Me he pasado los dos últimos días tratando de reconciliarme con el pacto entre Obama y McConnell sobre el recorte de impuestos. Al fin y al cabo, el presidente Obama ha logrado obtener más concesiones de las que nos esperábamos la mayoría de nosotros.
Pero sigo estando muy intranquilo, y no porque yo sea uno de esos “puristas” a los que Obama criticaba el martes, sino porque esto no es el final de la historia. Para ser más concreto: Obama ha comprado la liberación de algunos rehenes proporcionándole al Partido Republicano nuevos rehenes.
En cuanto al acuerdo: los republicanos han conseguido lo que querían, una prórroga de las bajadas de impuestos de Bush, entre ellas las que afectan a los ricos. Esta parte del trato era mala en todos los sentidos. Sí, algunos de esos recortes de impuestos podrían gastarse e impulsarían la economía hasta cierto punto. Pero una gran parte de los recortes fiscales, especialmente los de los ricos, no se gastarán, de modo que la prórroga de las bajadas de impuestos hará aumentar mucho el déficit, pero servirá de poco para reducir el paro.
Y al dar falsas esperanzas, la prórroga aumenta las posibilidades de que los recortes de impuestos de Bush se hagan permanentes, lo cual tendría efectos devastadores para el presupuesto y las perspectivas a largo plazo de la Seguridad Social y Medicare.
A cambio de todo lo malo, Obama ha conseguido una cantidad considerable de estímulos económicos a corto plazo. Los subsidios por desempleo se han prolongado, ha habido una bajada temporal del impuesto sobre la nómina, y también deducciones fiscales para la inversión. Por cierto, ¿cómo nos las hemos apañado para llegar a un punto en el que los demócratas deben suplicarles a los republicanos que acepten impuestos corporativos más bajos?
Dejando a un lado los subsidios por desempleo, todo esto es en gran medida una política de conformarse: los consumidores probablemente gastarán solo una parte de la deducción fiscal sobre la nómina, y no está claro que las subvenciones para las empresas contribuyesen demasiado a incentivar la inversión, dado el exceso de capacidad que hay en la economía. Aun así, supondrá un considerable beneficio neto positivo para la economía el año que viene.
Pero hay una pega: mientras que lo malo del trato dura dos años, lo no tan malo expira a finales de 2011. Esto significa que estamos hablando de impulsar el crecimiento el año que viene, pero en 2012 el crecimiento será de hecho más lento de lo que habría sido sin el acuerdo.
Esto tiene importantes repercusiones políticas. Los politólogos nos dicen que el voto se ve mucho más afectado por el rumbo de la economía durante el año o los meses que preceden a unas elecciones que por la marcha del país en un sentido más absoluto.
Cuando Ronald Reagan se presentó a la reelección en 1984, la tasa de paro era casi exactamente la misma que justo antes de las elecciones de 1980; pero como la tendencia económica en 1980 era descendente mientras que en 1984 era ascendente, una tasa de paro que supuso la derrota de Jimmy Carter se tradujo en una victoria aplastante en el caso de Reagan.
Esta realidad política hace que el acuerdo sobre los impuestos sea malo para los demócratas. Mírenlo de esta forma: esencialmente, el pacto sienta las bases para que 2011 y 2012 sean una repetición de 2009 y 2010. Nuevamente, habría beneficios iniciales debidos al estímulo económico y un crecimiento decente un año antes de las elecciones. Pero a medida que el estímulo pierde bríos, el crecimiento tenderá a estancarse, y este estancamiento se produciría, nuevamente, en los meses previos a las elecciones, con consecuencias tremendamente negativas para Obama y su partido.
A lo mejor piensan que la política económica no debería verse afectada por cuestiones partidistas. Pero, aunque lo crean así -¿qué tal tiempo hace en su planeta?-, tienen que tener en cuenta que es probable que la situación se mantenga igual de aquí a un año, cuando las ventajas del trato entre Obama y McConnell estén a punto de esfumarse. ¿No se verían los demócratas empujados a ofrecer algo a los republicanos, cualquier cosa, con tal de que las perspectivas económicas de 2012 mejorasen? ¿Y no sería eso la receta perfecta para otro trato nefasto?
Seguramente la respuesta a ambas preguntas sea que sí. Y eso significa que Obama está, como he dicho, pagando por la liberación de algunos rehenes -consiguiendo una prolongación de los subsidios por paro y algo más de estímulo económico- entregándoles a los republicanos nuevos rehenes, que ellos podrían utilizar fácilmente para plantear nuevas exigencias destructivas de aquí a un año.
Una gran preocupación: puede que los republicanos traten de aprovechar la perspectiva de una subida del impuesto sobre la nómina para minar las finanzas de la Seguridad Social.
Lo cual me lleva de nuevo a la rueda de prensa de Obama, en la cual -mostrando mucha más pasión que esa de la que parece capaz de hacer acopio contra los republicanos- criticó a los puristas de la izquierda que, supuestamente, se niegan a aceptar compromisos por el bien del país.
Bueno, las inquietudes respecto al pacto fiscal reflejan realismo, no purismo: Obama está sentando las bases para que se dé otra situación de rehenes de aquí a un año. Y teniendo eso en cuenta, lo último que necesitamos es la clase de comportamiento indulgente con uno mismo del que ha dado muestras al arremeter contra los progresistas que considera que no le están valorando lo suficiente.
La cuestión es que, al mostrarse más enfadado con sus preocupados seguidores de lo que lo está con los secuestradores, Obama ya está dando muestras de debilidad y dándoles a los republicanos buenos motivos para creer que pueden conseguir otro rescate. Y se puede dar por hecho que actuarán en consecuencia.
Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008.
© New York Times News Service.
Traducción de News Clips.