La semana pasada me coincidió el final de lectura del ensayo ‘La formación de Cataluña’ (1986) del pedagogo Jordi Galí Herrera -muerto a principios de mes-, con la asistencia a la celebración de la 69ª Noche de Santa Lucía de Òmnium Cultural en Santa Coloma de Gramenet. Y de aquella coincidencia casual ha salido esta réplica a quienes dicen que al independentismo, para ganar, le falta un proyecto de país con contenidos precisos, más allá de un supuesto identitarismo étnico y emocional.
Jordo Galí -un hombre sabio a quien, como es regla general, el país no ha sabido reconocer como necesario- comienza su libro con dos ideas que ahora hay que recordar más que nunca. Escribe: «Cataluña, que ha comenzado en el tiempo, puede desaparecer con el tiempo. Puede ser destruida desde fuera (es dudoso) o corromperse por dentro (esto ya es más posible)». Y añade: «Conocer mejor la realidad del pasado no es decisivo ni para fundamentarnos ni para fundamentar el futuro. […] lo único decisivo es la voluntad de ser lo que uno es y utilizar el pequeño margen de libertad que tenemos y que es lo que hace la historia».
Pues bien: a estas alturas me es difícil de encontrar una mejor expresión de esta «voluntad de ser lo que somos» que la que Òmnium ha relatado este año en el acto de Santa Coloma de Gramenet. Para ser justos, esta asociación -la que, entre las de su ámbito, tiene más socios de toda Europa- ya hace años que ha sabido ir elaborando todo un corpus de pensamiento y acción que hace explícito a lo largo del año a través de las diversas iniciativas que lleva a cabo. Particularmente, es así desde la presidencia renovadora de Jordi Porta, la de consolidación de Muriel Casals y, finalmente, la proyectiva de Jordi Cuixart.
Este corpus de pensamiento y acción es mucho más que un programa político. A partir del reconocimiento honesto de lo que hemos sido y somos, Òmnium articula una idea completa de país. Existe el firme deseo de vincular lo que ha sido el país, su tradición, con un presente complejo y un futuro abierto. Y todo sin mistificaciones, sin ocultar ni los diversos injertos de los que estamos hechos ni los conflictos que nos han traído a donde estamos. Existe la reivindicación de los muchos orígenes, de todas las semillas de donde venimos, y existe la promesa de los futuros donde podríamos arraigar si dispusiéramos de aquel «pequeño margen de libertad», que decía Galí y ahora se nos niega.
Los que dicen que al independentismo le falta un proyecto preciso de país, les pido que miren atentamente el acto de la Noche de Santa Lucía en Santa Coloma de Gramenet (disponible íntegramente a TV3 a la carta). Podrán descubrir este proyecto en la combinación sutil entre la memoria de lucha social y el arte que ha nacido en Santa Coloma mismo, fruto de estos duros combates de supervivencia y arraigo. Verán, a través de los premiados, cómo se conforma la nueva tradición literaria catalana en un contexto de inequívoco compromiso con los derechos cívicos y políticos. Comprobarán que la inmersión lingüística en la escuela, nacida precisamente en Santa Coloma como visión clarividente de qué futuro querían aquellos «otros catalanes» para sus hijos, ha formado parte de las «luchas compartidas» -la no menos visionaria denominación de lo que Jordi Cuixart ha situado en el centro del programa de Òmnium- que han hecho de los derechos sociales y políticos de los catalanes el fundamento de la voluntad de ser.
Ningún programa político de partido podrá justificar nunca del todo la aspiración de los catalanes a ser reconocidos como nación con todos los derechos sociales y políticos que nos corresponden, es decir, a ser soberanos de nuestro destino. No es cuestión sólo ni principalmente de qué modelo de administración pública o de qué modelo escolar o de salud sería posible. Ni de si se viviría mejor. Es más sencillo: como decía Galí, es la voluntad de ser lo que queramos, de utilizar todo el margen de libertad posible, por pequeño que sea.
ARA