Paseaba meditativo una tarde del pasado octubre y me asomé a uno de los miradores del Caballo Blanco para contemplar los montes que abrazan nuestra Cuenca, teñidos del cromatismo otoñal, y el Ezkaba con las cicatrices de otro indignante incendio. El arcedianato y las torres egregias de la Catedral se funden en un abrazo con el Seminario. Siglos de una misma silueta de Pamplona, la Vieja Iruña, en su meseta. Pero, en medio, profanando la Historia, aparecen unas moles insulsas, feas como una montaña de cemento que perturban la mirada. Las mires desde la perspectiva que las mires, las horrendas torres que se levantan en el otrora solar de los salesianos son una verdadera aberración.
Una de las acepciones que el diccionario aplica al verbo profanar es la siguiente: «tratamiento ultrajante o irrespetuoso que se hace de algo que se considera sagrado o digno de respeto».
¿No es por ello una terrible profanación y falta absoluta de respeto a la Historia de nuestra ciudad el construir esa porquería de torres que destrozan nuestro histórico perfil y resquebrajan por completo la cuidada fisonomía del Ensanche?
Lo que ni los reyes conquistadores castellanos ni muchísimo menos los nuestros de Navarra se atrevieron a hacer en siglos de Historia de Pamplona lo han hecho unos mequetrefes en medio de irregularidades y zafiedad. Es una verdadera profanación.
Siglos y siglos de miradas de nuestros antepasados: las de los peregrinos que se alegran cuando divisan a la primera del Camino, la de aquellos hortelanos de la Magdalena y la Rotxapea que al toque de campana subían a la Plaza. En nuestros días las de los visitantes y turistas; todas cegadas por esos engendros. ¡Qué tristeza!
Unas alegres chicas argentinas que entablaron conversación conmigo en la terraza me preguntaron: ¿quién ha permitido construir esa mierda ahí? Yo les contesté con tristeza: el actual Ayuntamiento. Exclamaron ellas: «¡la concha de su madre!».
Pues sí, en las páginas de la historia de la ciudad estas torres quedarán como una infamia y todos los que las promovieron pasarán por soberbios, empecinados y profanadores de nuestra Pamplona, la secular Iruña.
Naiz