Pocos se habrán sorprendido por el alcance, la mirada larga, el designio de paz y la oferta democrática que supone la detención de Arnaldo Otegi a manos de los socialistas españoles. El mismo Arnaldo Otegi, como la izquierda auto-determinista vasca, contempla en todo momento en su agenda personal y política la «hipótesis c» (de cárcel). En entrevistas periodísticas y contactos personales con Otegi puedo atestiguar que más que una vez el porta-voz auto-determinista vasco se ha referido a eso como un dato más probable que posible.
Lo que sí podría sorprender sería el momento. Y el protagonista. El momento en que, como agudamente hacía notar el filósofo Josemari Ripalda, el diálogo renace como categoría discursiva posible al enunciar el poder el tema del «terrorismo» (Gara 29-05-05). Y, de otra parte, el protagonista, precisamente el hombre que retiró las tropas de Irak, que legalizó las parejas homosexuales, es decir, un «demócrata moderno», aparentemente el presidente capaz de cuestionar la España rancia del arquetipo franquista que llenó el desierto falangista de ideas protagonizado en los últimos ocho años por Aznar.
Tal y como lo plantea el filósofo, «la pregunta es si no hay aquí una cortina de humo o una operación de propaganda a gran escala». Tal y como la planteo yo, la pregunta me parece ser más bien ¿como podría no serlo?
Ningún observador mínimamente competente tendrá que sacar las gafas para constatar cómo todas las propuestas de desmilitarización del contencioso y de resolución negociada del llamado problema vasco han venido de la parte vasca. Con más efectividad o menos. Con más viabilidad o menos. Más capaces o menos de generar consensos o de acumular credibilidades. Pero todas, sin excepción. De Txomin y Argala hablando con emisarios españoles en las playas de Iparralde en los 70, hasta la Suiza de los 90, pasando por el referencial Argel de los 80. De la Alternativa KAS a la Alternativa Democrática, pasando por Lizarra-Garazi en 1998, el Plan Ibarretxe en 2002, o Anoeta en el final del 2004, el interés resolutivo siempre vino sin excepciones del norte.
Y siempre, sin excepciones, ha topado con el rechazo de la razón de Estado. Algo que el hecho de que la resolución del problema vasco suponga la explosión del problema español explica meridianamente. España no puede facilitar el surgimiento de un hipotético Estado vasco sin afrontar la hipótesis de su desaparición en cuanto Estado tal y como se lo conoce hoy día. Y es así que, mientras se mantenga su paradigma político-existencial presente, todo lo que diga Madrid difícilmente puede merecer más consideración que la concedida a una «cortina de humo» o a una «operación de propaganda» a mayor o menor escala.
Que Aznar prenda a Belén González en Septiembre de 99, después de la cita con ETA en Suiza, o que Zapatero prenda a Otegi en Mayo de 2005, en un cuadro de aparentes conversaciones, solo cambia en los sujetos. El objeto sigue el mismo: – el problema español que, justamente por español, no se encuentra, desafortunadamente, en manos vascas solucionar, por más ofertas políticas que tomen a su cargo propiciar.
Sea en la versión Pica Piedra del PP como en la versión Pink Panther del PSOE, sea con Aznar o Zapatero, todo lo demás han sido, hasta ahora, formas discursivas distintas para una sola e idéntica sustancia (por sorprendente que -eso sí- pueda resultar en el exterior del País Vasco): la visión «española», que no cayó al valle junto con el cuerpo de su protagonista históricamente más reciente y relevante, el gallego Francisco Franco Behamonde.
* periodista. Oporto