impacto sobre la población son una prueba de cultura y civilización. El impacto en Japón ha sido mínimo comparado con EEUU: menos de 2.000 muertos frente a 250.000, y 80.000 contagiados frente a millones, demuestran la disciplina y el respeto por las medidas emprendidas por el gobierno con rigor y acierto.
Cuando en los 80 la economía japonesa se estancó en su crecimiento, muchos pensaron en un riesgo de crisis económica e inestabilidad. No pasó, pero el gasto público aumentó. Hoy el nivel de endeudamiento del país es de los más altos del mundo, pero la deuda está en manos de entidades y particulares japoneses y eso le quita trascendencia y riesgo.
El sucesor de Abe es un político conservador, Yoshihide Suga, que seguirá su política y por lo tanto continuará el camino de discreción y estabilidad de los últimos años.
Esta estabilidad contrasta con la política japonesa de finales de los 30, que llevó al país a invadir Manchuria en una guerra cruenta que movilizó millones de soldados, o el ataque a EEUU en Pearl Harbor, que llevó a Japón a iniciar una guerra que no podía ganar nunca dada la desproporción de PIB, población, recursos naturales, extensión territorial, capacidad tecnológica e industrial… entre EEUU y Japón.
La única respuesta plausible a esta audacia absurda es analizar la realidad olvidando la pregunta clave. A pesar del poder militar japonés y la debilidad del Reino Unido y Francia para defender sus colonias, Indochina y Malasia, por la guerra en Europa, y de EEUU para defender Filipinas si perdían la flota del Pacífico (de ahí Pearl Harbor), y a pesar de que estas guerras parciales se podían ganar, la derrota final era ineluctable dada la desproporción de fuerzas. Es una demostración palpable de que a veces la meticulosidad lleva al error. Se analiza el detalle y se pierde la visión global.
Cuando estas circunstancias excepcionales no se dan, la discreción y la meticulosidad son altamente productivas. Es la historia de Japón en los últimos 70 años.
ARA