Serían los años ochenta del siglo pasado cuando se va extendiendo por Europa y el mundo una idea: el gran actor político del futuro serían las grandes ciudades, con su capacidad de articular y ser la referencia de territorios amplios. Por lo menos una parte del papel que habían tenido y todavía tenían los Estados la ocuparían estas ciudades, que con su capacidad de influencia generarían un nuevo mapa político en el que las fronteras estatales quedarían, por tanto, diluidas. Esto lo captó enseguida Pasqual Maragall, que imaginaba un arco de influencia de Barcelona que saltaría fronteras y vertebraría espacios entorno del Pirineo y del Mediterráneo. Y de ahí nació el impulso olímpico. Diría que también lo captó Ricard Pérez Casado desde la ciudad de Valencia. Y lo captaron París, Londres o Venecia, entre otras muchas ciudades en el mundo.
Por acción o por reacción, también lo captó Madrid. Y lo captó el Estado, pensando en Madrid. Si los espacios políticos quedaban vertebrados en un futuro por el peso económico, político, cultural y de todo tipo de las ciudades -y Barcelona, Valencia o Lisboa se convertían en grandes ciudades con mucho peso, tan grande o más que el de Madrid-, el espacio que Madrid había mantenido unido bajo su poder político centralizado se podía dividir, de hecho, aunque no se dividiera de derecho. Era necesario, por tanto, fortalecer Madrid para que en esta competencia entre las otras ciudades mantuviera vertebrado a su alrededor todo el espacio peninsular, y si podía ser incluso el portugués. ¿Y cómo se podía fortalecer Madrid? Utilizando todos los recursos del Estado para convertirla en capital de todo, de aquello de lo que ya lo era -política, militar, administrativa, en parte financiera- y del que aún no lo era: económica, industrial, cultural, mediática, financiera en lo que todavía le podía faltar… Diría que esta intuición que había que apostar por Madrid como capital de todo nace antes en el PSOE de Tierno Galván y de Solana que en el PP, pero finalmente la hereda el PP y la culmina o intenta culminarla Aznar.
Hasta ese momento, el modelo jacobino español se parecía más al de Italia que al de Francia, por decir dos ejemplos inequívocamente jacobinos y uniformistas. En Italia, Roma no concentraba históricamente todas las capitalidades: Milán y Turín actuaban y actúan en muchas cosas, en economía y en cultura, como verdaderos capitales de Italia. Quizás porque la unidad de Italia es una imposición del Norte. En España el reparto de papeles era otro: aquel que retrataba tan sagazmente La escopeta nacional, en la que unos tenían el Boletín Oficial del Estado y los otros tenían las fábricas de porteros automáticos. Unos cazaban, otros pagaban las cacerías y al final el BOE imponía los porteros automáticos por decreto proteccionista. Pues a partir de un momento el Estado decide que Madrid debe tener al mismo tiempo el BOE y la fábrica de porteros automáticos, como París. Aún más: decide que Madrid tendrá la fábrica de porteros automáticos -ya no estiro más la metáfora- gracias al BOE. Es decir, que a través del poder del Estado se concentrarán en Madrid las fábricas, las televisiones públicas y privadas, los bancos y el poder financiero, los grandes museos y los grandes auditorios. Madrid se convertirá así la gran ciudad del sur de Europa que podrá jugar la batalla mundial de las grandes ciudades y mantendrá bajo su influencia todo el espacio peninsular.
Obviamente, si tú quieres hacer de Madrid la capital de todo tienes que hacer que alguien -especialmente Barcelona- deje de ser capital de lo que lo era. La operación ha sido sistemática. Madrid se ha puesto a competir con Barcelona en todos estos ámbitos, utilizando los presupuestos generales del Estado y los decretos del Gobierno. El Estado no es el árbitro entre dos equipos que juegan una misma competición, es el patrocinador de uno de los equipos. Los ejemplos son infinitos. El último: mientras que el grado de cumplimiento de los compromisos presupuestarios del Estado en Cataluña es del sesenta y pocos por ciento, el cumplimiento en Madrid supera el cien por cien. Más que el presupuestado. ¡Y eso que los presupuestos ya son desequilibrados! Su cumplimiento o no cumplimiento todavía los desequilibra más.
Esta ruptura de un viejo ‘statu quo’, esta apuesta de Madrid ante todas las otras ciudades, pero especialmente ante Barcelona, condenadas a ser en el mejor de los casos agradables ciudades medianas subsidiarias por completo de la capital -siguiendo el modelo francés-, pero con el agravante de ser vistas con recelo, porque encima hablan otra lengua, es uno de los factores clave que desencadena lo que en Cataluña se ha llamado el ‘Procès’ y en otros lugares se llama la «crisis territorial del Estado». El intento de construir en Madrid la gran ciudad del sur de Europa, capital de todo, contra todos.
Publicado el 26 de agosto de 2019
Núm. 1837
EL TEMPS